Textos de la conferencia de "Lutte Ouvriere" - la situación internacional

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Enero 2003

La actividad febril, militar y diplomática, del imperialismo americano es lo que ha dominado la política internacional a lo largo del año.

Desde los primeros días posteriores a los atentados del 11 de septiembre, los Estados Unidos se han hecho dar "carta blanca" por la ONU para actuar como lo entendían. Han decidido unilateralmente la guerra contra Afganistán sin dejar más salida a los países vecinos, entre los cuales Pakistán, así como a las demás potencias imperialistas, que la de alinearse con sus decisiones. El año ha empezado por la instalación en Afganistán de un gobierno dirigido por Hamid Karzaï, hombre de Estados-Unidos y allegado al trust petrolero Unocal, interesadísimo en la construcción de un pipe-line que atraviese Afganistán. Se acaba con la preparación de una nueva guerra contra Irak.

Hemos escrito, en el congreso del año pasado, que "los atentados de Nueva York y Washington, las maniobras diplomáticas y las operaciones militares subsiguientes no constituyen un giro en las relaciones internacionales sino un revelador".

Apoyándose en la emoción creada en la opinión pública americana por estos atentados y prolongando esta emoción por una atmósfera guerrera contra Afganistán primero, luego contra Irak, George Bush ha conseguido asentar y confortar un poder presidencial surgido de dudosas elecciones.

Sin embargo más allá de su persona, la atmósfera de unidad nacional permite a los dirigentes de Estados Unidos desplegar abiertamente la agresividad de una gran potencia imperialista tanto a nivel económico como a nivel político, diplomático y militar.

El mismo día en que se produjeron, dijimos todo lo malo que pensábamos de los atentados del 11 de septiembre. Estamos totalmente opuestos a los métodos terroristas que, cuando se reclaman de las masas populares, están siempre destinados, en el mejor de los casos, a engañarlas y, en general, a imponerles una dictadura.

Además, en lo que se refiere a la esfera de influencia del islamismo, responsable de los atentados del 11 de septiembre, tiene objetivos particularmente reaccionarios, tanto a nivel político como social. Los grupos que se situan en esta esfera de influencia, de Bin Laden al GIA argelino, son enemigos mortales del proletariado.

Un año después de los atentados, vemos por cierto que no solo no han debilitado al imperialismo americano sino que han permitido a sus dirigentes políticos obtener por parte de su población un apoyo que no se hubieran atrevido a imaginar antes.

La gigantesca manipulación de la opinión desatada en Estados Unidos en torno a "la lucha contra la amenaza terrorista" no tiene ni comparación con lo que esta amenaza es susceptible de representar. Pero no solo la lleva a cabo el equipo político en el poder, la retoman todas las grandes fuerzas políticas del país, todos los que hacen la opinión, todos los medios de comunicación.

Toda la política de Estados Unidos se presenta hoy como derivando directamente o indirectamente de las necesidades del combate de la democracia contra el fanatismo, del bien contra el mal, de la civilización contra el atraso, mientras que, detrás de las justificaciones moralizadoras, es la continuación de la política imperialista llevada a cabo para asegurar el control de los grandes grupos industriales y financieros sobre la economía del mundo.

Los Estados Unidos son los primeros en ejercer el terrrorismo de Estado a gran escala. Solo desde la Segunda Guerra mundial, su historia está jalonada de actos de terrorismo destinados a impresionar los pueblos que quieren subordinarse, empezando por las bombas atómicas lanzadas sobre un Japón ya vencido o los bombardeos masivos sobre poblaciones civiles en Alemania.

En lo que se refiere más específicamente al terrorismo de la esfera de influencia del islamismo, hay que acordarse, además, del papel de los Estados Unidos en el reforzamiento de esta corriente reaccionaria para hacer de ella un contrapeso frente a las corrientes llamadas progresistas o pro-soviéticas, y del de sus servicios secretos para equipar a los grupos terroristas. Una escritora india, opuesta a la guerra contra Afganistán, ha podido hablar de "Bin Laden, secreto de familia de América".

