El capitalismo en crisis y el intervencionismo del Estado

Εκτύπωση
Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2021
Diciembre de 2021

La pandemia del coronavirus y la consiguiente crisis sanitaria no sólo han agravado la crisis de la economía capitalista, sino que han evidenciado las tendencias profundas de su evolución.

Tanto la actitud ofensiva de la patronal como las medidas del gobierno señalan a la clase obrera qué ha de esperar. También resalta la necesidad de defenderse mediante la lucha colectiva, y contraatacar por no verse abocada a la miseria y la decadencia.

El balance de los últimos dos años viene dominado por el refuerzo constante y considerable de los cárteles más potentes así como el enriquecimiento de la gran burguesía.

Citemos la expresión de un periódico tan dedicado a defender los intereses de la gran burguesía como Les Échos (29 de julio de 2021), el cual nota con temor : “Hay resultados financieros que espantan, pues ver que, en plena crisis sanitaria y económica, las grandes tecnológicas estadounidenses baten nuevos récords y acumulan miles de millones, es inquietante para quienes ya antes de la pandemia consideraban desmesurado el poder de los Gafam. […]los datos son irrevocables. Google, Apple y Microsoft puestos juntos han duplicado (o casi) sus beneficios en el último trimestre, con lo cual producen cada semana más de 5.000 millones de ganancias (quitado el impuesto)! Aunque gigantescos, esos colosos mantienen además un ritmo de crecimiento digno de startup.”

Y no se trata únicamente de los tres cárteles estadounidenses citados. Según el diario Les Échos de 22 de julio: “En Europa, el Oriente Medio y África (EMEA), las empresas han acumulado 1,3 billón (millón de millones) de euros de liquidez en 2020, según dice la agencia Moody’s. Gran parte de dicha reserva está en manos de 25 grandes compañías que juntas han acumulado 491.000 millones de euros de tesorería, o sea el 37% del total.”

La parte de esas enormes sumas de dinero que no se dirige a la especulación es orientada hacia operaciones de fusión y adquisición. El diario Les Échos de 1 y 2 de octubre afirma que “en 2021 se ha visto la mayor fase de consolidación global de la historia de fusiones y adquisiciones. Más de 4,36 billones de dólares de acuerdos se pactaron en nuevo meses, hasta finales de septiembre […]o sea un dato que ya destruye el récord de 2015, establecido a lo largo del año entero, y era de 4,218 billones.”

El diario económico ve importante añadir que se trata de una fiebre de compras “exacerbada por los fondos de capital-inversión”, puesto que, incluso en las operaciones de concentración, entra buena parte de especulación.

Sin embargo, aunque se trate ante todo de concentración financiera, se hace con empresas, es decir, allí donde se crea la plusvalía. Pasa lo mismo que siempre: aunque la especulación contribuya a determinar quién saldrá favorecido en el reparto de la plusvalía global de los capitalistas, ésta procede al fin y al cabo de las empresas que producen plusvalía, o sea que viene de la explotación de los trabajadores.

Precisamente, en el movimiento de concentración yace la función de las crisis en el capitalismo: eliminar las empresas menos rentables, en beneficio de los grupos capitalistas más potentes, e incrementando cada vez más el peso de éstos en la economía global.

Los Estados desempeñan un papel enorme en esa acumulación. El “cueste lo que cueste” de Macron fue la actitud de todos los Estados imperialistas. Como contraparte de las ayudas públicas a los capitalistas, el endeudamiento de todos los Estados se disparó.

“La deuda pública europea alcanza récords” afirma el diario Le Monde del pasado 24 de julio. “Al terminar el primer trimestre, la deuda pública de la eurozona culminó en 100,5% del producto interior bruto (PIB), superando por primera vez los 100%, según los datos publicados […]por Eurostat. En Francia […], alcanzó el 118% del PIB, en vez de 100,8% un año antes. En Alemania, se estableció en 71,2% del PIB, y en España en 125,2%. Pasó los 150% en Italia (con 160%) y en Grecia (209%). […] »

Una cantidad considerable de dinero que sólo en pequeña parte se invierte en la producción. Al contrario, puesto que el dinero está para circular y generar ganancia, son importes que pueden dar un impulso considerable a la especulación, que lleva consigo una amenaza permanente de crac financiero.

