Hace treinta años muere Franco:Juan Carlos, heredero del dictador transformado en "rey democratico"

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Diciembre 2005

Hace 30 años, el 20 de noviembre de 1975, el dictador español Francisco Franco se moría después de una agonía médicamente prolongada. El mismo día, Juan Carlos era coronado rey, no por casualidad. Años antes de su muerte es el propio Caudillo el que le ha designado como su sucesor. Es así que Juan Carlos fue durante años Príncipe instituido por Franco, y ocupando la jefatura del Estado en las enfermedades del dictador. Es decir, durante este tiempo, corresponsable de un régimen de terror en el cual cualquier movilización obrera terminaba con la represión y se perseguía con saña a los militantes de izquierdas.

Con la muerte de Franco la monarquía se instituía en el país. Su nueva tarea consistía en "modernizar" España.

Después de 40 años de dictadura, España debía, según sus dirigentes, evolucionar hacia un régimen donde el Parlamento, los partidos, y los sindicatos desempeñarían, como en los otros países europeos, un papel de amortiguadores entre las clases dominantes y la clase obrera.

La dictadura franquista había nacido del gran miedo de la burguesía española ante la subida revolucionaria que culminó en 1936. En primer lugar fue un régimen de terror brutal, después un yugo que utiliza la represión policial durante cerca de cuarenta años. Pero la dictadura franquista, mucho antes de la muerte del dictador, parecía a numerosos hombres políticos burgueses españoles como algo obsoleto, a la vez porque había envejecido y porque no correspondía ya a las condiciones de una España que había experimentado durante los años sesenta un innegable desarrollo económico.

La persistencia de la dictadura era un obstáculo para la integración de España en la Comunidad Europea. No es que los dirigentes franceses o alemanes estuviesen "indignados" por la represión en España. Siempre se han adaptado muy bien a las dictaduras. Pero la dictadura franquista al imponer, por el terror policial, condiciones de trabajo y salarios especialmente malos, afectaba a las leyes de la libre competencia.

Este carácter superado de la dictadura franquista también se veía en la incapacidad de los sindicatos oficiales para encuadrar a la clase obrera. Durante innumerables conflictos huelguistas que se desarrollaron en España en los años sesenta y setenta, la burguesía española pudo comprobar que era fuera del movimiento sindical oficial dónde debía buscar interlocutores válidos, generalmente en Comisiones Obreras.

Incluso viviendo Franco, el régimen había fracasado en sucesivas ocasiones, en sus intentos de liberalización: Franco y el aparato de Estado, con el ejército en primera fila, eran siempre reacios a comprometerse en la vía de la liquidación de la dictadura pero desde los años 70 y acentuándose desde la mitad de la década, el gran capital representado en los gobiernos franquistas a través de los que se llamaban los "tecnócratas" del Opus Dei, comenzó a buscar el recambio a la dictadura.

Por cierto, el régimen evolucionó a lo largo de los años. La sujeción se aflojó un poco. Sin embargo, dos meses antes de la muerte de Franco, cinco militantes antifranquistas fueron ejecutados salvajemente. Esta ola de represión suscitó muchas manifestaciones de protesta en el resto de Europa. El régimen franquista organizó à su vez una manifestación contra las "ingerencias" exteriores. Y en el balcón del palacio real de Madrid, al amparo de Franco, estaba Juan Carlos.

A la muerte del "Caudillo" nadie podía sucederle sin ser contestado, ni Juan Carlos ni ningún otro. Un dictador no se improvisa. La vía de una liberalización del régimen, a la cual toda una parte de la clase política era favorable desde hacía tiempo, se abría así.

El papel del rey fue encaminado a hacer ver que su monarquía no era la herencia de Franco sino la "herencia" de la "España eterna", en un intento de desmarcarse del régimen del dictador. Eso permitía empezar la construcción de una monarquía parlamentaria.

Pero la combatividad trabajadora planteaba un problema a la burguesía española, no como una amenaza inmediata, sino como una fuerza que debe canalizarse. El Partido Comunista Español organizaba los elementos más conscientes y los más combativos de la clase obrera. Las luchas trabajadoras eran numerosas y el PCE era sensible a las presiones de su base.

Por supuesto, las únicas aspiraciones del PCE eran solamente participar en un futuro Gobierno. Antes de la muerte de Franco su líder, Carillo, multiplicaba las declaraciones sobre la "crisis del régimen franquista que no permitía garantizar los intereses y los beneficios de los patronos españoles" y sobre su capacidad para salvar la burguesía ante la "violencia anarquista potencial" que traería el final de la dictadura.

