La actual crisis bursátil
La crisis bursátil, que empezó el año pasado con el crac de las acciones en los diferentes sectores reagrupados con el nombre de "nueva economía", no se ha parado al desinflarse la burbuja especulativa. Ha continuado y se ha ampliado hacia otros sectores más o menos ligados a las telecomunicaciones, a la informática o no ligados para nada a estos sectores.
Las acciones de empresas como la Générale des eaux, que ahora es Vivendi, Alcatel y otras, que pasaban por ser inversiones con toda seguridad, han sufrido descensos del 20%, del 50%, cuando su precio no ha sido dividido por diez.
La prensa económica examina con complacencia las angustias de los "ahorradores". De todas las víctimas de la crisis actual y sobre todo de la venidera, no son sin lugar a dudas estos "ahorradores" los que hay que compadecer más. Son esencialmente clases medias, y las pérdidas de las que sus miembros se quejan son, para muchos de ellos, únicamente en comparación con lo que creían haber ganado en el momento más fuerte de la burbuja especulativa. En lo que concierne a los asalariados cuyas empresas les llevaron a comprar acciones a precios preferentes, han hecho la experiencia práctica de lo que es realmente la presunta conquista social del accionariado obrero. Pero la amenaza que se está transformando ya en realidad para las clases trabajadoras reside en la repercusión de la crisis de la economía especulativa sobre la economía real.
Desde el principio, hace treinta años, de la era de inestabilidad y de estancamiento económico, el sistema se ha visto estremecido violentamente por muchas otras sacudidas bursátiles. Pero la caída de los valores registrada durante la presente crisis bursátil es la más importante de este largo periodo. Hasta hay que remontar al crac de 1929 para encontrar una caída más brutal, masiva y profunda de los valores en Bolsa.
El índice de la bolsa de Nueva York (Dow Jones) que, a mediados de octubre de 2000, estaba en 10192 y que bajó, a mediados de octubre de 2001, a 9189, se estableció, a mediados de octubre de 2002, en 7533. El índice de la bolsa de París (CAC 40) ha pasado de 6064 a 4338, y luego a 2758. Una baja del 26% en dos años en Nueva York, del 55% en Paris. En cuanto al índice de los valores tecnológicos (Nasdaq), ha sido prácticamente dividido por tres, cayendo durante los mismos dos años de 3 316 a 1654, y luego a 1 163. Y, si se han producido rebotes varias veces, solo los charlatanes (que no faltan en la profesión de comentarista de la economía) pueden pretender que se trata del principio de una nueva alza bursátil.
"6,7 billones de dólares se han esfumado en dos años", anunciaba recientemente en titulares un diario económico. Estos dólares eran ciertamente más ficticios que reales. Pero es para acumular estos dólares ficticios a un lado de la cadena financiera que al otro lado, del lado de la producción, se han frenado los salarios, reducido el personal con despidos colectivos, aumentado los ritmos de trabajo, generalizado la precaridad y exprimido al mundo obrero.
Hemos constatado, el año pasado, que la crisis bursátil, al mismo tiempo que expresaba una crisis de producción ya empezada en la industria en particular en el sector de los ordenadores o semi-conductores o también en la industria aeronáutica , podía volverse un factor agravante. No hace falta volver sobre dicha constatación que ha demostrado el carácter limitado de la fase de expansión de la economía americana durante los años noventa.
No volveremos tampoco a hablar de las estupideces propagadas en torno a las posibilidades supuestas de la "nueva economía" (Textos de congreso de 2001).
Más aún cuando, si hace tres o cuatro años, no se contaban las obras ditirámbicas sobre la "revolución tecnológica" de la que saldría la "nueva economía", sobre sus consecuencias sobre la productividad y sobre el dinamismo que se suponía debía traer a la economía capitalista, hoy no se cuentan las obras que desmienten este mito. Así es como los economistas no saben prever más que el pasado aunque no son siempre capaces de explicarlo correctamente.
Desde el año pasado sin embargo, si no ha habido expansión en Estados Unidos, Europa les ha seguido en la ralentización de la producción. Japón, por su parte, está en depresión económica desde hace varios años. El mismo comercio internacional, que no había parado de crecer durante veinte años, hasta en los periodos de recesión, estaba en retroceso en 2001 y sigue estándolo. La Organización mundial del comercio (OMC) habla de un retroceso del 4% de las exportaciones de mercancias durante el primer semestre de 2002. Por ello, los gobiernos nacionales y los organismos internacionales revisan hacia abajo sus previsiones, alimentando sabias polémicas sobre la amplitud de la recesión. Nunca ha habido tantas oficinas de previsiones económicas como hoy en día. Pero sustituir la bola de cristal por ordenadores no hace de la profesión de vidente algo más científico. La economía capitalista es, por naturaleza, imprevisible, y el hecho de que algunos economistas pretendan utilizar la teoría matemática llamada del "caos" para conseguir algún día prever no vuelve sus comentarios más científicos ni el objeto del estudio menos... "caótico".