Un artículo significativo de Le Monde de 24 de julio trata del “espectro de una economía debilitada por mucho tiempo”. Se basa en el hecho de que, mientras se observa un repunte de la epidemia, muchos economistas burgueses ya no creen en la opción – antes la más presente – de un choque puntual con vuelta a la situación de antes de 2020.

Viendo que la pandemia “ha vuelto a imponer el papel del Estado, después de cuarenta años de cuestionamiento”, los economistas y hombres de negocios, cuyo punto de vista expresa Le Monde, abogan por la prorrogación de la intervención estatal que durante la pandemia se nos vendió como puntual. “Hemos pasado de una epidemia a una endemia. Como resultado, hay menos altibajos en el crecimiento pero vemos otros efectos, sobre la desigualdad, el ahorro, las empresas, los hogares… Porque se alarga.” En cuanto al futuro: “Con la crisis han surgido nuevas formas de precariedad en el tema de la vivienda, la educación, la salud.” No se trata de una mera previsión sino del esbozo de un plan de ataque de la burguesía contra los trabajadores.

Nos lo aclara la fórmula de otra publicación económica, la Revue d’économie financière: “Las evoluciones antes descritas […] están relacionadas con los cambios políticos y sociales que estremecen el mundo en este inicio de siglo. […]La pandemia sólo los ha agravado.”

Es el caso del “plan de inversión Francia 2030” que Macron acaba de anunciar. Claro está que se trata del arranque de su campaña electoral. Sin embargo, más allá de sus ambiciones electorales, existe una preocupación entre la clase capitalista acerca de los sectores que en el futuro pueden generar ganancias: energía nuclear, hidrógeno, baterías, chips electrónicos. “Invertir mejor” es el título de un editorial de Les Échos. Lo cual significa ante todo: que la inversión la financie el Estado.

Los “cambios políticos y sociales que estremecen el mundo” resumen el empeoramiento de la explotación, es decir el precio que pagan las clases trabajadoras para que la gran burguesía siga enriqueciéndose aún más a pesar de la crisis – o mejor dicho, aprovechándola.

La ofensiva patronal y las medidas estatales se complementan para reducir el poder adquisitivo de todas las categorías de la clase obrera, tanto las que tienen trabajo como las que no, ya sea por el desempleo o por la edad. Para quienes trabajan, significa ritmos de trabajo más duros, una disciplina más severa, más sanciones, todo por imponer más producción con menos trabajadores, y por recordar quién manda en las empresas, tras un periodo de producción desorganizada o interrumpida con paros y ERTE. Al bloqueo de los sueldos se añaden múltiples maneras de bajar los salarios reales: dejar de pagar primas, abaratar las horas extra, etc.

El no prorrogar los contratos eventuales también aumenta el número de despedidos, muy por encima de los que oficialmente se anuncia. Las pocas protecciones jurídicas que se implementó en el pasado van cayendo una tras otra. La condición obrera se degrada y vuelve hacia su nivel de antes de la Segunda Guerra Mundial.

A los economistas burgueses les resulta cómodo atribuir a la pandemia y a su duración la intervención del Estado en la economía, por el rescate del capitalismo en crisis. Otra vez la pandemia no es la causa sino el síntoma de una realidad. Esa realidad no es de ayer.

Más allá del parasitismo burgués puesto de relieve por el papel del Estado en el capitalismo, existen motivos más fundamentales, como lo escribió Trotsky a principios de los años 1940: “La agudeza de la crisis social viene de que, a raíz de la actual concentración de los medios de producción, o sea el monopolio de los trust, la ley del valor, el mercado ya no puede equilibrar las relaciones económicas. La intervención del Estado se convierte en una necesidad absoluta.”

