La violencia contra las mujeres: una opresión histórica

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Febrero 2004

(El artÃculo que sigue a continuación es el texto de una charla-coloquio realizada y organizada en Sevilla el 23 de enero por nuestros militantes y simpatizantes)

Al menos 70 mujeres fueron asesinadas a manos de sus parejas en el 2003; un aumento del 23% respecto al 2002 en que fallecieron 52 según el Instituto de la Mujer, que toma sus datos del Ministerio del Interior. La Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas facilita una cifra mayor: han sido 96 las mujeres asesinadas en 2003.

La muerte por violencia es, según las estadÃsticas del Consejo de Europa, la primera causa de mortalidad de la mujer entre 16 y 44 años en Europa, por delante del cáncer y de los accidentes de tráfico. 13 de las muertas, en AndalucÃa, que ostenta un lamentable primer puesto en el 2003; Cataluña iguala esta cifra, siguiendo la comunidad valenciana. Tan solo en el PaÃs Vasco no se registraron vÃctimas mortales el año pasado. En cuánto a las denuncias, hasta septiembre del 2003 se hicieron 37.959 por malos tratos, cifra muy inferior a la real puesto que, al parecer, solo se denuncian un 10% de los casos de violencia doméstica.

Y hablamos de la Europa civilizada; En otros paÃses, como por ejemplo Arabia SaudÃ, la segregación de sexos es norma; las mujeres no pueden conducir ni salir solas a la calle sino acompañadas de un varón que además del marido puede ser el padre, un hermano o hijo, en definitiva con quien el grado de parentesco haga imposible el matrimonio, elegido además por el padre.

Sin querer entrar en el macabro baile de cifras que se está produciendo según la fuente que informe, lo que es innegable es que se ha producido un incremento de la violencia contra las mujeres a pesar de la entrada en vigor de la orden de protección a las vÃctimas de agosto de 2003, con el consenso de todos los grupos parlamentarios. Esta orden permite al juez tomar medidas penales y civiles en defensa de las vÃctimas, ordenar la protección policial de los alejamientos y activar ayuda social y económica. Pero la realidad es tozuda: muestra la insuficiencia de todas estas medidas que más parecen encaminadas a lavar la buena conciencia oficial. Por cierto que hace unos dÃas el Tribunal Supremo ha rebajado de 5 años de cárcel a 1 año y siete meses, la pena para un hombre por haber arrojado a su pareja por el balcón de su casa en Mijas, con una altura de 6 metros, tras una discusión, al considerar que no habÃa "ánimo de matarla".

En definitiva, el siniestro balance del 2003: 5 vidas al mes, uno de los años más trágicos en España. La última muerte llegó recién comenzado el año, el dÃa 1 de enero en Palma de Mallorca, lo que supone una tregua de 12 dÃas respecto al último asesinato, además hiriendo de gravedad a dos de los hijos de la vÃctima, con una escopeta. PoseÃa permiso de armas por licencia de cazador. El asesino habÃa sido denunciado por malos tratos y amenazas de muerte. En un juicio por faltas celebrado en Palma en julio de 2002 fue absuelto por faltas de pruebas, ante la incomparecencia de la mujer. Al parecer la mujer habÃa retirado las denuncias y habÃa solicitado que se le retirara la orden de alejamiento, no es difÃcil intuir el por qué.

Lo que está ocurriendo con las mujeres demuestra que la sociedad humana aún no ha terminado su prehistoria. El fondo del problema no es solo la consideración de la mujer como propiedad privada del hombre, pues la violencia de estos hombres contra las mujeres expresa que en la cabeza de éstos sus compañeras son suyas y de su propiedad. Pero además hay algo aún peor si cabe: considerarla un ser inferior. Tras la igualdad jurÃdica formal, las desigualdades sociales entre los hombres y las mujeres se perpetúan; sobre las mujeres sigue pesando fundamentalmente el peso de la casa, de los hijos, y de un trabajo con frecuencia peor pagado que el hombre. Por ello la mujer aún ocupa un lugar insignificante cuantitativamente hablando en la vida social y polÃtica.

