Los ataques contra las condiciones de vida de las clases populares no dejan de multiplicarse en Alemania. De hecho no son recientes y han comenzado cuando Helmut Kohl era canciller, entre 1982 y 1998. Pero se han amplificado particularmente desde la reelección del canciller socialdemócrata Gerhard Schröder en septiembre de 2002.
Una ráfaga de ataques gubernamentales
Ya bastante desacreditado después de su primer mandato, Gerhard Schröder sólo ha conseguido mantenerse en la cancillería seguramente por haberse pronunciado, durante la campaña electoral, en contra de la implicación del ejército alemán tras el de Estados Unidos que preparaba entonces la invasión militar de Irak. Pero apenas reelegido, lanzó una serie de "reformas" que son todas ataques contra el mundo del trabajo.
Presentado su programa ante el parlamento en marzo de 2003, bajo el nombre de "agenda 2010" consiste, bajo el pretexto de que ya no habría dinero, en un replanteamiento sin precedentes del sistema de protección social con respecto al empleo, la enfermedad, la vejez o el paro. No podemos citarlo todo, de tan larga como es la lista de estos ataques, desde la congelación de las pensiones de jubilación en 2004, hasta la ampliación del derecho a despedir en las pequeñas empresas.
El ejemplo solo de la "reforma del sistema de salud", entrada en vigor en enero de 2004, es clarificador. Bajo el pretexto de que las cajas públicas del seguro de enfermedad tienen un ligero déficit (2,9 mil millones de euros sobre un total de 1,45 en 2003), la reforma consiste en hacer que los asegurados paguen más. Ya no se reembolsan las medicinas compradas sin receta como se hacía hasta entonces. Se suprime el acceso totalmente gratuito de los pacientes a los médicos. Los asegurados deben pagar una contribución concertada de 5 a 10 euros por visita así como una "suscripción" trimestral para acceder al sistema de salud. Se ha introducido un precio global de 10euros por cada día de hospitalización en un límite de 28 días. Muchas otras prestaciones han sido reducidas drásticamente y deberán de ahora en adelante estar cubiertas por un seguro privado (complementario) a veces obligatorio. Y la prensa está llena de ejemplos de hogares para minusválidos y de centros post-operatorios con dificultades porque los pensionistas no pueden pagar los suplementos que ya no están tomados a cargo. Además, a partir de enero de 2005, los beneficiarios de la Seguridad social deberán suscribir un seguro complementario público o privado para las prótesis dentales y a partir de 2008 para recibir indemnizaciones díarias en caso de enfermedad.
La reforma del seguro de desempleo conlleva, por su parte, una reducción del periodo de pago (reducido a 12 meses, en vez de 36, en febrero de 2006) y un endurecimiento de las condiciones para poder beneficiarse de él. A partir de enero de 2005, el régimen de ayudas sociales y el del paro de larga duración se deben fusionar. La prestación pagada a los parados de larga duración que ascendía a unos 650 euros se reducirá entonces a 345 euros en el Oeste y 331 en el Este. Hasta ahora, las ayudas sociales pagadas a los parados de larga duración completaban, hasta cierto punto, los ingresos que recibían por otra parte los beneficiarios de este subsidio. En el nuevo dispositivo, los ahorros de dichos beneficiarios se contabilizan como fuente de ingresos porque se considera que un parado debe consumir sus ahorros. En un primer proyecto, se suponía que consumía no solo los suyos sino los de sus hijos cuando éstos sobrepasaban los 750euros. Esta última disposición ha provocado tal escándalo que el gobierno ha debido alzar este umbral a 4100 euros.
Pero existen muchos otros criterios igual de chocantes de verificación de la "fortuna" de los parados. Así el hecho de tener un coche será tenido en cuenta. Si el valor de éste último sobrepasa los 5000 euros, habrá que venderlo si uno no quiere ver sus subsidios bajar. ¡ Desde luego, esto no va a facilitar la búsqueda de trabajo ! Pero todas estas medidas tienen en realidad como meta imponer a los parados que acepten cualquier empleo, incluso mal pagado.