Pero, antes de la muerte de Franco, las clases dirigentes españolas habían podido comprobar, en el país vecino, Portugal, lo que podía dar de sí la agitación de un final de dictadura, de tal forma que muchos creyeron que pasaba por Portugal el viento de la revolución. La caída del sucesor de Salazar, Caetano, a partir del 25 de abril de 1974, se había animado lo suficientemente para que políticos y dirigentes españoles quisieran evitar el mismo tipo de situación en España.

Sobre todo teniendo en cuenta que en España, la clase obrera era infinitamente más numerosa, más concentrada y había mantenido tradiciones de lucha a pesar de cuarenta años de dictadura.

Con la muerte de Franco, la política de la burguesía cambió para permitir a toda una parte del personal político de derechas desembarazarse, más tarde, de la dictadura franquista y establecer formaciones políticas que se reclaman del parlamentarismo, incluso si se mantenía todo el aparato de Estado franquista: sus jueces, policía y el ejército con sus tradiciones. Como ejemplo de esta política tenemos el nombramiento por Juan Carlos de Suárez, como jefe del Gobierno. Un responsable franquista reconvertido en demócrata.

Pero para que esta "transición" pasase suavemente, era necesario evitar que la "olla a presión" reventase: había que dejar salir la presión paulatinamente para que no hubiese una ebullición brutal de todas las capas sociales susceptibles de impugnar el régimen: juventud, los nacionalistas vascos o catalanes, pero sobre todo las masas trabajadoras.

Y éste debió ser, en parte, el papel de los partidos de izquierda. Y por eso, estos partidos y en primer lugar el PCE, deben reconocer la monarquía, el mantenimiento del aparato de Estado y sobre todo, jugar un papel de bombero con las esperanzas de la clase obrera.

En el seno de la izquierda, la burguesía hizo bastante para reforzar al Partido Socialista (PSOE) en detrimento del PCE.

El PSOE, cuyos jóvenes dirigentes deseaban llamar a las puertas del poder, no era un partido de masa. Su implantación no tenía nada que ver con la del PCE. Este último tenía un peso considerable, gracias al valor y a la abnegación de miles de militantes que se habían organizado bajo el franquismo.

El PCE, con la conducta de Carillo, había puesto de manifiesto que no le importaba (con la esperanza de participar un día en el Gobierno) desmoralizar a su base militante y sacrificar los intereses de los trabajadores y aceptarlo todo, en nombre de la estabilidad de la democracia. Iba a ser leal y servil a la monarquía, a apoyar todos los acuerdos políticos. Iba sobre todo a intervenir sistemáticamente para impedir los conflictos sociales o para impedir los movimientos. Esta política culminó con los pactos de la Moncloa, firmados en el otoño de 1977 por el PCE y Comisiones Obreras, el PSOE y la UGT.

Durante todo este período, el PSOE, multiplicando al mismo tiempo los contactos con Suárez y al efectuar la misma política que el PCE (pero más discretamente y en segundo plano) se permitía el lujo de criticar la política "derechista" del PCE, con el objetivo de conquistar electoralmente una base trabajadora.

El PSOE iba a conseguir su operación. A partir de las primeras elecciones de junio de 1977 obtenía un 30% de los sufragios, sobrepasando el PCE apenas el 9%.

Finalmente, Felipe González llega al poder en 1982 para efectuar una dura política antiobrera con la "reconversión industrial" que trajo millares de despidos, el bloqueo de los salarios y la desmoralización de muchos trabajadores.

Entonces, 30 años más tarde, al mismo tiempo que no podemos sino alegrarnos de la muerte del viejo dictador y el final de su régimen, es necesario no olvidar lo que fue la "transición" en España: la instauración, con la ayuda de la izquierda, de un régimen parlamentario que iba a llevar, a veces con Gobiernos de derecha, a veces con Gobiernos socialistas, una política antiobrera, liquidando las esperanzas de millones de trabajadores.

Y todo esto con Juan Carlos, heredero de la corona pero también de Franco y transformado para décadas en "rey democrático".

Con la muerte de Franco se perdió una ocasión, no de hacer una revolución pues no era el momento, pero sí para construir alrededor de los militantes luchadores de la clase obrera, gente conscientes y animados para preparar un futuro que permitiera a la clase obrera resistir a los ataques y formar un partido fuerte con la perspectiva de una transformación de la sociedad y no solo en España sino también mas allá de sus fronteras.