Todo lo que tienen, lo han robado

Textos del semanario Lutte Ouvrière - 3 de noviembre de 2025
3 de noviembre de 2025

El llamado impuesto Zucman, un gravamen del 2 % sobre el patrimonio de los 1.800 hogares que poseen más de 100 millones de euros, ha sido definitivamente rechazado por votación en la Asamblea Nacional.

¡Por cierto, este impuesto no era nada del otro mundo! No les quitaba a los capitalistas nada de su poder para explotar a millones de trabajadores. Ni siquiera habría mermado sus inmensas fortunas, ya que estas aumentan a un ritmo medio del 5-6 % anual. Solo daba la ilusión de un poco más de justicia social, y por eso el Partido Socialista lo defendió, antes de dejarlo caer a cambio de negociar otros acuerdos con el primer ministro, Lecornu.

Aun así, este impuesto fantasma hizo saltar a la burguesía, quien desencadenó una intensa campaña mediática. “¡Expropiación!”, “¡Furia fiscal!”, gritaban algunos, como si estos ultrarricos fueran a ser echados a la calle u obligados a alimentarse en los comedores sociales.

Podríamos reírnos si no fuera tan indignante. Porque millones de mujeres y hombres tienen verdaderas dificultades para alimentarse, alojarse, calentarse y cuidarse. Cientos de miles de personas han sido despedidas, privadas de su medio de vida, expulsadas de sus hogares porque ya no pueden pagar el alquiler o sus deudas. Y se ven obligadas a pagar sus impuestos, empezando por el 20 % de IVA que grava la mayoría de las compras.

Bernard Arnault, que en 2024 recibió tres mil millones de dividendos del grupo LVMH y los depositó en su holding financiero para que no fueran gravados, intervino personalmente: el impuesto Zucman, que según él fue concebido por “un militante de extrema izquierda”, demostraría la “voluntad de hundir la economía francesa”.

El Gobierno, los políticos de centro y derecha, así como Le Pen y Bardella, acudieron en ayuda de “los pobres y los huérfanos”. Todos se opusieron a la imposición de “bienes profesionales”. ¡Como si defendieran el taller del artesano, el horno del panadero o el coche del conductor de VTC!

En un lenguaje muy gráfico, Lecornu declaró que eso sería “matar a la vaca”, es decir, “renunciar a cualquier posibilidad de tener leche algún día”. Pero los más ricos del país, las familias Arnault, Pinault, Hermès, Wertheimer, propietaria de Chanel, y la familia Bettencourt Meyers, al frente de L'Oréal, no han invertido en un rebaño de vacas ni en productos indispensables para la sociedad, sino en arte, lujo y cosmética. Si tenemos leche, se lo debemos al trabajo de los campesinos y los obreros que no temen arremangarse y meter los pies en el estiércol.

Los supuestos “bienes profesionales” de estos 1.800 multimillonarios son acciones que poseen en grupos industriales y comerciales, y a menudo nunca han pisado las fábricas o los almacenes que poseen.

Y es demasiado honroso calificarlos de inversores. Son rentistas que invierten su capital donde esperan ganar el premio gordo. En las últimas décadas, solo se han dignado a invertir donde el Estado les ayudaba y les garantizaba el premio gordo.

Recientemente, dejaron que la empresa Carmat, que fabricaba corazones artificiales, quebrara por falta de 350 millones de euros. Nuestros supuestos inversores no se interesaron por esta empresa que salvaba vidas. ¡Solo les interesan las subidas de las cotizaciones bursátiles del sector militar y de la inteligencia artificial!

Así que no dejemos que se diga que la sociedad depende de ellos, que la prosperidad del país depende de la suya y que solo vivimos gracias a ellos. Es todo lo contrario. Estos ultrarricos son unos parásitos de primera clase, inútiles cuando no son perjudiciales.

Esos millones en capital, lejos de ser un motivo de veneración a esos nuevos dioses intocables, deberían pertenecer colectivamente a todos los trabajadores desde hace mucho tiemp, ya que han sido sudados por generaciones de obreros, técnicos, empleados e ingenieros. ¡Porque nosotros lo producimos todo, incluido el capital del que se valen para explotarnos y dominarnos!

Entonces, cuando seamos capaces de hacerles retroceder con nuestras luchas y ellos recurran a su chantaje habitual, amenazando con abandonar el país, habrá que ir más allá en el pulso y decirles: “¡Marchaos, nos quedamos con las fábricas, las empresas, los bancos y el capital que hemos producido! ¡Marchense, sabremos invertir en lo que es útil y haremos funcionar la sociedad a nuestra manera, es decir, no para obtener beneficios, sino para satisfacer las necesidades de todos!”.

Nathalie Arthaud

Editorial de los boletines de empresas del 3 de noviembre de 2025