La demagogia en torno a la "lucha contra la amenaza terrorista" así como contra "los Estados gamberros", ha empezado a ocupar el lugar de la demagogia contra "la amenaza soviética" desde la descomposición de la Unión soviética. Pero esta demagogia ha sido llevada a lo más alto después de los atentados del 11 de septiembre.

Blandir la amenaza soviética ya era falaz en tiempos de la "guerra fría" tanto la burocracia soviética no tenía en absoluto ganas de entrar en un conflicto decisivo con el bando occidental. Además, justificar la intervención de EE. UU. en gran número de conflictos donde solo los intereses de sus trusts incluso de uno solo de ellos como en 1954 en Guatemala podían parecer amenazados, por el "peligro soviético" era ya groseramente falso.

Pero la potencia que representaba la Unión soviética, incluso en los tiempos en que sus dirigentes insistían en su voluntad de "coexistencia pacífica", sus juegos de alianzas con países que tomaban sus distancias con Washington, la existencia de zonas de tensión, inclusive de conflictos armados locales, entre los dos bloques, daban cierta verosimilitud a la demagogia de los dirigentes de Estados Unidos.

En cambio, puede parecer surrealista pretender que Estados como Irak, Iran, Libia o Corea del Norte puedan representar un peligro para los Estados Unidos o sustituir la amenaza Al Qaïda a la del difunto "bloque soviético" para justificar un programa de gastos militares sin precedente.

Sin embargo, la demagogia funciona tanto más que la evocación de las dos torres del World Trade Center derruidas o del Pentágono en llamas se completa con una atmósfera cuidadosamente entretenida por una presión tanto política como jurídica o mediática que, en muchos aspectos, recuerda los años del macartismo.

La política de los Estados Unidos siempre ha sido la expresión de sus intereses imperialistas. En los tiempos en que existía el bloque soviético, los intereses propios de los Estados Unidos se conjugaban con su papel de gendarme del orden imperialista en su conjunto.

Después del fiasco de la guerra contra Vietnam y el impacto sobre la opinión pública del coste humano de esta guerra para los Estados Unidos mismos, ha sido sin embargo más difícil durante todo un tiempo para sus dirigentes políticos obtener un consenso por parte de su población para una política exterior agresiva y para emprender acciones militares, sobre todo las que eran susceptibles de traducirse por la muerte de soldados americanos.

En el caso de la primera intervención en Irak, los Estados Unidos todavía habían sentido la necesidad de presentar su intervención como la expresión de la voluntad de la "comunidad internacional". El aval de la ONU para acreditar esta versión se destinaba más a la opinión pública interior que a la opinión pública mundial.

En ex-Yugoslavia donde, sin embargo, la intervención americana podía más fácilmente ataviarse con los andrajos de una intervención humanitaria, Estados Unidos ha elegido intervenir en nombre de la Alianza atlántica (OTAN).

Hoy en día, en la preparación de la guerra contra Irak, Bush ha dicho y repetido que acuerdo o no de la ONU, si considera útil desatar la guerra, la desatará. Las mascaradas en las Naciones Unidas, donde Chirac está tan orgulloso de haberse singularizado, están destinadas a hacer ganar tiempo a los dirigentes americanos, quizás a enmascarar sus propias dudas sobre lo que hay que hacer, pero en ningun caso a conducir a una decisión colectiva. Apoyándose en la legitimidad de la "guerra global contra el terrorismo", Estados Unidos ya no duda en afirmar en todos los ámbitos que lo que es bueno para él es bueno para el mundo.

Está de moda, especialmente en los medios políticos de las potencias imperialistas de segunda categoría, deplorar el "unilateralismo" americano y lamentar que el derrumbamiento del bloque soviético no haya conducido a la emergencia de un sistema de decisión multilateral.