El texto es de 1940. A lo largo de los años de depresión posteriores al crac de 1929, la burguesía tuvo la oportunidad de probar varios métodos políticos destinados a evitar que su economía se viniera abajo. Hubo una variedad de situaciones, dependiendo de los países. Estos se repartieron entre el estatismo fascista que fue, en la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler, “un intento por salvar la propiedad privada y a la vez controlarla” (Trotsky), y el estatismo de New Deal de Roosevelt en los Estados Unidos, con grados intermediarios. Fueron dos caminos distintos pero que ambos llevaron primero a la economía de guerra – sacrificarlo todo por el ejército – y luego a la Segunda Guerra Mundial.

Aquella “necesidad absoluta” de la actuación estatal refleja dos aspectos fundamentalmente contradictorios de una sola realidad, que expresa la crisis capitalista: por un lado, el empuje del desarrollo económico hacia más coordinación, que expresa la necesidad de una economía organizada y planificada a escala global; por otro lado, la imposibilidad de realizarlo a causa de la propiedad privada de los medios de producción.

Aunque es posible que el Estado burgués logre imponer cierta regulación a la economía capitalista, esto no la salvará. Lo recordaba Trotsky: “La crisis del sistema capitalista viene no sólo del papel reaccionario de la propiedad privada, sino también del papel no menos reaccionario del Estado nacional.”

Los infortunios del Estado francés con Australia y sobre todo con los EE.UU. acerca de la venta de submarinos ponen de relieve lo ridículo de la agitación de un imperialismo secundario frente al imperialismo estadounidense. Pero hay más. Recuerdan ante todo la rivalidad feroz entre las potencias imperialistas, apoyándose cada una de ellas en una “concentración gigantesca de fuerzas productivas, fusión del capital monopolista con el Estado” (Lenin, El imperialismo).

La globalización de la división del trabajo lleva largo tiempo en contradicción con la fragmentación del mundo en Estados nacionales. “El imperialismo es la mera expresión de esa contradicción”, decía Trotsky. “El capitalismo imperialista busca resolver la contradicción moviendo fronteras, conquistando nuevos territorios etc.”

Trotsky resumió en una fórmula concisa las consecuencias políticas extremas de ello: “La centralización y la colectivización caracterizan tanto la política de la revolución como la de la contrarrevolución.” De ahí la necesidad de derrocar el capitalismo mediante el único camino posible: la revolución proletaria, porque la política de la burguesía ante tal desarrollo llevaba al fascismo y a la guerra.

El último intento de unificar por fuerza el mercado europeo – en este caso, en beneficio del imperialismo alemán – fue la de Hitler. Fracasó. Las principales burguesías imperialistas del continente llevan desde el fin de la guerra esforzándose, mediante la supuesta “construcción europea” – expresión tan pomposa como mentirosa! – por sortear las dificultades procedentes de la fragmentación del continente en Estados, de los cuales no quieren ni pueden deshacerse. La pandemia del coronavirus ilustra con qué facilidad las fronteras se vuelven a erigir, porque nunca se cuestionó a existencia de los Estados nacionales.

Lo que está pasando en el tema de la energía demuestra que la famosa construcción europea bajo dirección burguesa no ha levantado las contradicciones. A lo sumo, las ha agudizado cambiando sus formas.

Nos explican que, por ejemplo, si el precio de la luz sube en Francia, viene de que está indexado sobre el del gas. Pero ¿por qué esa indexación?

El mercado común de la luz al nivel de la UE fue creado en el marco del mercado común de energía. Ahora bien, las fuentes de energía (carbón, eólica, presas hidroeléctricas, nuclear etc.) son distintas de un país imperialista europeo a otro (y en lo que a los países no imperialistas se refiere, de todas formas, tienen derecho a hablar pero no a decidir).

Por lo que, a lo largo de muchas negociaciones, fue implementado un sistema complejo, con el objeto de compensar la desventaja de algunos respecto a tal o cual recurso mediante una ventaja con otra fuente de energía. Así se permite que las energéticas menos rentables generen ganancias, y en el caso de las privatizadas, que sus accionistas cobren buenos dividendos. De ahí un sistema en el cual el precio de la luz poco tiene que ver con la realidad de su producción.

