Conclusiones

إطبع
Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2025
Diciembre de 2025

¿Qué podemos esperar para el próximo periodo? Esa es la pregunta que planteamos en nuestros textos del congreso sobre relaciones internacionales. Lo hacemos en este texto y no en el que trata sobre la situación francesa, porque es absolutamente evidente que ni la UE ni Macron deciden nada. La respuesta que nos viene a la mente es, evidentemente, que todo depende de la evolución de la crisis económica, en particular de la aparición de una grave crisis financiera, con las reacciones sociales que podrían modificar las condiciones de nuestras actividades militantes. Y están las guerras en sí mismas.

Un estado permanente de crisis y de guerra

Por ahora, la parte imperialista occidental de Europa sólo conoce de la guerra las imágenes y el aliento. El año que está terminando ha demostrado la rapidez con la que el fuego de la guerra ha podido pasar de Ucrania a Oriente Medio, sin olvidar las múltiples chispas bélicas del Cáucaso a Sudán. La desestabilización de varios Estados africanos, en particular del antiguo feudo del colonialismo francés, anuncia otras guerras. Tanto más cuanto que no solo no se ha estabilizado la situación en la antigua “Franciáfrica”, sino que se ha agravado la rivalidad entre las potencias imperialistas, poniendo en tela de juicio el equilibrio colonial elaborado en la conferencia de Berlín en febrero de 1885.

Cabe señalar que los innumerables vínculos establecidos entre las economías de los diferentes países, que podrían y deberían dar a la humanidad una formidable ventaja para controlar su vida económica y su organización social, contribuyen, por el contrario, a agravar el caos. Como resumió Trotsky al comienzo de una guerra que se estaba convirtiendo en la Segunda Guerra Mundial, la propia burguesía no encuentra una salida. Lo que parece evidente a la luz de los últimos dos o tres años es que la sociedad se ha instalado en un estado permanente en el que la crisis y la guerra se combinan para dar la imagen de un barco ebrio que ya nadie controla. Ni siquiera, y sobre todo, aquellos que dirigen la sociedad...

¡Oh, el barco sigue avanzando! Hablar de crisis parece incluso una expresión demasiado fuerte, ¡no para los desempleados y todos aquellos que están amenazados de quedarse sin trabajo! ¡Desde luego, no para la mayoría de las clases populares! Desde luego, no para toda esa fracción del planeta —una gran parte, si no la mayoría— para la que la alimentación diaria es un problema. Pero, al mismo tiempo, contrariamente a lo que cuenta la leyenda de la crisis de 1929, los grandes burgueses no se tiran por las ventanas de sus rascacielos y los dividendos distribuidos alcanzan máximos históricos.

Entonces, ¿la crisis? ¿Qué crisis?

La guerra, una oportunidad para los capitalistas

La guerra en sí y el peligro de guerra constituyen nuevos mercados. El presidente de los Estados Unidos, especulador inmobiliario de profesión, puede ver en las ruinas de Gaza futuras playas salpicadas de clubes Med... Hay que tener el cinismo inconmensurable de sinvergüenzas de este tipo para atreverse a decir cosas así. ¡Póngase en el lugar de la población de Gaza! Este tipo de sinvergüenzas en el poder, por cierto, es una razón para militar.

Los semejantes del presidente estadounidense, más interesados directamente en Ucrania que en Oriente Medio, ya han incluido en sus cálculos hacer pagar a los rusos, entre otras cosas, la reconstrucción de la ópera de Mariúpol.

Si se pone en el lugar de un traficante de armas, sí, la guerra es un negocio. Y, por cierto, ni siquiera pueden seguir el ritmo del mercado, lo cual es característico de la situación. Se puede vender, pero no hay suficientes productos. “Austeridad, el festín de los accionistas”, así se titula Le Monde diplomatique del mes de septiembre. ¡No se puede hablar de forma más realista! Entonces, ¿de qué podría quejarse la burguesía? Hablamos de la gran burguesía, la verdadera, la que explota a decenas, a cientos de miles de trabajadores en cada uno de sus grupos, la que, al cerrar grandes empresas o incluso simplemente al reducir la plantilla, puede arruinar la existencia de toda una ciudad, de toda una región. Es decir, la burguesía imperialista.