La nueva tempestad bursátil ha mostrado la fragilidad de las empresas, cuyas deudas considerables están fiadas a la promesa de beneficios que resultan manifiestamente ser ilusorios.
Para explicar el nivel considerable de endeudamiento de las empresas, se hecha la culpa a las "sobre-inversiones". Pero estas "sobre-inversiones" no conciernen más que en una pequeña parte las inversiones productivas propiamente dichas. Los beneficios elevados de los años noventa han sido utilizados por las grandes empresas para comprarse las unas a las otras mediante operaciones de fusión-adquisición cuyo número se ha disparado o, también y ambos están muchas veces ligados para disputarse a base de miles de millones fracciones de mercado o licencias de explotación que les aseguren posiciones de monopolio o de semi-monopolio en un mercado nacional dado.
Los trusts de la telefonía en general, y France Télécom en particular, ofrecen una perfecta ilustración de esta situación. Aunque se considera todavía hoy en día a France Télécom como una empresa muy beneficiosa, se ha sobre-endeudado comprando empresas un poco en todas partes del mundo, para asegurarse un acceso a sus mercados nacionales. Se acusa hoy en día a los Estados que han vendido a precio de oro las licencias de un mercado todavía inexistente, el de UMTS, como culpables del endeudamiento de France Télécom y de sus semejantes. Pero los Estados no han hecho más que adentrarse en la euforia bursátil para intentar llevarse parte del hipotético botín. La suma elevada de sus exigencias ha dado credibilidad a la euforia, acentuando luego la debacle, pero no es responsable ni de lo uno ni de lo otro.
Para la debacle del imperio Vivendi, es aún más difícil evocar la licencia de explotación que comprar. Para especular sobre los beneficios futuros del sector audio- visual, de los medios de comunicación, etc., se ha jugado - y ha perdido - no solo los beneficios sacados de su casi-monopolio sobre el suministro del agua, sino también el dinero prestado por los bancos, hasta el punto de encontrarse al borde de la bancarrota.
La crisis bursátil ha sido acompañada y amplificada por cierto número de escándalos estrepitosos, Enron, WorldCom o Tyco, en Estados Unidos, Vivendi y algunos más en Francia. Alan Greenspan, el presidente de la Reserva federal (Banco central americano), sentenciando, después del escándalo de Enron, sobre el hecho de que "la economía depende de manera crítica de la confianza", ha culpado a la "codicia" de ciertos patronos y "... a la falsificación y al fraude" que "destruyen el capitalismo y la libertad de los mercados". ¡ Como si la crisis se redujese a una crisis moral que afectase a un número limitado de capitalistas inconscientes e irresponsables ! Como si, desde sus principios, el capitalismo no hubiese estado acompañado por especulaciones, trampas, desde la bancarrota de la Compañía de las Indias en el siglo XVIII o del sistema de Law en Francia, pasando por los escandalos múltiples que han acompañado el desarrollo de las sociedades de ferrocarriles en Inglaterra o Francia en el siglo XIX o la construcción de los canales de Panamá y de Suez, hasta la carrera demente hacia los beneficios fáciles que precedió la crisis de 1929. La historia del capitalismo reproduce el mismo espectáculo, es verdad que más gigantesco cada vez.
Hemos notado el año pasado que "hasta a la hora de la nueva economía, la acumulación del capital continua tomando una forma esencialmente financiera, agravando así la hipertrofia de la esfera financiera". Pero, si desde el punto de vista capitalista poco importa de donde vienen los beneficios, desde el punto de vista del conjunto de la economía y de su funcionamiento, las consecuencias no son para nada las mismas. "El capital financiero se nutre directamente o por el intermediario del Estado y de la deuda pública del capital industrial, "único modo de existencia del capital cuya función no solo consiste en la apropiación sino también en la creación de plusvalía, es decir de excedente" (Marx), creando una capa únicamenta parasitaria de rentistas, "una clase de creancieros del Estado" (Marx). El crecimiento sin interrupción de la esfera financiera desde los años 70, consecuencia del marasmo de la economía capitalista, se ha vuelto un factor agravante mayor. No solo, se nutre de la agravación de la explotación de la clase obrera sino que contribuye a ahogar el desarrollo económico." Los mercados financieros piden rentabilidad a corto plazo. Su presión se ejerce no solo en el sentido de disminuir los gastos en salarios sino que además frena las inversiones a largo plazo y los proyectos industriales que piden una larga inmovilización del capital antes de que traiga beneficios.
En realidad, los capitalistas del sector privado siempre han buscado la rentabilidad a corto plazo. Desde el principio del capitalismo, el Estado se ha ocupado de la mayor parte de las inversiones a largo plazo. Este papel del Estado en las inversiones a largo plazo ha tomado formas diversas en función del país y en función del contexto histórico: pago directo, subvenciones, demanda estatal que garantiza un mercado estable y duradero, sin olvidar los gastos en armamento y la investigación militar.
