Crisis, guerras y cambios en las correlaciones de fuerzas

Print
Textos de congreso de Lutte Ouvrière - Diciembre de 2022
Diciembre de 2022

Más allá de las estadísticas sobre el retroceso de la producción de bienes materiales y la bajada de los intercambios internacionales, la amenaza de una crisis financiera; más allá de los muertos y estragos de la guerra en Ucrania, en el continente privilegiado que es Europa, masas cada vez más grandes se enfrentan a las consecuencias de la profundización de la crisis.

Hasta en los países imperialistas, ricos del pillaje y la explotación de la mayoría pobre del planeta, y a pesar de los gestos de caridad de sus Estados para prevenir y desactivar las explosiones de rabia, las masas populares se ven empujadas hacia una pobreza que nos hará volver a niveles de la anterior guerra imperialista.

En los países pobres, donde las clases populares se encuentran privadas de lo necesario en tiempos normales, ya hay hambrunas.

Volvemos a ver las peores calamidades de la Edad Media, pero en una época en la que la humanidad dispone de recursos científicos, técnicos y productivos del siglo 21: se trata de una de las expresiones más odiosas de la podredumbre de una organización social anacrónica.

La crisis del capitalismo, al empeorarse integra la guerra como forma de existencia permanente de la vida social. Para caracterizar el periodo que se ha abierto, basta con leer un diario tan representativo del conformismo burgués como Les Échos, que duda entre fórmulas como “la nueva guerra fría”, “las premisas de la tercera guerra mundial” o “la era del caos”.

La producción de bienes materiales y la oferta de servicios útiles para la población retroceden por todas partes. Sube el coste de la vida mientras el paro empeora y se estancan los intercambios internacionales.

Los precios disparados de la energía asfixian la metalurgia europea, que “ha perdido en unas semanas la mitad de su capacidad de producción” (diario Les Échos de 22 de agosto de 2022). “Quizás sean necesarios diez años para que Alemania vuelva a su competitividad de antaño” (Les Échos de 4 de agosto). “El gran miedo a una penuria de metales” (Les Échos de 26 de septiembre). “Energía: los precios se disparan, las fábricas se paran” (Le Monde de 21 de septiembre).

En las páginas económicas de los grandes diarios, la lista de empresas que paran la producción o cierran se alarga, desde Alemania a Gran Bretaña, desde Suecia a Eslovaquia. En Francia, se suele hablar de “ralentización” o de “paro temporal”. Pero, al mismo tiempo, “Londres alcanza una actividad récord en el mercado de divisas.” (Les Échos).

La crisis financiera subyacente, con saltos espasmódicos, vuelve a cargarse con amenazas, por la subida del tipo de interés del dólar. La decisión del gobierno estadounidense conlleva una fuga de capitales desde los países pobres o subdesarrollados, que a su vez provoca la caída de sus divisas.

Entre los países afectados están Kenia, Túnez, Egipto, Gana, Mongolia, pero también Chile y Hungría. Hasta afirma un especialista que, en el caso de Hungría, podría reproducirse lo ocurrido hace algunos años en Argentina. La caída de las divisas de estos países agrava la carestía de la vida, así como la deuda exterior.

El capitalismo siempre ha mezclado los aspectos económicos y políticos, que a veces se determinan unos a otros y a veces se oponen, en un movimiento permanente. Sin embargo, son los periodos de crisis y violencia incrementada entre las clases sociales y entre las naciones las que revelan de la manera más cruda las contradicciones del capitalismo decrépito. Como reflejo de la competencia extremada entre los grupos capitalistas y entre las naciones, las relaciones internacionales se tensan. Las tensiones internacionales y las guerras como expresión de ellas, así como las reacciones que provocan (sanciones, boicot, etc.) son factores económicos centrales.

La guerra en Ucrania entre Rusia y las potencias imperialistas agrupadas en la alianza militar y política que es la OTAN, así como las sanciones económicas que vienen con ella, desvelan las tendencias económicas muy anteriores al estallido del conflicto; sacan a la luz las correlaciones de fuerzas y sus cambios. Las guerras, al igual que las revoluciones, son como parteras de la historia.

Guerra en Ucrania y cambio en las correlaciones de fuerzas

La correlación de fuerzas que la guerra puede modificar más directamente es la existente entre Rusia, por una parte, y la coalición de potencias imperialistas occidentales, por otra. Pero no es la única. También es posible que una nueva correlación de fuerzas más favorable a los imperialistas tenga consecuencias sobre la que existe entre los Estados Unidos y China. No en balde China aparenta cierta solidaridad con la Rusia de Putin, aunque los vínculos establecidos entre la economía china y la estadounidense estos últimos años trabaje en sentido contrario. No sin motivo, tampoco, buen número de países subdesarrollados dudan en respaldar a los EE.UU. en el tema de las sanciones contra Rusia, sorteándolas o negándose directamente a aplicarlas; entre ellos están países que tienen los recursos económicos, demográficos o mineros, de esperar un determinado nivel de autonomía para con las presiones del imperialismo estadounidense.