Ella domina igualmente el destino de los pueblos, está en condiciones de tomar decisiones que transforman en campos de ruinas regiones donde viven miles de mujeres, hombres y niños. De ella, un cierto camarada de la antigua generación decía que las burguesías pueden cerrar una empresa como se cierra una tabaquera. Ciertamente, parafraseando a Engels, ya no hay tabqueras, pero sigue habiendo empresas que los burgueses cierran.

Por lo tanto, no vamos a intentar aquí hacer predicciones sobre las guerras que se avecinan. Decenas de estados mayores trabajan en ello, por no hablar de todos los generales o almirantes retirados a los que las cadenas de televisión recurren para que den su opinión profesional sobre el conflicto generalizado que se avecina, del que no saben gran cosa, pero sobre todo para acostumbrar a la población a la guerra, a aceptar presupuestos —aprobados o no en sede parlamentaria— y a financiarlos. Su mensaje es claro: “Prepárense para ello y tengan tantos hijos como puedan, porque en el futuro les tocará.

Digamos simplemente que, por el momento, nadie puede decir cuáles serán los principales protagonistas, en caso de que los diferentes enfrentamientos militares locales y regionales conduzcan a una guerra generalizada que desemboque en un conflicto general, es decir, en la tercera guerra mundial. Lo único que se puede decir es que la guerra ya ha comenzado en Rusia, en Ucrania y, desde hace mucho más tiempo, en Oriente Medio. Ya domina la vida social incluso allí donde no caen las bombas, al menos por ahora. Así que sí, la guerra ya ha comenzado y, en el futuro, cientos de historiadores se preguntarán cuándo comenzó realmente y cuáles fueron las razones oficiales... Como siempre, la respuesta la dará el bando vencedor, ¡con toda objetividad, por supuesto! Los vencidos serán los pueblos que pagarán el precio y que ya lo están pagando, desde Odessa hasta Kiev, desde Palestina hasta Teherán...

Mientras tanto, la guerra ya permite a los estados mayores probar armas o familiarizarse con nuevas prácticas de combate. Los drones, omnipresentes en los campos de batalla, han entrado en masa en los arsenales. ¡Qué gran experiencia la del ejército israelí, que registra los túneles con drones! Cabe señalar, entre paréntesis, que el Estado de Israel no ha ganado esta guerra, ya que está dando lugar a generaciones que se dicen a sí mismas que hay que vengarse. Sea como fuere, parece ser que los drones ya son ampliamente utilizados por el ejército estadounidense contra las bandas en Haití.

Un caos rentable

Volvamos a la pregunta: ¿qué crisis? Henry Kravis, cofundador y copresidente ejecutivo de KKR, uno de los tres mayores fondos de inversión de capital privado (es decir, inversión de capital en pymes y microempresas que generalmente no cotizan en bolsa), afirmaba en una entrevista con Les Échos: Estos periodos de caos siempre han sido el mejor momento para invertir. Entonces, ¿dónde está la crisis para Henry Kravis? Este añade: A pesar de la inestabilidad política y económica, Francia sigue siendo un terreno fértil para el capital privado.