En muchos países de Europa, entre los cuales Francia, es el Estado, más exactamente el sector público de Estado, el que se ha ocupado de las inversiones a largo plazo. Pero es por ello que la carrera actual hacia las privatizaciones, es decir hacia el desmantelamiento, de las empresas de Estado, tiene por consecuencia el ya no compensar la insuficiencia de las inversiones del sector privado.
La intervención del Estado en la economía, es decir a favor del capital privado, nunca ha cesado de aumentar, hasta durante los últimos años de "liberalismo" triunfador. Pero la forma de esta intervención tiene tendencia a cambiar. El Estado vende al sector privado las empresas públicas, inclusive sectores enteros de los servicios públicos, y luego da, de diferentes formas, al capital privado el dinero que ha recuperado de esta manera.
Que el Estado se apoye sobre un fuerte sector nacionalizado o, al contrario, lo privatice, en los dos casos interviene a favor del capital privado. Las consecuencias a nivel del funcionamiento de la economía no son sin embargo las mismas. Las empresas estatales escapaban en cierta medida a la búsqueda del beneficio inmediato para servir mejor los intereses un poco más generales de la burguesía. Contribuían a mantener la producción, por lo menos procediendo a inversiones, hasta cuando no había ninguna esperanza de beneficio a corto plazo.
Desmantelar el sector estatal no significa, en estas condiciones, disminuir el papel del Estado sino que significa abandonar más directamente a los intereses privados las sumas de dinero conseguidas mediante los impuestos. Es también una abdicación creciente por parte del Estado del papel, en cierta medida regulador, que ejerce a favor de los intereses generales de la burguesía frente a la anarquía de la economía capitalista. Ya no se nacionalizan las empresas sino que se da más libremente al sector privado el dinero del Estado.
Hay que subrayar el papel del Estado hasta en el desarrollo de los mastodontes de la "nueva economía", los que además resisten a la crisis del sector y que se llevan las apuestas.
Desde los ordenadores hasta Internet, pasando por los micro-procesadores o los semi- conductores, la tecnología punta sale de la investigación pública y ha sido muchas veces desarrollada por contratos militares antes de ser transferida al sector privado. Sin la contribución multiforme del ámbito público, el trust Microsoft no habría conocido el desarrollo fulgurante que tiene, y Bill Gates no dispondría de la mayor fortuna privada del mundo.
Estos trusts tienen además tendencia a considerar el dinero público como una tesorería de reserva para sus propios gastos en caso de dificultades. Así, las grandes empresas de la telefonía, hinchadas de deudas, reclaman un plan europeo de ayuda, considerando manifiestamente que los fondos europeos están destinados a ayudarles financieramente a salir de una situación en la que se han metido por culpa de sus propias especulaciones.
A pesar de los problemas que conlleva en la economía, la especulación continúa como si nada. Se sigue especulando sobre las empresas que parecen funcionar bien o sobre las que se puede pensar que, con o sin razón, por lo menos durante un tiempo, aumentarán sus beneficios.
En realidad, se trata del mismo mecanismo que el que se ha acelerado por la llamada "nueva economía", la telefonía y las telecomunicaciones, con el resultado que ya se conoce. Es por ejemplo significativo que la pequeña compañía Ryanair se haya vuelto, desde hace poco tiempo, desde el punto de vista de la capitalización bursátil el número uno de las compañias europeas. Su capitalización bursátil de 4 mil millones de euros pasa delante de las de Lufthansa (3.5 mil millones) y a fortiori de British Airways o Air France, lo que es completamente aberrante teniendo en cuenta el valor de los aviones que tienen respectivamente las unas y las otras
Europa y su ampliación las relaciones entre grandes potencias
La ampliación de la Unión europea de 15 a 25 países miembros se acerca a la fase de realización en un momento de retroceso económico.
No es evidentemente el "ideal europeo" el que empuja las potencias imperialistas que dominan el continente (Alemania, Francia, Gran Bretaña y, en menor medida Italia) a integrar en la Unión a ese conjunto disparate de diez países constituído por cuatro ex Democracias populares (Polonia, República checa, Eslovaquia y Hungría), un ex miembro de la Federación Yugoslava (Eslovenia), tres ex Repúblicas de la Unión soviética (Estonia, Letonia, Lituania), así como Chipre o Malta (otros están todavía en la lista de espera). Tampoco es la constatación, evidente para cualquier colegial, de que Europa no se limita a las fronteras de la actual Unión europea. En realidad, estos diez países pertenecen ya a la esfera de influencia de las potencias imperialistas europeas. Admitirlas en el interior de la zona de protección aduanera europea, es una manera de reforzar la influencia del gran capital de Europa frente a la competencia exterior.