Hasta la ley de oferta y demanda, regulación del capitalismo, es desviada, e incluso vaciada de significado.

La agitación ridícula del ministro de Economía, Le Maire, por resolver la situación absurda así provocada, es mero postureo.¡No puede hacer nada!

A pesar de que tengan una relación muy lejana con la realidad productiva, los precios de la energía con su subida brutal son un problema muy concreto para los consumidores. Por cierto, no son las medidas insignificantes de Castex (primer ministro) las que compensarán la pérdida de poder adquisitivo de los asalariados, consecuencia de la subida de la gasolina y el fuelóleo.

Lo complejo del sistema de precios tiene una ventaja para las empresas capitalistas: les facilita una cortina de humo más para ocultar la formación de precios en el capitalismo de la época imperialista.

Eso contribuye a disimular las manipulaciones realizadas por las petroleras dentro de la subida de los precios de la gasolina y el fuelóeo.

Las subidas se producen en un contexto en el que se habla cada día más de sustituir los motores térmicos con híbridos o eléctricos. La mayoría de los países europeos contemplan prohibir en 2035 la venta de vehículos térmicos nuevos. Mientras dejan que los ecologistas nos entretengan con la expresión “transición ecológica”, los patrones de los cárteles petroleros, así como los de la automoción, llevan largo tiempo preparando su reconversión.

Los pocos cárteles dominantes en el sector petrolero desde hace más de un siglo no tienen la más mínima intención de perder un mercado que les ha proporcionado tanta riqueza; al menos, no sin sustituirlo por mercados tan rentables. Su posición de monopolio les permite imponer sus decisiones, aunque sea en perjuicio de otros capitalistas menos potentes.

Para eso sirve un monopolio en el mundo de las fieras capitalistas. No hacen otra cosa los capitalistas que gozan de semejante posición en otros sectores – papel, contenedores, chips.

“La transición requiere inversiones enormes. Y la luz va a costar más caro.” El hombre que pronunció esa frase sabe de qué habla: se trata de Patrick Pouyanné, presidente ejecutivo de TotalEnergies, el nuevo nombre de la petrolera Total. En la misma entrevista que dio a Les Échos (1 y 2 de octubre), no niega que se trate de una operación voluntaria y preparada con antelación. “Hace dos años, dice, cuando empezamos a trabajar sobre nuestra compañía común ACC (Automotive Cells Company) en el campo de las baterías con el director general de Stellantis, Carlos Tavares, teníamos un debate sobre el compromiso que PSA podía consentir para garantizar las compras de baterías de las fábricas.” Y afirma: “Desde este año, el mundo ha cambiado por completo.”

El presidente ejecutivo de Total sólo habla de baterías, que son uno de los problemas centrales de la conversión de los vehículos a la energía eléctrica.

Pero la investigación se abre paso a otras fuentes, en particular el hidrógeno. En cuanto a la producción de electricidad, vemos cómo vuelve, al lado de la energía eólica y la fotovoltaica, la producción nuclear (que en adelante viste de verde) e incluso el carbón, que hace poco parecía condenado.

Las petroleras y sus aliados de la automoción ni siquiera han decidido ya cuál será su orientación futura. En cambio, saben que su reconversión costará dinero, empezando por la investigación para determinar lo más rentable; y que más vale lograr que los consumidores y el Estado financien las inversiones correspondientes.

Así que, como vemos, la subida brutal del petróleo, que los medios y ministros nos venden como una “sorpresa”, ¡en realidad ha sido una operación planificada y organizada desde hace mucho tiempo!

Si la subida actual de los precios petroleros se mantiene y se amplifica, lo cual parece cierto, las grandes compañías petroleras buscarán hacer pagar a los consumidores la reconversión parcial de su industria, con las inversiones que supone.