Un artículo del periódico Le Monde del 30 de septiembre de 2025, titulado El regreso a la gracia del fundador de Blackwater y subtitulado De América Latina a África, Erik Prince, cercano a Donald Trump, ha relanzado su negocio de la guerra, permite observar en primer lugar que la consecuencia de la guerra es la muerte, la ruina para muchos, pero también es un negocio. Es más, desde tiempos inmemoriales, un negocio muy rentable, que se traduce en una realidad de la que tenemos algunas imágenes en la televisión, en forma de cadáveres y heridos. Blackwater es una especie de ejército privado que se ganó sus galones, en particular, durante la guerra librada por Estados Unidos en Afganistán. Le Monde comienza así su artículo: Erik Prince ha vuelto. En Haití o El Salvador, pasando por Perú, Ecuador y hasta la República Democrática del Congo (RDC), entre la lucha contra el tráfico de drogas, la expulsión de inmigrantes ilegales, guerra contra los grupos armados no estatales y la seguridad de las zonas mineras en África, el fundador y antiguo director general de la empresa de seguridad privada Blackwater multiplica sus apariciones desde la reelección, a finales de 2024, de su mejor aliado en la Casa Blanca, Donald Trump, del que es un ferviente partidario. El artículo es interesante por la realidad que describe. El mencionado Erik Prince es un exmilitar del comando de élite de la marina estadounidense, heredero —según destaca Le Monde— de una rica familia establecida a orillas del lago Michigan, y que pretende dirigir el ejército privado más poderoso del mundo.

¿Y qué le motiva a relanzar su negocio de la guerra? Evidentemente, no le interesa intervenir en Haití o El Salvador, países de una pobreza inconmensurable. Pero, en cambio, al otro lado del Atlántico, está la República Democrática del Congo, con sus extraordinarias riquezas mineras, un verdadero escándalo geológico, según un geógrafo, con multitud de grandes empresas occidentales que buscan platino, diamantes, cobalto, cobre, con Katanga, “la caja fuerte minera del país”. Sí, pero ¿cómo garantizar la seguridad de la explotación en un país cuyo Estado se está desintegrando? En países como la RDC, la pobreza provoca corrupción e ineficacia del aparato estatal y de sus cuerpos represivos: todo el mundo puede ser comprado por todo el mundo. La demanda de seguridad de la burguesía, y aquí también nos referimos a la burguesía blanca e imperialista, no puede ser garantizada por el Estado. Blackwater responde a esta demanda: ha sentido la necesidad de una “policía minera” encargada de recaudar los impuestos de las empresas mineras.

Esa es la necesidad (la demanda), y Blackwater se propone garantizar la oferta. En el fondo, Blackwater es igual que el sanguinario jefe de banda y expolicía Barbecue en Haití, pero a mayor escala y más ambicioso. ¡Así es el imperialismo senil, que reinventa el mercenariado de la Edad Media!

Al señalar la afluencia a la RDC de una multitud heterogénea, compuesta por todos aquellos que se sienten atraídos por la perspectiva de hacer fortuna o, en cualquier caso, de encontrar trabajo, el reportaje de Le Monde añade: Nada indica que estos sudamericanos estén allí en el marco del contrato de Erik Prince. Una parte del este no controlada por el M23, y Kisangai, se ha convertido en una torre de Babel con contratistas eslavos, sudamericanos, turcos, europeos del este, israelíes... Por no hablar de las fuerzas armadas congoleñas. No se sabe quién hace qué cosas. En este artículo se insinúa una evolución que va más allá del caso de Blackwater, y que presagia una evolución más general.

Aparatos estatales en descomposición

Los revolucionarios comunistas no somos, desde luego, defensores de los aparatos estatales de la burguesía, ni en Francia, ni en Estados Unidos, ni en la RDC. Militan por su destrucción por y en beneficio de la clase obrera, del proletariado, que lo produce todo y, sin embargo, no controla nada.

Pero la incapacidad de las potencias imperialistas para sustituir los antiguos poderes coloniales por regímenes no corruptos no sustituye al ejército, la policía, un aparato represivo eficaz para controlar a las masas. Ahora bien, el mantenimiento de un aparato represivo es costoso. El recurso al sector privado se inscribe en este contexto. Los propios Estados burgueses se construyeron a lo largo de los siglos, y su instauración supuso un avance considerable para la humanidad. Al representar los intereses de la burguesía frente al orden feudal, encarnaban el progreso.

Haití, con sus bandas, sus policías jefes de banda al estilo Barbecue, con su población entregada a la depredación de unos y otros, es más anunciador del futuro que la burguesía de los países imperialistas supuestamente más civilizados. Por otra parte, en el fondo, ¿hay tantas diferencias entre ambos? ¿Entre la democracia burguesa más grande y rica y las demás? Basta pensar en el día siguiente a la primera elección de Trump, en la multitud variopinta pero reaccionaria que asaltó el Capitolio.