Más allá de las discusiones sobre el lugar que estos países deben tener dentro de las diferentes instituciones europeas, esta integración no significará igualdad pero más bien subordinación. Estos países, cuya renta media por habitante no representa más del 40% de la de los Quince, con además fuertes diferencias entre ellos, no tienen otra elección. Tratándose de pequeños países, de mercados nacionales estrechos, por no decir insignificantes, no pueden evidentemente encerrarse, so pena de asfixia, dentro de sus fronteras nacionales.
Evidentemente, los revolucionarios solo pueden estar a favor de la ampliación, a pesar de que sea sobre bases capitalistas, pero sin dejar de decir que, sobre esta base, no hay perspectivas para las naciones no-imperialistas de Europa, solo pueden encontrar la continuación bajo otras formas jurídicas de la influencia de los trusts imperialistas sobre su economía. Con mayor razón, esta integración no constituye una protección para las masas trabajadoras de estos países.
El proceso de integración en la Unión europea empezado desde hace unos diez años se traduce, esencialmente, por la transcripción en su legislación de las 80 000 páginas de normas y directivas que resultan de cincuenta años de negociaciones entre los países fundadores de la Unión.
Ni la integración ni estas directivas protegerán sin embargo estos países de las consecuencias brutales de su apertura al gran capital internacional, apertura que no ha empezado además con su adhesión a la Unión europea: liquidación de las empresas de Estado demasiado poco rentables para ser privatizadas, crecimiento brutal del paro y disminución de las protecciones sociales, pero también desaparición de varios millones de explotaciones agrícolas en países en los cuales el campesinado representa todavía una parte importante de la población.
Esto lleva incluso a los más determinados entre los partidarios de la ampliación en el seno de las fuerzas políticas burguesas a temer las consecuencias de esta integración en un momento en el que las economías occidentales, ellas mismas estacandas, tendrían dificultades en dar trabajo a centenares de miles de parados capaces de venir de los países del Este. Pero, de todos modos, estos no tendrán la autorización de buscar trabajo durante todo un periodo durante el cual el derecho a la libre circulación no afectará a los ciudadanos de los países nuevamente integrados. Son los Estados miembros actuales los que podrán decidir durante siete años el grado de apertura de sus mercados de trabajo a los miembros de los países candidatos a la Unión. Los ciudadanos de esta Europa ampliada serán iguales ¡ pero algunos de ellos serán más iguales que otros ! A lo mejor no se necesitarán pasaportes nacionales para desplazarse en el interior de la Unión. Pero los miembros de los países pobres necesitarán quizá pasaportes interiores para desplazarse hacia los países ricos...
La economía alemana misma, a pesar de ser la más potente de Europa, no ha conseguido verdaderamente integrar a la ex Alemania del Este, que es presa desde la reunificación de la desindustrialización, del paro, con todas las consecuencias sociales y políticas que ello implica. La imagen de las relaciones entre las dos alemanias prefigura en efecto, sin lugar a dudas, las relaciones que se establecerán entre la parte desarrollada y occidental de Europa y su parte oriental y semi-desarrollada. Y además de manera más tenue porque Alemania del Este, en el tiempo de la RDA, era la más desarrollada de todas las Democracias populares. Además, las dos Alemanias hablan la misma lengua, tienen un pasado común y su reunificación se ha hecho en el marco de un mismo Estado. No se trata de la misma situación entre los Estados de Europa Occidental y los Estados de Europa del Este. Para integrar de verdad a estos últimos dentro de una entidad única, habría que tener un dinamismo económico, social y cultural completamente distinto, una capacidad de integración de la que la Europa capitalista, dominada por algunas potencias imperialistas, está totalmente desprovista.
Si el gran capital de Europa occidental puede encontrar algún beneficio en esta reunificación patituerta y no tiene ninguna razón para quejarse de la existencia de una reserva de mano de obra cualificada pero barataen el Este de Europa, nada garantiza que la integración, en vez de disminuir el populismo de extrema derecha que vive de forma endémica en los países del Este europeo, no le dará al contrario un nuevo impulso.
Los problemas realzados por la ampliación de la Unión europea constituyen una nueva ilustración del carácter contradictorio de la construcción europea bajo la dirección de la burguesía. Esta ampliación, útil para el control del gran capital alemán, pero también francés, inglés, etc., sobre estos países, amenaza con ser al mismo tiempo un factor más de desintegración.
De manera más general, las potencias imperialistas europeas necesitan a la Unión para tener buen papel dentro de la competencia en los mercados mundiales y en particular para intentar resistir a la competencia de los Estados Unidos. Pero a esta fuerza centrípeta se oponen otras fuerzas, centrífugas, que vienen de las divergencias de intereses que separan y muchas veces oponen entre sí a las grandes potencias del continente. Los imperialismos británico, francés, alemán, no tienen la misma concepción de lo que es la defensa de los intereses de Europa frente a Estados Unidos. Al contrario de estos últimos, Europa sigue siendo un frágil conglomerado de Estados.