Las mujeres en la historia

Dicho esto resulta difÃcil imaginar que antes del nacimiento de la agricultura, durante milenios, la mujer no solo fue un elemento fundamental en su comunidad sino que se constituyó en la base socioeconómica que hizo posible la supervivencia de los grupos humanos puesto que tenÃan en sus manos la producción y distribución de alimentos, recolectando tubérculos, vegetales y semillas. Cuando un adulto joven lograba una pieza de caza la compartÃa con quien habÃa compartido su comida con él, o sea su madre y hermanos; por supuesto no con el padre biológico que siempre le ignoró.

El paso de las sociedades recolectoras del PaleolÃtico a las sociedades agricultoras del NeolÃtico conllevó grandes cambios estructurales; la recogida de comida dio lugar a la producción de la misma y la caza a un modo de vida sedentario. La implantación de la agricultura convulsionó la organización social y las estructuras religiosas, que de venerar a diosas pasó a venerar a dioses masculinos. La agricultura supuso un adelanto que permitió controlar e incrementar las posibilidades de supervivencia de cada comunidad al lograr fuentes estables de alimentos; propició el nacimiento de una forma de vida sedentaria cerca de las tierras que podÃan explotarse. Se ganó en comodidad y recursos alimentarios y ello provocó el aumento progresivo del número de individuos en cada asentamiento. Se construyó una casa a la que regresaba después de cazar y pescar.

Asà empezó la división del trabajo: el hombre se dedicó a la caza, a la pesca y a la guerra y la mujer cuidaba de la casa, de los hijos, desempeñaba todas las labores de la casa, tejÃa las telas. Cuando empezó el cultivo de la tierra y se inventó el arado, ella fue la primera bestia de carga y a ella correspondió también la recogida de las cosechas. Es en la división de la sociedad en clases y no en las diferencias biológicas dónde reside la causa que hace que desde hace años, la mujer se halla reducida a una posición secundaria. Con la llegada de la agricultura no se dejó de cazar ni de recolectar alimentos silvestres, pero como hemos dicho, el aumento de la población obligó a depender cada vez más de las propias cosechas de cereales y leguminosas, asà como del ganado doméstico. El esfuerzo de alimentar a una comunidad creciente exigÃa más cultivos y mayor producción asà que los varones tuvieron que ponerse a ayudar en los cultivos.

Se construyeron viviendas mejores y más permanentes, se desarrollaron mejores herramientas: la cerámica para almacenar granos fue el gran descubrimiento. Los excedentes de alimentos dejó poco a poco de ser un fin en sà mismo para producirlos con intencionalidad de intercambio. Con el beneficio de estos excedentes se pudo comenzar a mantener especialistas a tiempo completo, encargados de manufacturar utensilios cada vez más valiosos para la comunidad. El incremento de la complejidad social precisó de nuevas formas de organización y de alianzas, incluso con otras comunidades. Asà nacieron los Estados.

La posición de dueño que adoptó el hombre, ya que la mujer fue apartada paulatinamente de su papel productivo, produjo consecuencias que llegan hasta nuestros dÃas. La mujer como vemos era una inestimable obrera y adquirió un valor: se convirtió para el hombre en objeto de cambio muy buscado, cuya compra negociaba con el padre de la joven, con ganado, animales adiestrados en la caza, armas o frutos de la tierra. Asà las mujeres eran cambiadas por objetos de valor y asà entra la mujer a ser propiedad del hombre. Es aquÃ, digámoslo de paso, donde está el origen de la entrega de las arras en muchos de los matrimonios actuales.

En definitiva, haciendo un breve resumen de lo dicho, podemos decir que en las comunidades cazadoras y recolectoras, de la Prehistoria, las mujeres llevaban una vida activa como productoras y por tanto una amplia libertad para desplazarse y mantener relaciones sociales de todo tipo. Pero con la llegada de la agricultura la actividad de las mujeres prácticamente quedó relegada al ámbito del hogar, con lo que no solo se redujeron sus posibilidades de interrelación social sino también el aprendizaje de las nuevas áreas que serÃan fundamentales.