¿Han fomentado ellos el bombo sobre la “transición ecológica”? ¿Sólo buscan anticipar el movimiento sacando ventaja de él? Lo cierto es que están reproduciendo los mecanismos de las crisis petroleras de los años 1970. Las reservas de petróleo barato ya no eran suficientes para satisfacer el consumo anticipado, por lo que las petroleras impusieron a la economía mundial el choque de una verdadera explosión de precios de petróleo y gas, para que por anticipación los consumidores pagasemos la inversión necesaria para explotar los yacimientos menos rentables (petróleo offshore, gas de lutita etc.). Una operación preparada con una campaña mentirosa cuyos argumentos mezclaban el agotamiento de los yacimientos – se decía entonces que ya no habría petróleo en 2000 – con la codicia de los “emires del petróleo”, la todopoderosa Opep (Organización de los países exportadores de petróleo). Hoy día, se habla más bien de la demanda china, los problemas de gasoducto, la voluntad de Putin de vender el gas ruso al mayor precio posible, el coste del transporte marítimo, etc.

Detrás de los chivos expiatorios y los motivos inventados está, al igual que hace medio siglo, una operación planificada y ejecutada por los monopolios petroleros y otros cuantos de la automoción.

Las “crisis petroleras” de los años 1970 llevaron, progresiva o brutalmente, a una subida general de los precios. Con ésta se cambiaron las relaciones de fuerza entre las empresas capitalistas. Esta vez va a pasar lo mismo. Los cambios drásticos que puede causar la subida de los precios energéticos ampliarán la crisis y modificarán un poco más el reparto de la plusvalía global en beneficio de los trust más potentes. La subida de precios energéticos tendrá impacto en toda la economía. El movimiento ya se ha iniciado, con más o menos brutalidad, en particular en los precios de los productos más esenciales para las masas populares.

Por supuesto es preciso enfatizar la responsabilidad de los trust, y especialmente las energéticas, así como la doble ventaja que tienen en cobrar ya la ganancia adicional fruto de la venta de productos petroleros, y preparar al mismo tiempo su reconversión. Es preciso revelar qué oculta el supuesto entusiasmo ecológico, que al principio no pasaba de los políticos ecologistas de poco alcance y ahora es un tópico de todas las estrellas políticas de la burguesía. Hay que basarse en esa realidad para poner en evidencia la necesidad de eliminar el secreto de los negocios, etapa necesaria del control de los trabajadores y clases populares sobre la producción y el reparto de todo lo producido.

Los problemas ecológicos son muy reales, pero las soluciones burguesas llevan su carácter de clase. Primero porque las sufren las clases populares, con el encarecimiento del transporte y la calefacción; de hecho se selecciona con el criterio del dinero quienes pueden calentarse y moverse sin límite. Pero además, una organización económica cuyo fundamento es la propiedad privada y el Estado nacional es incapaz de dar una respuesta a problemas que exigen la planificación al nivel global.

Sobre todo, es preciso aprovechar la oportunidad para defender entre los trabajadores la reivindicación de la indexación de los sueldos sobre la subida de los precios. Tenemos que basarnos en lo que todos los trabajadores experimentan como consumidores, el que las subidas de precios significan la reducción del poder adquisitivo, o sea una bajada del salario real.

El autoritarismo creciente del Estado: una condición inevitable para sus intervenciones en el rescate de la economía capitalista

La revista antes citada (§7) nota lo siguiente: “La pandemia […] ha otorgado a los Estados un poder de intervención y coacción exorbitante. Vuelven a ser agentes centrales en la vida económica. […]Han tomado a su cargo la salud y subsistencia de todos. El Estado providencia es omnipresente. »

En los años 1930, apenas dos décadas después de la revolución rusa y a pesar de la degeneración burocrática de la Unión Soviética, la condición política fundamental de la política económica del fascismo – salvar el capitalismo abocando a los trabajadores a la miseria y preparando la guerra – fue ante todo quebrar a la clase obrera viva y combativa.