Todos los grandes temas pendientes, desde la política agrícola hasta la actitud en las grandes negociaciones comerciales, ilustran las divergencias de intereses entre las potencias europeas mismas. Empezando por la cuestión del euro.
En efecto, si al cabo de un año de existencia concreta, el euro es hoy en dia aceptado como moneda única, hay que recordar que solo lo es para 12 países sobre los 15 que cuenta la Unión. Gran Bretaña en particular, una de las principales potencias, se queda por el momento con su moneda nacional. Además, las discusiones recientes sobre el respeto de los "criterios de convergencia" muestran la fragilidad de la base sobre la cual se asienta la moneda común. Si la moneda es en efecto común y si existe un banco central europeo, los estados nacionales siguen siendo los que deciden de su presupuesto. Es cierto que no hay divergencias entre los diferentes Estados de Europa sobre el hecho de que sus presupuestos deben servir en una gran medida a sostener el gran capital privado. Pero ninguna de las burguesías nacionales quiere financiar el déficit presupuestario de las otras. Es la razon por la cual, para poder crear una moneda única, el euro, los diferentes países que han participado a su creación se han puesto de acuerdo para mantener el déficit presupuestario así como sus deudas respectivas dentro de un cierto margen ( los famosos "criterios de Maastricht").
Pero, con la recesión y los regalos diversos hechos a sus burguesías, son precisamente los Estados más potentes de la "zona euro", Francia y Alemania en particular, los que tienen los déficit más fuertes. Entonces, se olvidan los criterios de Maastricht, y las autoridades de Bruselas, que han sabido darse a oir para advertir a los pequeños países como Grecia o Portugal con el fin de llevarles hacia una política de austeridad presupuestaria, se saltan los criterios de Maastricht desplazando su aplicación a más tarde...¡ y a lo mejor hasta nunca !
Esto no impedirá por cierto que los gobiernos afectados se lancen en una política de rigor hacia las clases populares, como lo ha dejado prever muy claramente en lo que se refiere a Francia Francis Mer, el ministro de Finanzas. Se dirá entonces que es "por culpa de Bruselas" y que, si se cede a sus demandas, es en interés de la unificación europea.
La recesión, si continúa, accentuará las divergencias económicas entre Estados Unidos y Europa. Se han ilustrado este año por diferentes conflictos comerciales en lo que concierne en particular a la siderurgia.
La actitud de Estados Unidos hacia la Unión europea tiene un carácter contradictorio. Por un lado, el gran capital americano encuentra interés en la unificación económica de un continente que representa el principal mercado de exportación de Estados Unidos, así como su principal zona de inversión en el extranjero. Las filiales alemanas de General Motors o de Ford no tienen menos interés que Wolkswagen en la existencia de un mercado único europeo.
Por otro lado, los Estados Unidos, aprovechando su potencia industrial, solo quieren utilizando una expresión que Trotsky ya utilizaba en los años veinte una "Europa reducida a media ración", es decir una Europa que no haga competencia a los Estados Unidos más que en los sectores en los que él la admita. Hoy en día, cuando los Estados Unidos son más que nunca la potencia imperialista dominante tanto por la fuerza de su industria como por su fuerza militar o por su diplomacia, no tienen en absoluto la intención de dejarse poner trabas en su camino por parte de Europa. Las gesticulaciones de los comisarios europeos, aunque estén apoyadas por los árbitros de la Organización mundial del comercio, no cambian la relación de fuerzas. Los Estados Unidos, que tanto han contribuido al desmantelamiento de las barreras aduaneras o estatales susceptibles de oponerse a la penetración de sus capitales y de sus mercancias, no se molestan en tomar medidas proteccionistas cuando los intereses de los trusts de sus industrias siderúrgicas, agro-alimentarias o demás lo exigen.
El balance de los últimos treinta años
Hemos ido señalando en nuestros textos, a lo largo de los treinta años del periodo de crisis y de inestabilidad económicas abierto al principio de los años setenta, las distintas etapas a través de las cuales las tendencias fundamentales de la economía imperialista, ya descritas por Lenin y Trotsky, han sido llevadas cada vez más lejos : dominación creciente de la finanza sobre las actividades productivas, incremento del tamaño de inmensos conglomerados financieros que dominan la economía mundial, integración de los lugares más remotos del planeta en la economía financiera, interdependencia cada vez mayor entre economías dominadas todas por un número restringido de imperialismos entre los cuales predomina, y de lejos, Estados Unidos.
Con la ayuda política de los gobiernos, los conglomerados imperialistas se han asegurado la libre inversión de su capital y su libre movilidad, arrasando todos los obstáculos que podían frenarlos. Empezando por las reglamentaciones y por cierta forma de intervencionismo estatal que las grandes potencias imperialistas se habían impuesto en los años consecutivos a la Gran Depresión para salvar el capital privado de la debacle y que habían conservado para enfrentarse en la guerra, y luego para hacer frente a las necesidades de la reconstrucción de la economía sobre bases capitalistas.