En todo este proceso evolutivo, hay que decirlo, son las condiciones materiales y no una maldad intrÃnseca del hombre, las que hacen de la mujer un ser sometido: cuándo el cultivo intensivo requirió más extensión y fuerza, habÃa que cambiar de terrenos que se agotaban y cultivar lejos del hogar, se debÃa emplear mucho tiempo en mantener en buen estado los primitivos sistemas de riegos y otras estructuras indispensables para el cultivo. En esas circunstancias era el hombre, capaz de desligarse de la actividad reproductiva y de crianza, el que se encargó de ello.

El hombre se convirtió asà en el proveedor que nunca antes habÃa sido y la mujer quedó atada a su función reproductora y encargada de las tareas del hogar, actividades importantes pero que fueron perdiendo prestigio en la misma medida en que comenzaron a valorarse los excedentes productivos que originarÃan nuestra civilización. Asà pues es en la división del trabajo y no en aspectos meramente biológicos dónde debemos mirar para comprender la discriminación que desde tiempos remotos ha sufrido y sufre la mujer. Lo lamentable es que en la actualidad, después de tantos avances en todos los terrenos, la mujer sigue estando discriminada y apartada de las esferas importantes de la sociedad

Y aunque esta visión de la prehistoria puede ser contestada por algún antropólogo o historiador que niegue el papel de la mujer tal y como lo hemos contado a pesar de que existen restos arqueológicos que confirman lo dicho, lo que es innegable puesto que ya existen evidencias escritas, es que con el paso del tiempo las formas de opresión se modifican pero la sujeción continúa.

En la antigüedad, la mujer griega honrada no podÃa presentarse en ningún sitio público; iba siempre cubierta por las calles y vestida con gran sencillez; su instrucción, elemental, se descuidaba a propósito. Era una máquina para hacer hijos, el perro fiel de la casa. Demóstenes decÃa "nos casamos para tener hijos legÃtimos y una fiel guardiana de la casa; poseemos compañeras de tálamo para servirnos y cuidarnos y hetairas para los goces del amor". Aristóteles, por su parte, pensaba que "la mujer debe ciertamente ser libre; pero subordinada al hombre, aun cuándo no le negaremos el derecho de dar un buen consejo".

En los primeros siglos de la fundación de Roma la situación de la mujer era tan degradada como en Grecia. Obtuvo algunos derechos, como el de heredar, pero siempre se la consideró menor de edad. No podÃa disponer de nada sin permiso de su tutor. Según el derecho romano el hombre era propietario de la mujer, que ante la ley carecÃa de voluntad propia. El matrimonio era para la mujer la ceremonia por la cual se separaba de su familia original para entrar en la familia de su marido, de la que dependÃa su tutela e incluso la de los hijos que ella tuviera

Las religiones monoteÃstas: enemigas de las mujeres

Luego llegó el cristianismo, cuyo auge habÃa precedido un poco la caÃda del imperio romano, para el cual la mujer es la impura, la corruptora que trajo el pecado a la tierra, perdiendo al hombre. Además de ser un simple apéndice del hombre (Eva sale de la costilla de Adán). El pecado original de Eva fue rápidamente asociado a la sexualidad: la mujer, decÃa San AgustÃn, es una fornicadora peligrosa. Si alma no podÃa ser más que torva y perversa. Por ello Clemente de AlejandrÃa decÃa "todas las mujeres deberÃan de morir de vergüenza tan solo de pensar que son mujeres".

Pero no solo el cristianismo: todas las religiones monoteÃstas, por opuestas que sean, la religión judÃa, la cristiana y la musulmana, tienen un punto en común indiscutible: considerar a la mujer como un ser inferior por esencia.

Hace unos dÃas los medios de comunicación informaban de que la Audiencia de Barcelona acaba de condenar a 15 meses de prisión al imán de Fuengirola, por incitación a la violencia contra la mujer. Este imán, considerado uno de los grandes sabios del Islam en España, es el autor de un libro dónde se da consejos al hombre para tener atada a la mujer; no duda en recomendar la mejor forma de pegar a la mujer sin dejar señales demasiado vistosas "utilizando una vara no demasiado gruesa para no dejar cicatrices o hematomas"... "los golpes no deben de ser muy fuertes y duros porque la finalidad es hacer sufrir psicológicamente y no humillar ni maltratar fÃsicamente".