Alguien escribió que Francia se encontraba en el mismo nivel en vísperas de la Revolución Francesa que en el siglo XIII. Muchos fenómenos, desde epidemias como la Gran Peste o las guerras de los Treinta o los Cien Años, explican que el nivel de producción y desarrollo, incluso después de siglos, no hubiera evolucionado tanto. A pesar de ello, la larga construcción de un aparato estatal en Francia, entre Felipe el Hermoso y la revolución de 1789, supuso un avance histórico. Hoy en día, este aparato estatal al servicio directo de la gran burguesía representa al mismo tiempo, de forma más o menos directa, a todas las clases privilegiadas, incluidas las más anacrónicas. En Camerún, por ejemplo, donde se envió al ejército francés para restablecer el orden, fueron los reyes y los jefes tribales quienes recuperaron el poder, como ocurrió en casi todas las colonias (véase el artículo de Le Monde sobre el Camerún de Paul Biya).

La decadencia de los Estados burgueses, la multiplicación, especialmente en los países pobres, de Estados corruptos hasta la médula, incapaces de garantizar eficazmente una forma de protección de la burguesía, son un retroceso, uno de los aspectos del retroceso de la humanidad hacia la barbarie.

El proletariado, garante del futuro de la humanidad

Hubo un tiempo en que, para conocer la evolución futura de la sociedad, había que mirar hacia los países imperialistas más avanzados. Hoy en día, es la decadencia de la sociedad, la podredumbre generalizada, lo que indica con mayor fidelidad cómo será la sociedad, tal y como nos la impone y nos la impondrá cada vez más la burguesía decadente.

Entonces, ¿y nosotros en todo esto? Es una burda banalidad afirmar que no tenemos influencia sobre ese futuro y que lo combatimos. Pero, al mismo tiempo, confiamos en el proletariado. Confiamos en su capacidad para retomar la iniciativa y retomar o, más exactamente, tomar las riendas de la sociedad por la sencilla y buena razón de que es el único en esta sociedad que tiene la capacidad y la fuerza para hacerlo. Y nuestra confianza en el proletariado se basa, en última instancia, en nuestra confianza en la humanidad.

La historia de la humanidad nunca ha sido un largo río tranquilo. La sociedad humana no se caracteriza por un avance glorioso. Trotsky expresó en numerosas ocasiones la idea de que la crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria. Esta crisis de la dirección revolucionaria no se superó durante la vida de Trotsky. No se ha superado desde entonces. Las repetidas traiciones de la dirección del proletariado, seguidas de su descomposición, han podrido las organizaciones del propio movimiento obrero. El movimiento organizado se ha derrumbado, pero el proletariado sigue ahí, al igual que su papel insustituible en la sociedad. Y es en el proletario en quien confiamos, y no en las diferentes versiones de sus organizaciones. Además, los plazos históricos no se miden a escala de una vida humana.

Pero, en el párrafo en el que Trotsky insiste más en esta crisis de dirección, lo hace alzándose contra las estupideces de todo tipo según las cuales las condiciones históricas aún no están maduras, que no son más que el producto de la ignorancia o de engaños conscientes, para insistir: las premisas objetivas de la revolución proletaria no solo están maduras, sino que incluso han comenzado a pudrirse.

Esto es y sigue siendo una profesión de fe en favor del futuro socialista. ¡Oh, no el socialismo de Stalin o de la pandilla de sus imitadores! Sino el que favorece el derrocamiento del poder de la burguesía por parte del proletariado.

Entonces, la historia se interpuso. Sufrió retrocesos catastróficos. La única revolución victoriosa durante un tiempo se convirtió en una infamia, incluso antes de ser barrida del escenario de la Historia. No queda nada o casi nada de sus logros.