Para modelar todavía más el mundo en función de sus intereses, los grandes grupos han aprovechado los cambios políticos que, a menudo, han sido el resultado de sus propias actividades, abiertas o subterráneas. Se han aprovechado incluso cuando no se ha dado tal caso o solo parcialmente.
El desmoronamiento de la Unión soviética y de la zona bajo su control ha sido uno de estos cambios. Otro ha sido el fin de la mayoría de los regímenes entre los países pobres que, sin poner en tela de juicio al imperialismo, llevaban a cabo una política que obstaculizaba la libre penetración del capital imperialista en ellos (Etiopía, Algeria y muchos más). Sin mencionar a China que, aunque no haya cambiado de régimen, sí ha abierto más ámpliamente sus puertas ante los capitales imperialistas, en un contexto en el que el poder político americano, por su parte, ha abandonado su ostracismo hacia China.
Pero los grandes monopolios capitalistas han aprovechado sobre todo la ausencia, inclusive la casi-desaparición, del movimiento obrero y con más razón del movimiento obrero revolucionario, lo que ha asegurado al capitalismo mundial si no la paz social, al menos el no ser amenazado en su existencia misma.
El gran capital tiene hoy en día campo abierto ante él un poco por todas partes. Pero esto sin embargo no ha abierto un nuevo periodo de auge para el capitalismo. Al contrario, ha acentuado más su carácter usurero. Incluso el crecimiento económico tal y como aparece en las cifras engañosas de la progresión de los PIB, del que los economistas han cantado las alabanzas durante los periodos de expansión entre dos periodos de recesión, ha significado menos la fabricación de bienes nuevos y de servicios suplementarios para los hombres que la transformación en mercancía de bienes o servicios que no lo eran antes.
Privatizando sectores públicos un poco en todas partes, transformando en bienes mercantiles formas de solidaridad moderna (caja de pensiones sustituidas por fondos de pensión ; seguros privados en vez de la Seguridad social) o antiguas (formas de solidaridad de pueblo en frica, etc.), destruyendo gran parte de las conquistas de la Revolución de 1917 en la ex-Unión soviética, el gran capital lo hace todo para transformar en mercancías, es decir en soporte para realizar beneficios, todo lo que se le escapaba antes. No ha sido hoy cuando se ha tranformado en mercancia, es decir en fuente de beneficios, un elemento tan natural y tan indispensable para la vida humana como lo es el agua : para la irrigación desde antaño y, para el agua potable, a través del suministro de agua corriente cada vez más cara o del agua en botellas. La consecuencia de esta evolución es el heho de que una fracción importante de la humanidad, la que no tiene el poder adquisitivo necesario, se ve completamente privada de agua. ¡ Podemos confiar en los trusts para transformar el aire que respiramos en mercancía ! Bien han conseguido los Estados imperialistas tranformar en mercancía el derecho a contaminar, que se puede comprar y volver a vender. ¡ El proceso llega muy lejos con la transformación del genoma humano mismo en mercancía !
Esta evolución no ha sacado para nada la economía de su larga depresión de treinta años, y no la ha vuelto tampoco más estable. Al revés.
La preponderancia de la finanza sobre la economía, del beneficio procedente de la especulación bursátil y monetaria, ha vuelto los sobresaltos económicos aún más irracionales.
El balance global de estos treinta últimos años es desastroso, por una parte para la clase obrera mundial, por otra parte para los países pobres. Para la primera como para los segundos, no solo son las fases más o menos largas de recesión, es el conjunto del periodo que representa un retroceso considerable.
En los mismos países imperialistas, la permanencia del paro o del semi-paro ha transformado una parte importante del proletariado en sub-proletariado rechazado por el sistema económico y que vive en la miseria económica, a menudo unida a la miseria cultural y moral.
Más allá de la inhumanidad que representa el paro para los que lo viven, la exclusión de la actividad social de varios millones de personas en los países industrializados más ricos, es decir ahí donde se concentran los medios de producción edificados por el trabajo social del pasado, constituye una condena inapelable de la organización capitalista de la economía.
La importancia del paro es uno de los elementos esenciales del retroceso general de la condición obrera, marcado incluso en los países ricos por la generalización de la precariedad bajo las formas más diversas, el debilitamiento más o menos general de las protecciones sociales y el retroceso de los servicios públicos, como la educación o la salud, que en cierta medida palían a la insuficiencia de los ingresos de las clases populares.
Los falsos progresos no pueden disimular los verdaderos retrocesos. Si, por el hecho del aumento de la productividad que conlleva la disminución de los precios, los asalariados pueden hoy comprarse móviles, incluso ordenadores, después de haber podido comprarse, en otros tiempos o por las mismas razones, frigoríficos y lavadoras, las necesidades mucho más fundamentales como la de una vivienda conveniente no están mejor sino más bien peor satisfechas que hace treinta o cuarenta años.