Y el equipo de gobierno tiene aún muchos planes en cartera, como la supresión de otro día festivo, la creación, prevista para 2006, de un "seguro ciudadano" que debería sustituir las cotizaciones a las cajas de enfermedad (y abrir la puerta a los seguros privados) o también el aplazamiento de la edad legal de jubilación de 65 a 67 años.
La agresión patronal
Alentado por la actitud del gobierno, la patronal, por su parte, ha lanzado la ofensiva contra los trabajadores. Desde hace ya años, algunas empresas se han ido de las federaciones patronales a las que pertenecían para no tener que respetar los acuerdos salariales de ramo e imponer mejores acuerdos en su empresa. Según el Instituto alemán para la investigación económica DIW, en 2002, solo el 70% de los asalariados de Alemania del Oeste y el 55 % de los de Alemania del Este estaban todavía cubiertos por acuerdos de convenios colectivos.
Un primer conflicto ha tenido lugar en junio de 2003 cuando el sindicato IGMetall ha lanzado una lucha para obtener que el horario legal de trabajo de los 310000 obreros metalúrgicos del Este (38 horas) sea ajustado al del Oeste (35 horas desde 1995). La patronal se negó a negociar como era costumbre hasta entonces en Alemania. Y como IGMetall había agotado sus fuerzas en cuatro semanas de huelgas y movilizaciones limitadas y aisladas de empresa en empresa, sin entablar una verdadera lucha de conjunto, ha tenido que parar la huelga sin haber obtenido nada.
Muy rápidamente, la patronal ha encontrado otro ángulo de ataque. Ha pretendido que los sueldos eran demasiado elevados en Alemania, que no se trabajaba bastante en el país, y ha intentado imponer un aumento del tiempo de trabajo sin aumento de los salarios. El productor de neumáticos Continental y el fabricante de equipos médicos B. Braun han sido de los primeros en hacerlo, desde finales de 2003. En 2004, la ofensiva se ha generalizado tanto en las pequeñas como en las grandes empresas. Así hemos podido ver a grandes trusts de grandes beneficios, como Siemens o Daimler-Benz (primer grupo alemán por el volumen de negocios), pero también Opel, numerosos bancos o Lufthansa, efectuar un chantaje al empleo amenazando con deslocalizar la producción, en particular a Europa del Este, a fin de salirse con la suya.
En realidad, las amenazas de deslocalización abanderadas hoy de forma sistemática por la patronal son en gran parte intoxicación. Así, en una encuesta realizada en 2003 por la Federación alemana de cámaras de comercio y de industria, el 18% de las empresas industriales declaraba haber efectivamente deslocalizado parte de su producción durante los tres años anteriores. Pero, en 1993, fueron el 24% en haberlo hecho. Por lo tanto, el movimiento actual de deslocalización ni es nuevo ni está en alza. Pero, como en muchos otros países, la amenaza de deslocalización se utiliza como chantaje. Y lo que busca la patronal es sencillamente, al hacer trabajar algunas horas más gratuitamente, bajar el coste de los salarios y aumentar los beneficios.
Pero, prepara ya nuevos ataques. Así, Michael Rogowski, el presidente del BDI (la Federación de la industria alemana) reivindica una reducción de las vacaciones pagadas anuales de seis a cinco semanas en la metalurgia. ¡Y el mismo ha tenido la desfachatez, en una entrevista concedida al semanal Die Zeit a principios de septiembre, de reclamar que los patronos ya no coticen sencillamente nada en absoluto para el paro o la seguridad social!
Los buenos tiempos para la burguesía
Vencida durante las dos guerras mundiales que había desatado para intentar obtener un nuevo reparto del mundo a su favor, la burguesía alemana tuvo, a partir de 1945, que renunciar a jugar un papel político de primer plano en el ámbito internacional para concentrarse en la restauración de su potencia económica y el mantenimiento de sus beneficios. Y muy bien que lo ha logrado.