Por sus consecuencias económicas, la guerra también cambia la correlación de fuerzas entre imperialistas, en ventaja del imperialismo estadounidense y a expensas de la principal potencia europea, o sea Alemania. Lo cual conlleva repercusiones inevitables sobre la Unión Europea.

El peso económico de Alemania, que creció bajo protección militar y diplomática de los Estados Unidos durante la guerra fría, se basó en tres pilares tras la caída de la URSS: el gas ruso, el mercado chino y la existencia de un “hinterland” en los países del este europeo – “hinterland” histórico del imperialismo alemán, que se volvió a formar después de la dispersión de la URSS en varios Estados independientes y de la caída de las Democracias Populares. Es una parte pobre de Europa, que facilita mano de obra competente y a la vez más barata que en Europa occidental; le ha permitido al gran capital alemán mover parte de su subcontratación e incluso parte de su producción hacia una región cercana (con la ventaja de evitar los caprichos del transporte). “Entre 1991 y 1999, los flujos de inversiones directas alemanas hacia países de Europa del este fueron multiplicados por veintitrés”, cuenta el mensual Le Monde diplomatique (febrero de 2018), y prosigue: “Las fábricas de los proveedores de equipos de automóviles, de plástico, de electrónica, brotan por doquier puesto que, desde Varsovia hasta Budapest, los salarios medios apenas llegan a la décima parte de los de Berlín en la década de los años 1990.” Así es cómo las empresas capitalistas de las potencias imperialistas europeas mantienen a la parte pobre de Europa dentro de una economía de subcontratación y subordinación, es decir una economía de subdesarrollo.

Si bien los Mercedes, BMW, Audi y demás llevaban el sello Made in Germany, muchos componentes eran producidos en Hungría, Eslovaquia o Polonia (y en Polonia, solían producirlos obreros ucranianos, más baratos aún que los polacos). Detrás de los discursos sobre la “democracia” o el “derecho del pueblo ucraniano a disponer de sí mismo”, aquellos son los motivos del interés peculiar de las potencias imperialistas europeas para con Ucrania.

La ganancia que el gran capital alemán (y también francés, con las empresas PSA y Renault en particular) saca de los países de Europa del este sufre perturbaciones en Ucrania por la guerra y en Rusia por las sanciones que se le imponen por haber desencadenado el último episodio bélico.

En cambio, los Estados Unidos se salen con la suya, con la valorización de su gas de esquisto que la subida de precios vuelve competitivo en el mercado global. Sus empresas capitalistas sacan ventaja de que los precios de la energía que usan han subido mucho menos que los de la energía que usan sus competidores europeos.

Teniendo en cuenta el peso de Alemania en la Unión Europea, el debilitamiento de este país tendrá consecuencias sí o sí en cuanto a la solidez y la mera supervivencia de dicha Unión. Es posible que los Estados Unidos, que participaron en crear el mercado común, tengan algo que ver con el entierro de su forma actual, la Unión Europea.

Ya durante la pandemia, las peleas sobre las mascarillas y las dosis de vacunas demostraron hasta qué punto la mera solidaridad quedaba limitada entre países de la Unión.

Resulta significativa la bronca provocada en varios Estados por los 100 mil millones anuales que el Estado alemán prometió a sus propios capitalistas. Quienes protestan consideran que se trata de un estorbo en la competencia, que favorece a los capitalistas alemanes contra los demás. La mayoría de los Estados cuyas finanzas no son tan buenas como las alemanas reclaman a gritos que se ponga en común ese tipo de ayudas a escala europea. Parece que, a pesar de su denominación pomposa, la Unión Europea no resiste a la rivalidad entre Estados europeos, agravada por la crisis.
 

Gasto militar, despilfarro y racionamiento

Los gastos militares se han disparado especialmente en Alemania, acordándose con los estadounidenses, lo cual supone grabar más el presupuesto a costa del gasto colectivo indispensable. Las dificultades del abastecimiento a causa de sobresaltos económicos, en particular en el campo energético, toman la forma del racionamiento impuesto a las clases populares. Los dirigentes alemanes han anunciado a su pueblo que se tiene que preparar al racionamiento del gas.

Racionar el gas para el consumidor de a pie no afecta demasiado a la burguesía. El papel de los gobiernos consiste precisamente en gestionar problemas de esta clase e inventar justificaciones para las medidas que toman.