La revolución proletaria tuvo lugar. Las ideas y los razonamientos de Marx se hicieron realidad. Y eso es algo que ni siquiera el estalinismo puede revertir. El proletariado demostró que era un candidato para dirigir el poder, para dirigir la sociedad. Esto va más allá de la defensa de un ideal o de una posición humanista: el proletariado ha presentado, históricamente, su candidatura al poder y ha demostrado que era capaz de hacerse con él durante el tiempo suficiente para demostrar su legitimidad para el futuro. De ese pasado solo quedan ideas, posiciones políticas, y es a partir de ahí que hay que volver a intentar. Este primer intento no tuvo continuidad. Pero, ¿cuántas revueltas se intentaron sin éxito durante las diferentes fases de la sociedad de clases? ¿Cuántos intentos hizo la propia burguesía antes de llegar al poder? Y todo ello para llegar al mundo tal y como es bajo los Trump o los Macron y, detrás de ellos, bajo innumerables representantes de la clase capitalista.

Por lo tanto, no tenemos revelaciones particulares para este futuro hecho de guerras y destrucción, salvo que, como repetimos desde hace años, la sociedad capitalista no puede ser el futuro de la humanidad. El periodo que se avecina será más difícil y la guerra nos alcanzará sin duda, porque el proletariado no está en absoluto en condiciones de defenderse. Recordemos que ni siquiera un proletariado mucho más organizado y fuerte políticamente pudo impedir la Primera Guerra Mundial. Así que el periodo será lo que sea, pero nosotros debemos seguir siendo lo que somos: comunistas revolucionarios, es decir, personas convencidas de que el proletariado, que ya tomó el poder anteriormente, tiene el futuro en sus manos.

Un programa que hay que preservar a toda costa

Nuestras perspectivas, nuestro programa, deberán sobrevivir en el sentido más material del término. Pero “sobrevivir” se refiere a nuestras ideas, a nuestro programa y, más allá de eso, a nuestra voluntad de crear una sociedad que sea verdaderamente humana.

Sobrevivir con nuestra convicción fundamental de que la sociedad capitalista no puede representar el futuro de la humanidad es continuar una lucha que la mayoría oprimida y explotada de la población siempre ha librado y seguirá librando hasta que esa lucha pierda su razón de ser.

Un autor científico dijo, en esencia, que los dinosaurios fueron durante 160 millones de años los representantes más evolucionados de la vida. Y durante ese largo reinado en el planeta, los dinosaurios nunca hicieron lo que la humanidad, cuya historia es mucho más corta, ha logrado y se propone hacer, como lanzarse al espacio e ir a Marte. Por supuesto, somos solidarios con los seres vivos en general, pero aun así establecemos una jerarquía: los dinosaurios han desaparecido , y la humanidad, con su capacidad de avanzar, razonar y progresar, todavía no. Tiene el futuro por delante... ¡pero aún hay que llegar hasta él!

¿Qué entendemos hoy por trotskismo? Para resumirlo en pocas frases, es ante todo la comprensión que Trotsky tenía de la política bolchevique tras la revolución de octubre de 1917. Insistamos en este punto: no hablamos de lo que Trotsky defendió al principio de su vida, cuando estaba equivocado, sino, evidentemente, de toda la aportación del bolchevismo, incluidas cuestiones como la burocratización y el fascismo, que son en gran medida aportaciones personales de Trotsky. Nuestro trotskismo es también nuestra solidaridad con las posiciones de Trotsky, expulsado de la URSS en vida, como la crítica a los frentes populares. Pero Trotsky fue asesinado en 1940, y la vida política y la vida en general no se detuvieron con su muerte.

Nuestros análisis tras la muerte de Trotsky

En relación con una serie de acontecimientos importantes, como por ejemplo la revolución china tras la Segunda Guerra Mundial, Trotsky nos proporcionó claves políticas para comprender esta revolución que condujo al régimen maoísta, que él no llegó a conocer en vida. Tampoco conoció personalmente las democracias populares, impuestas a los países de Europa del Este tras la Segunda Guerra Mundial, es decir, regímenes pseudocomunistas, impuestos por un ejército conquistador, sin la participación de la población, e incluso en su contra.