Detrás del barbarismo de estas palabras, está el deseo de los "segundones" del mundo imperialista de participar a las decisiones referentes al orden imperialista mundial. Los imperialismos francés, inglés o alemán bien desearían, al igual que Estados Unidos, que el orden imperialista se organizara en función de sus intereses. Pero no tienen la posibilidad de imponerlo. Por las buenas o por las malas, deben aceptar, en un mundo dominado por las relaciones de fuerza, alinearse con lo que elige el imperialismo americano.

A nivel económico, hace practicamente un siglo que la economía americana es la economía dominante del mundo.

La Segunda Guerra mundial ha establecido definitivamente su preponderancia sobre las antiguas potencias imperialistas de Europa que se han sangrado mutuamente a lo largo de dos guerras mundiales.

La existencia de la Unión soviética y, en cierta medida, del bloque soviético que la rodeaba, hacía sin embargo que una parte del mundo, aunque sufría la presión de la economía imperialista, se le escapaba parcialmente. Ya no se da desde el derrumbamiento de la Unión soviética.

Estados Unidos ha utilizado su potencia económica durante y después de la Segunda Guerra mundial para imponer a nivel del mundo cierto número de regulaciones en la economía imperialista. El estatalismo americano, destinado en un principio a permitir al gran capital americano salir de la crisis y de la depresión de 1929, ha sido prolongado en dirección del resto del mundo dominado por el capital a través de cierto número de organismos procedentes de Bretton Woods, como el FMI, el Banco mundial, el Gatt, futura OMC, etc.

Después de haber sido el artífice de cierta regulación para reactivar la economía capitalista mundial, Estados Unidos se ha convertido sin embargo, a partir de los años 1970, en el principal artífice de la desregulación.

La desaparición de las zonas reservadas coloniales, luego la desaparición, brutal o progresiva, de las protecciones estatales de las que se rodeaban cierto número de países pobres y luego la caída del bloque ex-soviético han favorecido a los grandes trusts multinacionales más potentes cuya mayor parte son americanos.

En los años 60, estaba de moda preveer el declive de la potencia americana. Se habló, uno tras otro o simultáneamente, de los milagros japonés, alemán, incluso italiano. Pero, en el transcurso de los treinta últimos años de crisis e inestabilidad del sistema capitalista, el imperialismo americano ha reforzado su preponderancia con respecto a las demás potencias imperialistas y, evidentemente, con respecto al conjunto del planeta. Para preservar esta preponderancia, Estados Unidos alía la agresividad exterior de sus grandes trusts y de su diplomacia con el proteccionismo hacia su mercado interior.

La potencia económica del imperialismo americano se apoya ante todo en su formidable aparato productivo, su posición dominante en el ámbito de la investigación científica y tecnológica, pero también en el pillaje de la mayor parte del planeta mediante esos trusts que, con sus filiales, ciñen al mundo en una apretada red.

Pero, además, a la vez que defiende sus "intereses nacionales", es decir los intereses de sus propios trusts, el gran capital americano también actua como mandatario del gran capital del mundo entero.

Gracias a su potencia económica, gracias al papel del dólar en la economía mundial, Estados Unidos sigue atrayendo los capitales no solo de las demás potencias imperialistas sino también el dinero de la burguesía de los países pobres, sin ni siquiera hablar del dinero de la droga o de la mafia burocrático-criminal rusa.

Es precisamente por ello por lo que tomarla con el imperialismo americano sin tomarla con el imperialismo a secas no es solo una manera de alinearse con su propia burguesía imperialista, sino es, además, estúpido.

Aunque rivales, los intereses de los imperialismos nacionales están inextricablemente ligados. Los dirigentes del imperialismo americano están tanto más alentados en definir los intereses nacionales de su país, es decir los intereses de sus propios trusts, como los intereses del mundo imperialista que esto corresponde a una realidad.