Lo que Hitler impuso en Alemania aplastando a la clase obrera, en los Estados Unidos lo obtuvo Roosevelt otorgando primas a la aristocracia obrera gracias a la colaboración de los aparatos sindicales reformistas. Cuando se acabó la poderosa movilización de la clase obrera de los años 1930, el peligro de la guerra dio al Estado americano los recursos para emprender una política que consistía en poner a disposición de la economía capitalista lo que el Estado cobraba directamente de las clases populares.

No estamos en la misma situación ahora, claro está. Para neutralizar y desactivar la resistencia obrera, es necesario anestesiarla. Otra vez, la pandemia y las medidas sanitarias del gobierno, no han sido su motivo fundamental, pero han sido una oportunidad para ello. La “guerra contra el coronavirus” a la que se ha referido Macron al principio de la pandemia le permitió disimular con motivos sanitarios que se ponía en vereda a la población. Forma parte de la implementación de los que la revista financiera antes citada llama “un poder de intervención y coacción exorbitante”.

Las condiciones políticas que permiten el estatismo para salvar el capitalismo en crisis fueron ofrecidas a la burguesía mucho antes de la pandemia, por la apatía política de la clase obrera, asqueada y desviada de las preocupaciones políticas por décadas de traiciones por parte de los partidos que pretendían representarla.

La expresión de Trotsky en el Programa de Transición según la cual “La situación política mundial en su conjunto viene caracterizada ante todo por la crisis histórica de la dirección del proletariado” expresa una realidad que se ha venido agravando a lo largo del tiempo. El estalinismo ha destruido hasta el concepto de “dirección del proletariado”.

El incremento del intervencionismo estatal no ha hecho desaparecer las contradicciones del capitalismo senil. Aun teniendo en cuenta la intervención del Estado, el mercado se encuentra totalmente incapaz de equilibrar las relaciones económicas.

La concentración en trust y multinacionales procede del capitalismo de libre competencia. El desarrollo del capitalismo, que ha acabado en imperialismo, aun con la intervención del Estado no ha eliminado las crisis sino que ha reducido su capacidad reguladora.

La forma y amplitud de la anarquía capitalista, atribuidas por error a las consecuencias de la pandemia, se notan con la desorganización de buen número de circuitos de producción al nivel global: retrasos o paros en los abastecimientos, altibajos en el funcionamiento de los transportes (desde gasoductos hasta contenedores marítimos), sobresaltos en los precios en diversas etapas del proceso productivo, etc.

Es verdad que no es ninguna novedad la anarquía de la producción capitalista, ya sea en las relaciones entre empresas, o entre la empresa principal y sus subcontratas. De hecho, es una característica propia de la organización capitalista de la producción. Dentro de cada empresa capitalista, en cambio, es característico el reparto regulado del trabajo, basado en una disciplina rigurosa que se impone a los trabajadores. No obstante, el caos actual tiene impactos hasta dentro de las empresas.

Toda la cadena de producción de automóviles está desorganizada, y puede que no sólo sea de manera puntual sino por un determinado periodo, porque con las intervenciones estatales el mercado es incapaz de regular la oferta y la demanda de buen número de productos semi-acabados indispensables. ¿La razón? Ninguna huelga o bloqueo fruto de la lucha de clases, sino procesos propios del funcionamiento de la economía capitalista. La desorganización se da tanto al nivel global como al nivel de cada empresa, donde los jefes y ejecutivos no saben cómo arreglárselas para que vaya funcionando la mecánica capitalista de la producción.

Los comunistas revolucionarios, claro está, tenemos que denunciar el hecho de que todas esas sacudidas de producción se pagan con una degradación de la condición obrera: aceleración de los ritmos de trabajo, a veces entrecortados con periodos sin actividad, despido de los eventuales, precariedad de los sueldos y horarios de trabajo, pérdidas en la nómina, etc. Pero, mucho más allá de esas consecuencias día tras día, tenemos que denunciar una organización económica y social cada día más incapaz de regular el equilibrio fundamental entre capacidades de producción y necesidades por satisfacer.

Los ministros van repitiendo que hay recuperación. No hablemos de la parte de optimismo que aquí en Francia se debe a la campaña electoral… Algunos elementos parecen fundamentar esa afirmación.