Pero ¿qué hacer con la potente industria alemana? Precisa del gas, no sólo como fuente de energía, sino también como materia prima. El diario Les Échos de 14 y 15 de agosto recuerda que “nada más que con el gigante químico BASF con sus 45.000 productos que salen de las cadenas de producción, ¿cómo arbitrar?”. Se da la palabra a un alto responsable de la patronal del sector químico, quien recuerda que su sector, que se traga el 15% de las reservas de gas, “está en el corazón del modelo económico alemán, y resulta indispensable para la agricultura, la farmacia, la construcción pero también la industria de la automoción”.
 

Chips y automoción: dos industrias en plena crisis

La opinión pública descubrió este año que dos empresas de Taiwán disponen del monopolio o casi de la fabricación de un determinado tipo de chips electrónicos modernos, de los que varias ramas industriales entre las cuales la automoción no pueden prescindir. “En 1990, sin embargo, los Estados Unidos realizaban el 44% de la producción global de chips y Europa el 37%”. “Hoy en día, el trust taiwanés TSMC cubre el 53% de la producción mundial de semiconductores.” “Junto con UMC, el número dos de Taiwán, la cuota de mercado sube al 60%.

Para los capitalistas europeos y americanos del sector que poseen las patentes, fue más beneficioso en su tiempo subcontratar la producción a un país como Taiwán, donde la mano de obra competente era mucho más barata que en los Estados Unidos, y además con un régimen autoritario capaz de presionar por mantener el bajo nivel de los salarios.

Las decisiones privadas de las empresas capitalistas de semiconductores se juntaron en un movimiento colectivo: sus compadres y clientes acabaron padeciendo de una de las leyes de su propia economía.

En cuanto los capitalistas de la automoción, las telefónicas y tecnológicas etc. empezaron a sufrir del bloqueo producido por el monopolio de los semiconductores especializados, sus respectivos Estados actuaron por poner en marcha en su territorio la fabricación de los componentes electrónicos necesarios.

¿Estaría la electrónica global pasando de la penuria al exceso?”, preguntó Le Monde el 20 de septiembre de 2022.

Los gobiernos con recursos suficientes para ello se apresuraron a socorrer a sus capitalistas.

Entonces llegó la especulación financiera. Los especuladores se esperan a que las subvenciones estatales produzcan fábricas nuevas, lo cual supondrá una sobrecapacidad de producción, y apuestan por un vuelco en la oferta.

Le Monde publicó una foto que ilustra el problema con más claridad que muchos discursos: la de Biden que el 9 de septiembre anuncia un regalo de 52 mil millones de dólares a este sector, en una toma de palabra delante de la maquinaria de construcción dispuesta a desbrozar un terreno propiedad de Intel para lanzar la construcción de una fábrica, en Ohio. ¡Por muy rápida que sea la construcción, puede que la fábrica empiece a vender cuando el mercado ya esté saturado!

La historia económica de la Francia capitalista en las últimas décadas recuerda la construcción de altos hornos en la región de Fos-sur-Mer (cerca de Marsella) a principios de los setenta, cuando se esperaba un incremento de la demanda de acera por parte de la industria automóvil en expansión. Pero cuando fueron construidos los cuatro altos hornos, la demanda había tocado techo, y tres de ellos no pudieron echar a andar en el momento.

La intervención estatal no elimina las crisis, y además son las clases explotadas las que tienen que financiar una inversión que sólo les renta a los capitalistas. Sin embargo, puede contribuir a amplificarlas. El caso de los altos hornos de Fos y el de los microchips lo ejemplifica.

El predominio de Taiwán en el sector de los semiconductores expresa el avance de la centralización, consolidación y concentración, que Marx y luego Lenin (El imperialismo) definieron como un aspecto fundamental de la evolución del capitalismo hacia el imperialismo. También pone de relieve la necesidad de una planificación a escala global.

La globalización y la concentración al nivel mundial son tan potentes como la ley de la gravedad, mientras impere el capitalismo. En las leyes de un sistema económico anárquico yacen las causas de esta evolución fundamental, cuyas consecuencias lamentan los propios capitalistas y sus dirigentes políticos.

A la necesidad de una planificación internacional, que exuda el capitalismo por todos sus poros, se oponen otras dos características fundamentales: la propiedad privada de los medios de producción y la dispersión en Estados nacionales. Una y otra imposibilitan la realización completa de la lógica de la evolución capitalista, que supone al fin y al cabo la planificación global de la actividad de los principales medios de producción.

La desregulación del mercado energético promovida por los buitres de la banca se vuelve contra los capitalistas. Pone en evidencia la misma contradicción fundamental que, bajo el capitalismo, impone una creciente coordinación, pero sin llegar a realizarla.