Trotsky no pudo escribir sobre ello ni guiar nuestra comprensión. Tampoco conoció el titismo ni, posteriormente, Vietnam o Cuba. Algunos de estos acontecimientos tuvieron una importancia y un alcance mundiales, en mayor o menor medida. Por ejemplo, entre el titismo y el maoísmo, el alcance no era el mismo. Excepto para los militantes de la IVª Internacional, que partieron a construir el socialismo en Yugoslavia, que entonces les parecía menos fea que la URSS. Como suele ocurrir, lo que la revolución proletaria no les dio, lo fueron a inventar a otra parte.

Pero había que comprender e interpretar todo eso y había que hacerlo con nuestras propias mentes y sin que Trotsky nos llevara de la mano. Lo hicimos y sentimos la necesidad de poner por escrito nuestros razonamientos: sobre la naturaleza de las democracias populares, sobre China, etc., porque comprender lo que realmente ocurrió en revoluciones como la de Cuba o la de China es importante para comprender lo que queremos construir.

Así que escribimos sobre estos análisis incluso antes de integrarlos completamente en nuestro programa, en los años 1970-1971. Mantuvimos nuestros análisis sobre la naturaleza del Estado soviético, incluso después de la Segunda Guerra Mundial, librada y ganada conjuntamente por el imperialismo estadounidense y la Unión Soviética, a pesar de Yalta y la división del mundo en dos bandos. Estos escritos forman parte de nuestro programa, hay que difundirlos y utilizarlos.

No hicimos nuestras las posiciones capitalistas de Estado, ni siquiera en sus variantes de posguerra. Y en lo que respecta a nuestra corriente, sin haber comprendido realmente y por completo la naturaleza de las democracias populares desde el principio, nuestros antepasados exigieron la retirada del ejército soviético de esas democracias populares.

Incluso antes de que los Estados constituidos bajo el patrocinio de la burocracia soviética se convirtieran en el escudo contra el que luchaban los trabajadores de la Stalinallee en Berlín en 1953, de Polonia y de la revolución húngara en 1956, nuestros compañeros de la época adoptaron una postura coherente con la que defenderían durante la revuelta de “los de la Stalinallee”. Por cierto, contrariamente a la idea de que la posguerra no conoció un período revolucionario, hasta mediados de los años cincuenta, Europa del Este vivió un período de agitación revolucionaria. Desde los obreros de Berlín hasta los obreros húngaros, fueron tres años de revolución proletaria.

Nuestras posiciones eran coherentes y, en cierta medida, también lo eran las de otras organizaciones trotskistas, ¡pero su coherencia las llevó a apoyar a los estalinistas! La coherencia de nuestras posiciones era nuestra sencilla idea de que sólo una revolución proletaria liderada por la clase obrera, más o menos controlada por ella, merece ser considerada una revolución proletaria. Y no tal o cual de sus medidas y consecuencias, como el grado de nacionalización, estatización o la naturaleza de sus decisiones económicas, como la planificación.

El conjunto de estos textos constituye nuestro programa. Por ejemplo, bajo el título “El caso de los países subdesarrollados en ruptura política con el imperialismo”, discutíamos la posibilidad de que los movimientos nacionalistas lograran tomar el poder para romper con el imperialismo, pero no para derribarlo, ya que ese no era su objetivo. Pero ¿no rompía este análisis con el trotskismo, con la idea expresada en La revolución permanente de que, en la era imperialista, solo una revolución proletaria podría llevar a cabo las tareas de la burguesía nacional y liberarla del dominio imperialista? También era necesario analizar y comprender estas situaciones y las contradicciones que podían acarrear.

Por lo tanto, transmitir y defender nuestras posiciones, incluso y sobre todo en nuestro programa, es nuestra forma de seguir defendiendo el marxismo. Si la guerra se acerca, debemos protegernos. Es cierto que para hacer la revolución hay que empezar por sobrevivir. Pero no a cualquier precio ni de cualquier manera: para sobrevivir, debemos conservar nuestro programa y nuestras ideas.