El inmenso mercado de la reconstrucción del país (cuyas infraestructuras estaban destruídas en gran parte) y la ayuda americana (mediante el plan Marshall) han contribuido a un nuevo arranque de la economía. Pero la burguesía no había olvidado que había estado cerca de perder el poder al final de la Primera Guerra mundial y amenazada todavía en varias ocasiones en los años veinte. Seguía temiéndole al proletariado, incluso si éste había salido de la guerra debilitado, después de doce años pasados bajo la bota nazi y meses bajo los bombardeos de terror realizados por los Aliados sobre los barrios obreros de las grandes ciudades. Por lo tanto, eligió comprar la paz social mediante un tira y afloja, para todo un periodo. El periodo de expansión económica de los años cincuenta a setenta le dio la posibilidad de hacerlo, permitiendo que el nivel de vida de los trabajadores aumentase con regularidad. Paralelamente, toda una serie de mejoras fueron llevadas a cabo en torno a la protección social.
Pero la burguesía también recurrió a la represión contra todos los que hubiesen podido representar una contestación cualquiera a su poder. El Partido comunista estuvo prohibido de 1956 a 1968, fueron instituidas "prohibiciones profesionales" en la función pública contra todos los que se sospechaba que fuesen enemigos de la Ley federal (que hace las veces de Constitución en Alemania).
Además, se impuso una "obligación de paz social" a los sindicatos firmantes de un acuerdo salarial para toda la duración del acuerdo. Al mismo tiempo, fueron asociados a la gestión de los intereses patronales mediante un sistema de cogestión. A partir de 1946, varias grandes empresas han ofrecido puestos a los sindicatos en su consejo de vigilancia. Después, este sistema fue ampliado por la ley en 1951 (bajo un gobierno de derechas) y luego fue generalizado en 1976 por el Partido socialdemócrata (SPD) entonces en el poder.
Por fin, la dictadura antiobrera que reinaba en el Este pero que se ataviaba con la etiqueta comunista ha servido de espantapájaros y ha contribuido a convencer a los trabajadores del Oeste que hacía falta aceptar lo que los turiferarios del capitalismo bautizaron con el nombre de "economía social de mercado".
Todo este contexto ha hecho que la burguesía se haya beneficiado de una situación extremadamente favorable para hacer fructificar sus negocios, sin tener que estar confrontada a un problema social de envergadura. La agitación estudiantil de los años sesenta ha impulsado poco a la clase obrera a la lucha, como ocurrió a diversos niveles en numerosos países, en especial Francia e Italia. Y desde hace décadas, Alemania es uno de los países occidentales donde el número de días de huelga es el más bajo: 11 días por 1000 asalariados para todo el periodo de 1990 - 2001, contra 51 en Estados Unidos o 327 en España, según el Instituto IFO de Munich.
Después de la caída del Muro de Berlín, el capital se ha abalanzado hacia el Este. No era para invertir o desarrollar la economía germano oriental, a la que justamente le faltaba capital. Al contrario, se han despedazado empresas, vendidas baratas, a todos los burgueses, pequeños y grandes, del Oeste, que solo han adquirido los sectores, incluso los talleres, que juzgaban más rentables. Las demás han sido cerradas a fin de eliminar toda competencia. Paralelamente, se ha abierto el mercado germano oriental a las cadenas de supermercados germano occidentales que se han implantado allí, aprovechando las generosas subvenciones y lo han inundado de sus productos.
Todo esto ha generado abundantes beneficios. Pero este auge solo ha durado dos o tres años. A partir de la recesión económica de los años 1992-1993, algunos han empezado a hacerse oir para poner en tela de juicio el "modelo renano". La caída del Muro ha vuelto a la burguesía más insolente. A partir de ese momento, ya no tenía razones políticas de mantener una protección social un poco superior a la que se practicaba en los países vecinos.