Los teóricos de la burguesía suelen basar su optimismo, entre otros elementos, en el repunte del comercio mundial. “El volumen del negocio global de mercancías, según afirma Les Échos, debería crecer un 10,8% este año, tras retroceder un 5,3% en 2020.”

Pero otro hecho viene a matizar el optimismo: la penuria. Leemos en Le Monde del pasado 7 de octubre: “Especias, lana, juguetes, móviles… las penurias van a durar. Varios granos de arena han entorpecido una cadena logística global que hasta aquí iba bien, con las tensiones debidas al repunte de la demanda. Hasta el bloqueo. La economía global acaba de entrar en lo imprevisible.”

Les Échos de 7 de octubre menciona una “recuperación de la industria europea todavía bajo presión. Es fuerte el repunte, puesto que, tras un retroceso de más del 25% en abril de 2020 respecto a enero del mismo año, la producción industrial del Viejo Continente volvió este mes de julio a su nivel de antes de la crisis. En los Estados Unidos pasa casi lo mismo.”

Pero otra vez se modera la afirmación: “En Alemania, la producción industrial sigue por debajo de su nivel de enero de 2020, en un 4% aproximadamente. Asimismo la industria francesa mantiene un ritmo reducido puesto que su producción queda un 3% por debajo de su nivel de antes de la pandemia.”

Un economista de Coface da la siguiente explicación: “Alemania y Francia llevan retraso por la estructura de su industria. La industria francesa depende en gran parte de la aeronáutica, y la alemana, de la automoción. Ahora bien, la automoción, casi la cuarta parte de la producción industrial alemana, y la aeronáutica, un 12% de la francesa, siguen con dificultades.”

Una “recuperación en el filo de la navaja”, comentario del periodista de Les Échos. El mismo diario afirma basándose en las previsiones del FMI: “El crecimiento global da muestras de estancamiento.”

En los próximos meses veremos si la producción inicia una verdadera recuperación o si se trata de un repunte momentáneo tras las alteraciones de la producción debidas a la pandemia.

El único sector donde sí hay recuperación es la banca. Sin embargo, su gasolina son los miles de millones que los bancos centrales derraman en la economía. Miles de millones generados por la creación monetaria, el crédito fácil, y por la compra casi sin límite de deuda pública y privada, especialmente los bonos del Estado. Los economistas lo llaman “expansión cuantitativa”, (quantitative easing en inglés). Es una combinación de dos elementos: la compra de títulos de deuda y la bajada de los tipos de interés. La compra de títulos significa que sin límite se echa dinero y crédito a la economía; la bajada de los tipos supone que esas liquideces se ponen a disposición de los capitalistas al menor precio posible.

Ambos favorecen la inflación.¿Habrá que seguir con esa política o, al contrario, dejarla, lo cual amenaza con provocar pánico en el mundo financiero y acelerar la crisis financiera? El debate viene dividiendo a los intelectuales de la burguesía. ¡Y con razón! Es a cuadratura del círculo. Otra vez, los remedios contra una determinada fase del capitalismo enfermo se convierten en venenos en la siguiente fase.

Mientras tanto, Les Échos de 11 de octubre lleva el siguiente título: “Los bancos europeos en la cima de sus resultados en la Bolsa”. Con un alza del 44%, los bancos realizan el mejor resultado en Bolsa entre todos los sectores desde el principio del año. Es posible que siga subiendo su cotización de aquí al final del año. Muchas entidades han anuniado generosos planes de reparto para sus accionistas.

En la prensa económica se observa una unanimidad casi completa para señalar el peligro de otra nueva crisis financiera importante, “sistémica”. En cambio, existe una gran variedad de hipótesis acerca de cómo puede estallar. La conjetura más comentada en la actualidad en cuanto a la especulación inmobiliaria se refiere a la posible quiebra de las compañías chinas Evergrande y Fantasia.

