Chile: el golpe de Pinochet y sus lecciones

Textos del semanario Lutte Ouvrière - 13 de septiembre de 2023
13 de septiembre de 2023

El 11 de septiembre de 1973, en Chile, el ejército al mando del general Pinochet derroca al gobierno del socialista Salvador Allende. Vehículos blindados y aviación arrasaron la capital, Santiago, y bombardearon el palacio presidencial.

Se inició una represión feroz, rápida y sistemática contra la clase obrera y el campesinado, que llevaban meses mostrando su espíritu de lucha. Se inicia la caza de militantes obreros y de izquierda, con un gran número de detenidos, torturados y ejecutados. El comandante de uno de los estadios de Santiago, el Estadio Chile, donde iban a ser recluidos miles de prisioneros, se dirigió a ellos de la siguiente manera: "Ustedes son prisioneros de guerra. No sois chilenos, sois marxistas, extranjeros. Por eso hemos decidido mataros a todos y cada uno de vosotros.”

El ejército invadió las poblas, los barrios de chabolas de la capital, deteniendo a miles de trabajadores. El ejército disparó contra los campesinos desde helicópteros. La aviación bombardea pueblos enteros con napalm. Más de 3.000 personas fueron asesinadas a tiros o declaradas desaparecidas; 38.000 fueron torturadas. Los cadáveres flotaron durante mucho tiempo en el río que atraviesa Santiago, el Mapocho.

El primer decreto de la junta militar fue prohibir todos los partidos políticos de izquierdas y disolver los sindicatos de trabajadores. Aunque su intervención ha sido mucho más profunda culminando en el asesinato de toda una generación de militantes y ha aterrorizado a toda la población pobre.

La llegada al poder de Allende

Desde finales de los años sesenta, este país, cuya riqueza estaba en gran parte en manos de multinacionales extranjeras, principalmente estadounidenses, estaba en ebullición. Las huelgas se multiplicaron, sobre todo en las minas de cobre propiedad de las empresas estadounidenses Kennecott y Anaconda. La agitación afectó también a los barrios de chabolas. En Santiago, los sin techo ocuparon terrenos destinados a la especulación inmobiliaria. En 1970, los campesinos ocupaban cientos de grandes latifundios. Uno de cada tres trabajadores pertenecía a un sindicato. Los sindicatos campesinos, legalizados en 1967, contaban con decenas de miles de afiliados. En este contexto, Salvador Allende, líder socialista y viejo conocido del Parlamento, gana las elecciones presidenciales de septiembre de 1970.

Allende era el candidato de la Unidad Popular, una alianza formada un año antes entre el Partido Socialista, el Partido Comunista (el partido con mayor base en la clase obrera), el Mapu (Movimiento por la Unidad Popular), una escisión de izquierdas del Partido Demócrata Cristiano, y el Partido Radical. Las elecciones entusiasmaron a la población. Allende la saludó como "un nuevo punto de inflexión en la historia", la "marcha hacia el socialismo" por la vía democrática. Dirigentes sindicales del Partido Comunista y del Partido Socialista entraron en el gobierno.

En los meses siguientes, efectivamente se tomaron medidas sociales: se aumentaron los salarios más bajos, se amplió el derecho a la jubilación, se subieron las pensiones mínimas y se mejoró el acceso a la sanidad. Se construyeron viviendas y se limitaron los alquileres. No obstante, Allende quiso respetar la legalidad burguesa y no disgustar a los empresarios. La nacionalización de los sectores productivos debía ir acompañada de indemnizaciones a los propietarios, con excepción de las ricas empresas americanas del sector del cobre.

Sin embargo, frente a la resistencia de los poderosos, los trabajadores se movilizan: huelgas, ocupación de tierras para alojar a los sin techo, organización de pequeños campesinos y obreros agrícolas para acelerar la reforma agraria, considerada demasiado tímida.

Allende intentó calmar el impulso que su elección había alentado, sin embargo, la creciente militancia de las clases populares preocupó a la burguesía chilena. Lejos de confiar en que el gobierno le pondría fin, comenzó a emprender campañas para desestabilizarlo.

Ofensiva de la reacción respaldada por Estados Unidos

En octubre de 1972, la reacción pasó al ataque organizando manifestaciones masivas, paralelamente los grupos de extrema derecha intensificaban sus acciones terroristas. Con el apoyo encubierto del presidente Richard Nixon y de la CIA, la patronal se lanza al enfrentamiento, organizando una huelga del transporte por carretera. Los camioneros chilenos, en su mayoría pequeños empresarios, arrastraron a una parte de la pequeña burguesía hostil al gobierno y consiguieron asfixiar al país.

Los trabajadores reaccionaron impidiendo la paralización total de los suministros. Siguieron confiando en Allende, a pesar de que seguía haciendo concesiones a la oposición. Allende aceptó a tres generales en el gobierno. El ejército se vio así respaldado por el gobierno y por los dirigentes de las organizaciones obreras. Dos dirigentes del Partido Comunista se codean en este gobierno con sus futuros verdugos.

El 29 de junio de 1973 fracasa un primer intento de golpe de Estado. Los trabajadores reaccionaron inmediatamente, ocupando fábricas y creando brigadas de vigilancia. No obstante, ante la amenaza que seguía existiendo, Allende continuó encubriendo al ejército prometiendo que éste seguiría siendo leal. Los dirigentes de los partidos de izquierda canalizaron la movilización popular para que esta se mantenga dentro del límite de un apoyo al Gobierno. Cuando los tanques volvieron a salir a la calle el 11 de septiembre, los trabajadores se encontraron sin plan, sin dirección y sin armas.

El propio Salvador Allende murió cuando el ejército atacó el palacio presidencial. El golpe de Estado significó el fracaso de una política que había creído poder conseguir que la burguesía aceptara algunas reformas, garantizando que las reivindicaciones populares serían contenidas y, si era necesario, reprimidas. La burguesía chilena y sus protectores imperialistas prefirieron recurrir a la mano dura y a la represión sangrienta del ejército. El gobierno de la Unidad Popular, que se había esmerado en no atacar al ejército e incluso amparó, desarmó de antemano a los trabajadores y al pueblo que habían depositado su confianza en él, entregándolos a sus degolladores.

Aline RETESSE