La fábula del declive de Alemania
Justifican los ataques actuales en nombre de la preservación del "sitio de producción de Alemania", que estaría en peligro debido a "gastos de producción" - es decir salarios - demasiado elevados. Esto es la propaganda que se les sirve a los trabajadores. Pero en los folletos de propaganda, tanto del gobierno como de las autoridades de los Länder, se oye otro cantar para atraer a los inversores extranjeros, tal como éste que proclama que en Alemania "es cierto que los sueldos son más elevados pero la productividad y la presencia en el trabajo también; y el impuesto sobre los beneficios de las empresas ha bajado considerablemente en el país estos últimos años". Y concluye : " Si se consideran los gastos globales, para un inversor, Alemania se sitúa en la zona media de la Unión europea". Además, desde hace unos diez años, los salarios están estancados, su aumento apenas es superior a la inflación oficial.
Es cierto que la economía alemana ya no está en fase de expansión acelerada como en los años sesenta. Y desde hace dos años, el déficit del presupuesto sobrepasa el 3%, lo máximo teóricamente impuesto por el pacto de estabilidad europeo. Pero nada es más falso que hablar de una regresión industrial de Alemania. En los últimos 25 años, el valor de la producción industrial ha seguido aumentando, en valor constante, el 2% por año. Y sobre todo, los beneficios de la burguesía siguen en plena forma. En una encuesta publicada este verano, el periódico Die Welt presentaba los resultados de las cien mayores empresas alemanas en 2003:67 habían realizado beneficios y solo 17 anunciaban pérdidas (las demás no dieron sus resultados).
En cuanto a la balanza comercial, es excedentaria, como en los mejores tiempos de los años setenta. Incluso, Alemania se ha convertido, en 2003, en el primer exportador mundial (delante de Estados Unidos y Japón). ¡Si este resultado se debe en parte a la apreciación del euro con respecto al dólar, no es desde luego el indicio de una economía en crisis!
Y además, el capital alemán también se ha vuelto a afincar en su "hinderland" natural:Europa del Este donde es el primer inversor. Así, los constructores alemanes realizan el 63% de la producción de coches particulares de los nuevos diez países que entraron en la Unión Europea el 1 de mayo de 2004. Pero es también el caso en otras partes del mundo como en China, donde los trusts alemanes representan la tercera parte de la producción de automóviles.
La situación de los trabajadores empeora
Desde hace años, el paro se mantiene a un nivel elevado. Afectaba, en agosto de 2004, a 4300000 trabajadores, o sea el 10,5% de la población activa. Éstas son las cifras oficiales pero, como en muchos países, minimizan la realidad. Algunas fuentes citadas por el instituto DIW de Berlin, aunque próximas a los circulos patronales, estiman que 2,5 millones de personas se benefician de las medidas de "tratamiento social del paro" (cursillos de formación, contratos de inserción...) y que la tasa de paro real rondaría el 16%. El paro afecta en especial al Este del país. Pero, si en el Oeste la media "solo" es de 8,4%, ¡en una gran ciudad obrera del Ruhr como Dortmund, la tasa de paro alcanza el 15,4% !
Si los trabajadores, que tienen un empleo en las grandes empresas, tienen todavía, a pesar del retroceso, ingresos relativamente elevados, en muchas otras, se trabaja por un sueldo de miseria. Un reportaje, difundido en la cadena de televisión pública ZDF mostraba así, el pasado mes de junio, como la Agencia para el empleo de Nuremberg mandaba limpiar sus locales por empresas que imponen a sus empleadas un ritmo de trabajo frenético, por un salario de 4 euros, por debajo de la tarifa legal del sector.
Los "trabajillos" se multiplican también. Se trata de pequeños empleos a 400 euros para los cuales los costos de los empleadores son dos veces menores que los de un sueldo normal. En otoño de 2003, 5,9 millones de personas ejercían uno de esos "trabajillos". Para algunos, representan un trabajo complementario que les permite llegar a fin de mes. Pero para otros, se trata del único empleo real. Y ya se anuncia para 2005 empleos a 1 euro por hora en las administraciones locales o las asociaciones, que los parados de larga duración estarán obligados a aceptar bajo pena de ver bajar sus subsidios.