El imperialismo económico se prolonga en el imperialismo militar. A pesar de la desaparición del "enemigo soviético", el presupuesto militar americano alcanza niveles que nunca había alcanzado en los peores momentos de la "guerra fría".

El último presupuesto de la defensa nacional americana referente al año fiscal 2003 es de 379 mil millones de dólares, es decir un aumento del 10,7 % con respecto al año fiscal anterior. Este presupuesto representa una cantidad superior a los gastos militares acumulados de las quince potencias militares que vienen después de Estados Unidos. Está destinado a incrementarse a un ritmo elevado hasta 2007, creando un verdadero abismo entre el equipamiento militar americano y el del resto del mundo. Los aspectos económicos y los aspectos militares de estos gastos están estrechamente ligados.

Los gastos militares están destinados a asegurar la presencia militar de Estados Unidos en un número creciente de países del mundo. La guerra en Afganistán ha constituido en particular una ocasión para el ejército americano de reforzar su presencia en la zona antiguamente soviética, en el Caucaso y en varios países de Asia central.

Pero estos gastos militares son también vitales para el gran capital americano. Algunos de los mayores trusts de este país, de Boeing a General Motors, pasando por Lockheed Martin, Northrop Groumann y muchos otros, viven esencialmente gracias a los encargos del Pentágono. El presupuesto militar no solo les permite garantizarse beneficios tan colosales como pagados a toca teja, sino les permite también, gracias al mercado cautivo de su propio Estado, reforzar su posición en el mercado mundial. Los trusts europeos, en particular los que están ligados al armamento, tienen algunas razones de temer perder progresivamente la clientela de Estados procedentes de sus antiguas zonas de influencia económica.

Es idénticamente significativa la progresión considerable del renglón "investigación y desarrollo" del presupuesto militar americano. En todos los países imperialistas, el gran capital suele hacer financiar por el Estado, y más precisamente por el ejército, sus inversiones en la investigación. Pero los capitales que se le consagran en Estados Unidos siendo considerablemente mayores, se incrementa sin cesar la hegemonía de la industria americana, incluido en el ámbito tecnológico.

Sería tanto menos útil enumerar este año todas las zonas de tensión, cuya lista es larga, que la política agresiva del imperialismo americano a lo largo de todo el año no ha obrado a un apaciguamiento de las tensiones, sino, al revés, las ha agravado y ha suscitado nuevas.

El gobierno reaccionario de Sharon en Israel ha podido aprovechar la política americana no solo para cesar cualquier simulacro de negociación con los Palestinos sino para poner en tela de juicio la existencia misma de la Autoridad palestina, caricatura de Estado instaurado antes. Por poco si los dirigentes israelíes todavía no se han deshecho de Arafat. Asimilándolo a Bin Laden, destruyen metódicamente los pocos simbolos irrisorios de su poder, con la complicidad de Washington.

Incluso en Afganistán, la intervención militar no ha estabilizado la situación. Y detrás de un gobierno pro-occidental en Kabul, los señores de guerra siguen desgarrando el país.

La exacerbación de la tensión entre la India y Pakistán también es un subproducto de la política americana en la región. Y no es difícil preveer que muchos de los conflictos iniciados desde la dislocación de la Unión soviética, en el Cáucaso o en Asia central, se amplificarán de manera creciente, con la presencia de tropas americanas en la región y la asociación de los dirigentes locales al sistema de alianzas establecido por Washington.

Todavía más previsible es el hecho de que una guerra contra Irak, si Washington prolonga las gesticulaciones actuales por una intervención militar en Irak incluso para acabar con Sadam Husein, tendría consecuencias en toda la región sin que se pueda preveer sin embargo cuales serán. Nada garantiza, muy por el contrario, que la población irakí, que soporta desde hace tanto tiempo la dictadura de Sadam Husein, acoga sin embargo a las tropas americanas como a libertadores.