Pero si hoy la suerte de las mujeres en las sociedades ricas de Occidente es sin duda mejor que la de la mayor parte de Asia, Ã?frica, América del Sur u Oriente Medio, no es porque el cristianismo o el judaÃsmo sean por esencia menos reaccionarios que el islamismo. Por poner solo un ejemplo el rezo cotidiano de un creyente judÃo consiste en dar tres gracias a Dios: "Benditos seas por no haberme hecho nacer no judÃo; bendito seas por no haberme hecho nacer esclavo; y bendito seas por no haberme hecho nacer mujer".

Los comienzos del mivimiento obrero: comienza la lucha por la emancipación de las mujeres

Debemos llegar al siglo XIX, y gracias al movimiento obrero, fundamentalmente gracias a hombres como Engels o Bebel, y mujeres como Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin (dirigentes socialistas alemanes) para que se afirme el carácter histórico de las relaciones familiares y para que la estructura familiar burguesa y la opresión global de las mujeres sean contestadas.

Desde el nacimiento del movimiento comunista la denuncia contra la dominación de la mujer fue parte integrante de su propaganda. Marx y Engels en sus tiempos fueron muy criticados por sus adversarios acusados de querer la destrucción de la familia. Engels publicaba entonces "El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado" cuyo objetivo principal era demostrar que las formas establecidas de parentesco, de organización social y de propiedad, no es una herencia inmutable sino que han seguido una evolución determinada condicionada, fundamentalmente, por el desarrollo económico de los pueblos; luchaba contra aquellos que sostenÃan que la situación subordinada de la mujer era algo "natural" y no algo histórico, ligado a la división de la sociedad en clases. Dijo que el grado de emancipación de la mujer era un Ãndice del grado de emancipación social general.

La igualdad es el comunismo

Bebel por su parte escribió "La mujer en el pasado, el presente y el futuro", libro que fue base en la educación polÃtica de los socialistas de la época. El partido socialista fue el primero en escribir en su programa polÃtico "igualdad civil y polÃtica de las mujeres". Todos ellos pensaban que la emancipación de la mujer era inseparable de la lucha de la clase obrera, de la lucha por el socialismo.

Cómo hemos visto muy escuetamente, dado el tiempo de que disponemos, las relaciones entre los hombres y las mujeres, las estructuras familiares, no han sido inmutables

desde la eternidad; tienen una historia y también un futuro puesto que no hablamos de la sociedad de las abejas sino de seres humanos, un futuro que puede ser construido consciente y voluntariamente.

Como militantes comunistas queremos un mundo de iguales, dónde no exista la opresión del hombre por el hombre. Pensamos que la sociedad en general, y la situación de la mujer en particular, no pueden progresar si la clase obrera retrocede porque como decÃa Bebel la mujer y el trabajador tienen en común ser oprimidos desde tiempo inmemorial. La mujer es el primer ser humano vÃctima de la servidumbre. Ha sido esclava aún antes de que hubiesen esclavos.

La caracterÃstica esencial de nuestra sociedad, del capitalismo, es la división en clases, explotadas de un lado y explotadores de otra. Y la única clase que puede cambiar este estado de cosas es la clase explotada, los trabajadores, porque no tenemos nada que perder con el cambio.

Cierto es que la clase trabajadora aún no se ha librado del machismo y los prejuicios ligados al sexo. Es una tarea más a conseguir, pero justamente esta tarea de combatir los perjuicios entre los trabajadores, en nuestros puestos de trabajo, en nuestros barrios, tomando una actitud activa ante las situaciones violentas que a diario viven mujeres de nuestro entorno, mostrando como dirÃa Charles Fourier, uno de los primeros socialistas franceses, que "dónde quiera que el hombre degrade a la mujer, se está degradando él mismo", es la que abrirá las puertas a un mundo dónde las opresiones desaparezcan