En los Landër del Este, la situación es catastrófica. Mientras que en la RDA, debido a una disminución regular de su población, había escasez de mano de obra, desde la reunificación ha habido allí una explosión del paro. Las empresas que no han cerrado sus puertas han sido "racionalizadas":en algunos años dos millones y medio de empleos han sido destruidos. El porcentaje de desocupados es hoy allí del 18,3%. En la región de Leipzig había 500000 empleos industriales en 1989. Hoy en día solo quedan 12000, y algunos trabajadores están en paro desde hace más de diez años. Toda la población, a la que el canciller Helmut Kohl había prometido "paisajes florecientes", vive esta situación como una profunda humillación.
En el Este, los salarios son, legalmente, inferiores a los del Oeste... pero los precios son los mismos. Está bien visto entre los políticos, como acaba de hacerlo de nuevo, a principios de septiembre de 2004, el presidente de la República Horst Köhler, explicar que enormes cantidades de dinero (más de 1,2 billones de euros en 15 años) se han consagrado, en vano, a subvencionar los nuevos Landër. Pero estos fondos han servido ante todo a las empresas:en subvenciones para "crear empleos", en pago de las indemnizaciones por desempleo de trabajadores despedidos, y también en equipamientos como autopistas, redes telefónicas, etc. El Este del país también ha perdido más de un millón de habitantes en un periodo de 15 años. Y 500000 personas hacen a diario un largo desplazamiento al Oeste para trabajar.
La consecuencia de todo esto es que la pobreza no cesa de aumentar en una Alemania donde había prácticamente desaparecido desde la guerra. El porcentaje de la población que vive por debajo del umbral de pobreza ha pasado del 9,2% en 2000 al 12 % en 2003. Y la situación solo podrá empeorar cuando todas las medidas de la "Agenda 2010" hayan entrado en vigor.
La cobardía de los sindicatos
La patronal solo ha podido imponer estos sacrificios con la ayuda de todos los gobiernos que se han sucedido desde hace 15 años. Pero también, porque, ante esta situación, los sindicatos no han organizado ninguna contraofensiva. Para "salvar" los acuerdos salariales o el empleo, aceptan retroceso tras retroceso.
Sin embargo, los sindicatos alemanes tienen la reputación de ser potentes:la Federación sindical alemana (el DGB), ligada a la socialdemocracia, reúne todavía hoy 7,7 millones de miembros. Se ha vanagloriado, durante años, de haber obtenido "avances" a la vez de haber permanecido "responsable" y de no haber puesto en peligro la economía por huelgas demasiado frecuentes. En realidad, si una parte de esta fuerza era el reflejo de antiguas tradiciones de organización del movimiento obrero alemán, el DGB solo era tan potente porque la burguesía estimaba que era de su interés mantener y dar crédito a este interlocutor y actor de la cogestión.
Hoy en día, en la medida en que esta misma burguesía vuelve atrás sobre lo que había concedido durante el periodo anterior, el DGB resulta incapaz de organizar una respuesta a la altura de los ataques actuales. En realidad, sus dirigentes no lo desean, no solo porque están demasiado ligados al partido actualmente en el poder, el SPD, sino también porque son, intrínsecamente, defensores de la economía basada sobre el provecho más que defensores de los intereses obreros. Así han participado a la comisión Hartz, que ha preparado las medidas contra los parados y han aceptado su idea, solo oponiéndose al margen al pedir una modificación de las medidas más duras contra los desocupados.
Para la clase obrera, la situación se traduce por un profundo retroceso. De momento, encaja los golpes y una fracción importante de ella está desorientada, desmoralizada. Tanto más, que los trabajadores tienen a todo el mundo en contra de ellos: la patronal, el gobierno SPD-Verdes, la oposición parlamentaria de derechas (que ha votado todas las medidas antiobreras de Schröder e incluso ha aprovechado la mayoría que tiene en el Bundesrat - que corrresponde al Senado - para agravarlas) pero también a los dirigentes sindicales.