En Francia, buena parte de las viviendas sociales construidas en los años sesenta, sin apenas ya manteniento, se convierten en tugurios, y las chabolas, destruídas en aquella época, resurgen de nuevo alrededor de ciertas ciudades.
Para los países pobres, la degradación es aún más visible. Algunos de ellos, como Brasil o Argentina, han sido presentados en un pasado reciente como habiendo enganchado su vagón al tren del desarrollo. El carácter dramático que toma la crisis en el segundo de estos países muestra sin embargo que los colchones estatales, establecidos en los países imperialistas para evitar que las crisis bursátiles o económicas tengan consecuencias sociales tan brutales como en 1929, no conciernen los países pobres, incluso los menos subdesarrollados.
Los llamados países "emergentes" del sudeste asiático han vivido, hace algunos años, la misma y triste experiencia. Algunos de ellos, aún no se han recuperado.
Los países procedentes de la ex-Unión soviética, Rusia la primera, pagan un pesadísimo tributo a su integración en el sistema imperialista mundial, que se nota hasta en los datos de la demografía que indican el retroceso de la edad media de vida.
En cuanto al frica subsahariana, quitando algunas factorías del gran capital, se ve rechazada hasta tal punto que el sistema imperialista incluso ha renunciado a explotar la mayoría de sus habitantes, excluidos del proceso de producción, reducidos a ir tirando sin otra esperanza que una hipotética migración. Esto no impide a los grupos capitalistas seguir saqueando las riquezas naturales de los países que las tienen y haciendo beneficios gracias a contratos establecidos con los Estados locales cuyos aparatos viven desvalijando a las poblaciones.
El Informe mundial sobre el desarrollo humano 2002, de una de las muy oficiales dependencias de la ONU, es una verdadera acusación contra el capitalismo. Con el eufemismo que caracteriza este tipo de documento, constata que "según los elementos limitados de los que se dispone, parece ser que la distancia (entre ricos y pobres dentro mismo de estos países) haya aumentado durante los últimos treinta años. De los 73 países para los cuales hay datos disponibles (es decir el 80% de la población mundial), 48 han visto aumentar las desigualdades desde los años cincuenta, 16 no han conocido cambios y solo 9 (es decir apenas el 4% de los habitantes del planeta) han registrado una mejora".
Esta constatación, cuyo sentido no se le puede escapar desde luego a nadie, no impide que el mismo informe se pregunte estúpidamente : "¿ Cuánto crecimiento se necesita para reducir la pobreza ?". Pero si el crecimiento de los treinta últimos años ha tenido dicho resultado catastrófico, ¿ cómo creer que, aunque haya un crecimiento durante los próximos treinta años, tendrá resultados diferentes ?
Al cambiar de siglo, " 815 millones de personas en el mundo estaban desnutridas : 777 millones en los países en vías de desarrollo (en realidad los países pobres), 27 millones en las economías de transición (es decir en los ex- países del Este) y 11 millones en el mundo industrializado". La constatación es relevada por la FAO (organización de la Naciones unidas para la agricultura y la alimentación) que desgrana los datos: 25 000 personas mueren de hambre o de desnutrición cada día, 6 millones de niños de menos de 5 años mueren cada año por falta de comida, lo que equivale al conjunto de los niños de esta edad en Francia e Italia reunidas.
¡ El lector de tales informes tiene mucho donde escoger para señalar las ilustraciones aplastantes de la inanidad de este sistema económico ! Pero es verdad que el capitalismo es capaz de integrar en sí-mismo su propia contestación. La constatación de la miseria humana no hace surgir soluciones : solo multiplica el número de comisiones oficiales que producen toneladas de informes, ofreciendo un empleo a economistas más o menos distinguidos y eventualmente nobelizables.
Está de moda llamar los cambios intervenidos durante estos últimos treinta años "globalización". Es una palabra neutra que disimula infinitamente más que aclara la naturaleza de los cambios intervenidos. Pone de manifiesto el carácter planetario de la evolución a lo largo del último tercio del siglo XX, y es verdad que el capitalismo de hoy ciñe en redes con mallas cada vez más apretadas la economía y la vida social de todo el planeta.
Sin embargo disimula concretamente el carácter de clase de esta evolución, la dominación de la burguesía de los países imperialistas sobre el resto del mundo y el hecho de que la acumulación sin precedentes de las riquezas a un extremo resulta precisamente del incremento de la pobreza al otro. Disimula sobre todo el hecho de que no se trata de un carácter algo así como sobreañadido al capitalismo, sugiriendo de este modo que bastaría con que los gobiernos cambien de política para que el mundo volviera al estado anterior ( y dicho estado anterior no es evidentemente un ideal de sociedad). Lo que se nombra hoy en día con esta palabra ambigua de "globalización" proviene de la evolución del imperialismo mismo cuyos rasgos más característicos se han acentuado más desde el momento en que Lenin los describía. El imperialismo mismo, bajo sus aspectos antiguos o nuevos, es el resultado del desarrollo orgánico del capitalismo. Sin una política cuya meta sea poner fin a la organización capitalista de la economía, es decir sin una política de clase que defienda este objetivo ante el proletariado, la única clase capaz de llevarlo a cabo, el combate anti-globalización se reduce, en el mejor de los casos, a una protesta sincera pero ineficaz. Pero la facilidad con la que los políticos reformistas de la burguesía pueden retomar por cuenta propia todo o parte del programa anti-globalización muestra que puede sobre todo convertirse en una manera, ni siquiera realmente nueva, de engañar de nuevo a las clases trabajadoras.