A pesar de la superioridad militar de Estados Unidos, nada garantiza, por lo tanto, una guerra rápida. E, incluso una vez ganada la guerra, queda la cuestión de la sustitución de Sadam Husein, sin que esto lleve a sublevaciones de las minorías kurdas y chiitas, como ocurrió después de la guerra de 1991 donde es Sadam Husein el que había hecho el trabajo sucio que un ejército americano de ocupación hubiera sido llevado a hacer.

Además es imposible preveer las consecuencias de una guerra sobre todo si se prolonga entre Estados Unidos e Irak en los demás países árabes. Los regímenes pro-americanos de la región, de Arabia Saudita a Egipto, "bailan sobre un volcan", atrancados entre las exigencias de Estados Unidos y las aspiraciones de sus propios pueblos.

Incluso Rusia padece las consecuencias de la política americana.

El presidente de Rusia incluso ha utilizado el argumento para amenazar con actuar militarmente contra Georgia, con el pretexto de que este Estado sería laxista con los "terroristas chechenos" que habrían encontrado refugio en su territorio, mientras que en realidad, se trata de reforzar las posiciones rusas frente al "extranjero cercano", es decir los Estados que provienen de la descomposición de la Unión soviética. Putín ha encontrado en ello un aliento para llevar a cabo su guerra en Chechenia, presentada en esa ocasión como uno de los campos de batalla de la "guerra contra el terrorismo internacional", lo que ha recibido una apariencia de confirmación con la toma de rehenes en Moscú, donde Putín ve evidentemente la mano del extranjero.

La pax americana no es paz, sino guerras permanentes por esta razón más fundamental aún que la dominación imperialista sobre el mundo agrava en todas partes la miseria, hace resurgir y agrava problemas que se podía esperar estar resueltos por la historia, como conflictos entre micro-nacionalidades o entre etnias.

¿ Cómo no hablar a este propósito de Costa de Marfil ?

El motín militar actual es la expresión de la descomposición del aparato de Estado mantenido a pulso por la ex-potencia colonial francesa pero gangrenado por la corrupción y minado por la rivalidad que opone los unos a los otros a varios herederos putativos del antiguo dictador Houphouët-Boigny.

El enfrentamiento entre la fracción del ejército que sigue, de momento, leal al presidente en funciones, Gbagbo, y los amotinados ha abierto sin embargo la "caja de Pandora" de las oposiciones étnicas que son utilizadas demagogicamente desde hace años y por ello mismo reforzadas por todos los candidatos rivales al poder central. En varios lugares del país, el desencadenamiento de la violencia etnista, debido a menudo a la policía o al ejército leal mismo o también a bandas armadas al servicio del régimen, ha dado lugar a linchamientos, incluso a matanzas colectivas. Y si el ejército francés se ha desplegado, es para

separar las dos partes opuestas del aparato de Estado, y no para oponerse a las persecuciones. La única preocupación del imperialismo francés es preservar del estallamiento definitivo el aparato de Estado que defiende los intereses franceses en contra del pueblo de Costa de Marfil.

Por eso es por lo que los revolucionarios solo pueden reivindicar la retirada inmediata de las tropas francesas de Costa de Marfil, como por cierto de todas las antiguas colonias donde se mantienen todavía bases militares francesas.

Constatando, en la conclusión de nuestro texto del año pasado, que, en la situación internacional, son principalmente fuerzas reaccionarias las que ponen en tela de juicio el orden mundial, habíamos concluido que : "La única alternativa es el renacimiento del movimiento obrero revolucionario, que abra otra perspectiva ante la humanidad que no sea la expresión sin cesar renovada y ampliada de la barbarie. Las perspectivas fundamentales dependen de la capacidad de la clase obrera a desempeñar de nuevo a nivel internacional el papel que ha desempeñado en el momento del auge internacional del socialismo en la segunda mitad del siglo XIX o después de la Revolución rusa de 1917". No podemos más que retomar esta conclusión.

25 de octubre de 2002