Toda la economía productiva está sobre un polvorín y con peligro de estallido financiero. Tanto más cuanto que la especulación inmobiliaria que ha llevado a Evergrande cerca de su quiebra es un fenómeno general en casi todos los grandes países industriales. Hasta Francia contribuye a esta situación, teniendo en cuenta la subida de los precios inmobiliarios de las ciudades pequeñas y medianas. El entusiasmo de los pijos de París por adquirir su residencia principal en una provincia bien comunicada con AVE ya está produciendo una subida de precios que perjudica a los compradores locales. La especulación es inevitable.

29. Ya se recupere o no la economía, no acabará con la crisis de fondo, cuyos principios se remontan a las crisis monetarias y petroleras. Llevamos así más de medio siglo, durante el cual el estancamiento global se ha manifestado con una sucesión de retrocesos y repuntes.

Seguir todas esas fases permite saber como adaptar las reivindicaciones que vienen resumidas en el Programa de Transición a las preocupaciones de los trabajadores. El lema de indexación de los salarios sobre los precios, o escala móvil de los salarios, por ejemplo, nunca ha desaparecido de la propaganda comunista revolucionaria. Sin embargo es evidente que como lema para la agitación diaria, no tenía tanta eficacia hace unos meses, cuando la inflación no se notaba o casi, como ahora, mientras las clases populares sufren al llenar el depósito del coche o al establecer el presupuesto de calefacción.

Es probable que la economía capitalista salga de la fase actual de su crisis. Ya se salió de las anteriores, en particular de la que hubiera podido hacer estallar el sistema bancario global en 2008. Tiene gran capacidad de adaptación. Pero, a la vista del medio siglo transcurrido desde lo que economistas de la burguesía han llamado la “crisis secular”, los sobresaltos cada vez más frecuentes en la economía (crisis del petróleo, monetaria, del euro, del sistema bancario, inmobiliario; crisis específicas en tal o cual región del mundo…) demuestran la incapacidad del capitalismo de seguir administrando las fuerzas productivas que lo están haciendo estallar.

Engels notó hace un siglo y medio en Del socialismo utópico al socialismo científico que “esas fuerzas productivas vuelven a brotar con una potencia creciente hacia la eliminación de la contradicción, su emancipación de la cualidad de capital, el reconocimiento efectivo de su carácter de fuerzas sociales”. Otra expresión del mismo Engels, en el mismo libro, suena como anticipación de la situación actual: “El reconocimiento parcial del carácter social de las fuerzas productivas se impone a los capitalistas: apropiación de los grandes organismos de producción y comunicación, primero mediante sociedades por acciones, luego mediante cárteles y por fin el Estado. La burguesía aparece como una clase inútil, todas sus funciones sociales las desempeñan trabajadores asalariados.” Y añade: “resolución de las contradicciones: el proletariado toma el poder público y, con ese poder en manos, convierte los medios de producción sociales, que escapan de las manos de la burguesía para ser propiedad pública.”

Por muy arraigada en el poder que esté la burguesía, y muy feroz en su voluntad de agarrarse a la forma capitalista de la economía, gracias a la cual conserva su dominación y privilegios, las leyes del desarrollo económico son mucho más potentes.

Desde que Engels escribió esas líneas, el desarrollo económico llevó a progresos científicos e inventos técnicos, desde el uso de la energía atómica hasta la comunicación instantánea al nivel global, pasando por el inicio de la conquista del espacio. Creó relaciones entre todos los seres humanos a escala del planeta. Desde las multinacionales hasta los grandes bancos y los gigantes de la distribución tipo Amazon, una multitud de formas de organización producidas por el desarrollo capitalista facilitan recursos para gestionar consciente y racionalmente, por el bien común, la producción y reparto de los bienes creados colectivamente.

Senil, enfermizo, paralizado por enfermedades múltiples, ¿puede el capitalismo acabar derrumbándose? Para que no se lleve a toda la civilización humana, será necesario que la clase obrera lo eche abajo. En ese sentido, la ausencia de una dirección revolucionaria, o sea de un partido comunista revolucionario, pone en peligro el futuro, por los mismos motivos que en tiempos de Trotsky.

13 de octubre de 2021