El debate entre partidarios de la globalización y sus adversarios es un falso debate incluso cuando no solo está llevado a cabo en las páginas de un libro de economía o en las columnas de las publicaciones económicas o políticas, incluso cuando se prolonga en las calles de Seattle, Porto Alegre, Génova o de otros lugares.
La obra destructora del imperialismo en nuestra época no se limita al ámbito material. Se prolonga en el ámbito de las ideas.
En los países imperialistas, los artífices de ello han sido, durante mucho tiempo, los grandes partidos reformistas, cuando, prácticamente desde el principio de la crisis, se han puesto a alabar las virtudes de los beneficios y del crecimiento económico para el conjunto de la sociedad. Se debe a estos partidos, PCF incluido, el que los puntos de vista burgueses más reaccionarios hayan acabado por prevaler no solo en la burguesía pequeña y grande, donde es lógico, sino también en el movimiento obrero. Buena medida de esta obra destructora es que un movimiento como Attac cuyas ideas se hubieran considerado, hace un cuarto de siglo, como a la derecha del movimiento obrero, parezca hoy un movimiento radical.
Como parece radical, por ejemplo, la reivindicación de la anulación de la deuda de los países del Tercer Mundo, es decir en el mejor de los casos de la deuda de sus Estados. Por supuesto, nos solidarizamos con esta reivindicación en el sentido en que expresa la aspiración de las masas pobres a aflojar las cortapisas del imperialismo en sus países. Pero, utilizada por sus dirigentes, inclusive por ciertas fuerzas de la burguesía imperialista, es una manera de estafar a sus masas populares que se mueren de miseria y de hambre y que necesitan una perspectiva política bien distinta.
En los países saqueados y oprimidos por la burguesía imperialista, este retroceso reaccionario se manifiesta por repliegues comunitarios diversos : repliegue nacionalista o etnista, repliegue religioso, etc. Las masas pobres desprovistas de verdadera perspectiva son llevadas a creer que las solidaridades étnicas, nacionales o religiosas constituyen una especie de protección. Pero ni siquiera se da el caso. Estos repliegues alzan nuevas barreras que desgajan a las masas populares, las descomponen, alzan sus elementos los unos contra los otros y añaden a todas las consecuencias de la dominación imperialista sobre el mundo un aspecto suplementario sangriento y estéril.
Es precisamente en nuestra época en la que el marxismo es enterrado por los defensores triunfantes de la economía capitalista, en la que es abandonado oficialmente por el movimiento estalinista, en la que es desatendido o "renovado" incluso por muchos de los que se considera como extrema izquierda, cuando el marxismo muestra que es la única llave para entender la marcha del sistema económico capitalista, con su apariencia de hoy.
El renacimiento de una fuerza política capaz de representar la única perspectiva que se opone a la de la vigencia de la barbarie capitalista no será evidentemente solo un movimiento de ideas. Pero la clase obrera, que sigue siendo la única fuerza de transformación de la sociedad, solo podrá ser de nuevo portadora de esta perspectiva apoderándose de las ideas que la expresan, es decir del marxismo.
Hace ya mucho tiempo que la perennidad del sistema capitalista ya no está asegurada por su dinámica interna pero por lo que Trotsky había llamado en su tiempo "la crisis de dirección revolucionaria del proletariado".
La humanidad paga caro el no haber dominado su propia economía. Los progresos de las ciencias y de las tecnologías aportan sin embargo medios técnicos, como no se podía ni imaginar en tiempos de Marx e incluso en tiempos de la Revolución rusa, para inventariar las riquezas, para organizar con racionalidad la producción ahora mundial y para planificar conscientemente y en función de las necesidades, respetando el medioambiente natural, la producción a nivel internacional como a nivel local.
Pero los medios técnicos, los formidables instrumentos de comunicación y de intercambio modernos a nivel del planeta, las formidables posibilidades de poner en común los conocimientos, todo esto se topa con el anacronismo de las relaciones sociales. Transformar dichas relaciones sociales, suprimir
la propiedad privada de los grandes medios de producción ya no es solamente una necesidad para eliminar los obstáculos que se alzan ante la humanidad impidiéndole seguir adelante. Es cada vez más una necesidad para impedir el retroceso hacia la barbarie, inclusive hacia la destrucción de las condiciones mismas de la vida sobre la tierra.