El descontento de la población se expresa entre otras cosas, en las elecciones: subida importante de la abstención, retroceso significativo del SPD, progreso electoral de la extrema derecha en especial en las elecciones regionales de septiembre de 2004. Pero es evidente que esto no hará que el SPD cambie nada de orientación. De hecho no es una casualidad que sea él quién se encargue de desbancar toda una serie de conquistas sociales del periodo precedente. El patronato espera de él que utilice su influencia para hacer aceptar sin altercados el conjunto de estos retrocesos. Los dirigentes del SPD son conscientes de ello y están dispuestos a pagar el precio, aunque su partido tenga que desacreditarse profundamente ante la clase obrera. El SPD tiene detrás de sí una larga tradición de servilismo y bajeza al servicio del orden burgués, y para sus dirigentes no puede ser cuestión de replantearla.
Por su parte, el Partido del Socialismo Democrático (PDS), heredero del partido estalinista de Alemania del Este, que no había alcanzado la barrera del 5 % en las elecciones legislativas de 2002, está en alza en todas las elecciones que han tenido lugar desde entonces, de forma notable en el Este donde conserva una red militante importante, pero también en el Oeste donde permanece no obstante muy débil a nivel organizativo. Esto traduce sin duda cierta consciencia, por parte de los trabajadores germano orientales, de que la reunificación no ha aportado la felicidad que se les prometió. Pero al mismo tiempo, hay algo grotesco en el hecho de que las masas no tengan otra posibilidad, para expresar su descontento, sino de volverse hacia un partido que ha ejercido el poder durante cuarenta años en nombre de la clase obrera pero sobre todo contra ella.
Después de haber sido estalinista, el PDS se ha transformado en un partido socialdemócrata que se distingue del de Schröder sobre todo por el hecho de no estar asociado al poder gubernamental federal. Allí donde ha adquirido el peso suficiente para ejercer responsabilidades, se comporta como su gran rival. Es el caso en dos Landër del Este de Alemania, entre los cuales Berlín, donde el PDS gobierna con el SPD y aplica lealmente la misma política de austeridad.
Para la clase obrera, no es el porvenir. Para defenderse e imponer su derecho a vivir y a trabajar dignamente, los trabajadores de Alemania solo tendrán como posibilidad la lucha colectiva. Ojalá que las "manifestaciones de los lunes" que se han llevado a cabo desde finales de julio contra la reforma de los subsidios de desempleo sean los primicios de tal combate, así como la manifestación organizada el 1 de noviembre de 2003 en Berlín contra el "desmantelamiento social", sin apoyo de las direcciones sindicales, y que, sorprendiendo a todos, reunió a 100000 manifestantes, o también como cierto número de acciones locales (huelgas, manifestaciones) que han tenido lugar desde hace un año. Pero si representan una señal de esperanza, estas iniciativas siguen siendo de momento minoritarias.
El peso del DGB no favorece la aparición de movimientos de protesta potentes, los únicos que podrían hacer temer a la burguesía y a su gobierno de tener algo que perder y obligarlos a dar marcha atrás. Para ello, habría que retomar el camino de la huelga, de la verdadera, romper con la práctica actual de ceses de trabajo previstos con semanas de antelación, entre dos sesiones de negociación, que forman parte del juego social institucionalizado entre la patronal y los sindicatos. Habrá también que volver a la costumbre de reunirse, de debatir y de decidir, de participar activamente en las luchas y darse la posibilidad de controlarlas democráticamente. Las tradiciones de organización y de educación del movimiento obrero pueden ayudar a ello. Pero también será necesario que los militantes obreros que ven la situación empeorar y que quieren actuar tomen conciencia de que el periodo precedente es tiempo pasado; que la "cogestión" que siempre ha sido un engaño pero que en el contexto pasado podía traducirse en algunas mejoras, solo consiste de ahora en adelante en avalar nuevos retrocesos.
29 de septiembre de 2004