Trotsky dijo lo siguiente en 1934, en plena “gran depresión”: “Si se pudiera borrar las fronteras entre Estados de un solo golpe, las fuerzas productivas podrían seguir creciendo y elevándose a un nivel superior, aun manteniéndose el capitalismo. Es verdad que lo harían a costa de sacrificios innumerables.” Prosiguió y concluyó Trotsky: “Con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, las fuerzas productivas pueden alcanzar un nivel superior aun en el marco de un solo Estado, lo ha demostrado la experiencia de la URSS. Pero sólo la abolición de la propiedad privada junto con la de las fronteras estatales puede crear las condiciones de un sistema económico nuevo, la sociedad socialista.

Resulta aún más evidente ahora que en 1934 en varios campos donde los problemas de la humanidad se plantean al nivel del planeta, como por ejemplo el calentamiento global, la gestión racional de los seres vivos en los océanos, etc.

Un planteamiento global es una necesidad incluso en los campos en los que el capitalismo ha tenido que realizar una suerte de concentración caricaturesca mediante un regateo entre Estados nacionales, defendiendo cada uno sus propios intereses. Es el caso en el sector energético, donde fueron necesarias décadas para implementar un sistema que tenga en cuenta los intereses divergentes, cuando algunos acceden más fácilmente al gas y al petróleo, los otros al carbón, o a la energía eólica.

Las crisis financieras, las penurias, las tormentas económicas no son aberraciones del capitalismo sino sus consecuencias inevitables.

La sociedad está madura, lista para el socialismo, la planificación, la colectivización y la organización racional de los medios de producción.

La controversia que opone los vehículos térmicos a los eléctricos, favoritos de los ecologistas, sirve como cortina de humo para ocultar grandes maniobras de los trust automóviles y petroleros.

El diario Les Échos de 9 de agosto de 2022 expresa su admiración ante la patronal del automóvil en un artículo cuyo título es todo un mundo: “Siete años tras el “dieselgate”, el coche realiza su revolución”. Tras nombrar los problemas que afectan el sector – caída de las ventas, especialmente en los coches diésel, falta de componentes, perturbaciones en la cadena de producción – prosigue: “lo más relevante de todo eso está en que los fabricantes han convertido las dificultades en oportunidades. Las han aprovechado para cambiarse de un modelo económico hacia otro, con ventaja: pasaron de una lógica de buscar volúmenes de producción a la de buscar exclusivamente la rentabilidad.” […]

Es un cambio de paradigma. Los industriales peleaban por cuotas de mercado; en adelante, siendo el margen operativo el que dicta su ley, dan la prioridad a los vehículos con fuerte rentabilidad.

Éste es el gran vuelco en la automoción: apostar por los coches de alta gama, tanto en los térmicos como en los eléctricos. De todos modos, los coches térmicos seguirán teniendo un mercado en los países subdesarrollados.

Los coches térmicos vienen generando ganancias desde hace más de un siglo y han provocado un aumento de la demanda de petróleo. No hay semejante certidumbre con los coches eléctricos, por varios motivos, entre los cuales están los requisitos de equipos colectivos para los trayectos de larga distancia (recargar las baterías, etc.).

Los grupos capitalistas pueden contar con la ayuda de los Estados. En el pasado, la “fordización” en la producción y la relativa “democratización” del consumo no fueron obstaculizados por la falta de infraestructuras, o sea carreteras en condiciones y redes densas para la distribución de la gasolina.

Para los coches eléctricos, ya lleva retraso la fabricación de las baterías, también la red de terminales para la carga rápida en las carreteras. Y hay más: nadie está seguro de que las materias primas requeridas (litio, níquel, cobalto, tierras raras…) ofrezcan un desarrollo tan ilimitado que el de los coches térmicos hasta ahora. Además, las tierras raras están concentradas sobre todo en China, Rusia…

Por lo que, a falta de certidumbres, los intereses de los capitalistas de la automoción y del petróleo coinciden en volver a montar una operación semejante a la que realizaron las petroleras en la crisis de los años setenta: aprovechar una situación de monopolio para vender menos, pero más caro. Con una ventaja adicional: que paguen los consumidores desde hoy para las inversiones presentes y futuras que supone el cambio.

Aún no se conoce el futuro del coche eléctrico, y sin embargo la rivalidad de los trust ya ha estallado en torno a países que, según se supone, tienen los metales necesarios para la fabricación. “La industria automovilística en la carrera hacia las materias primas” era el título de Les Échos de 26 de septiembre de 2022. Elon Musk ya se ha hecho con algunas regiones de Indonesia.

La guerra por las materias primas es uno de los aspectos del imperialismo. Los enfrentamientos abiertos o más discretos entre potencias por el nuevo reparto de África fueron un ejemplo de ello. Desde la conferencia de Berlín (en 1885), el avance de las ciencias y técnicas ha producido nuevas necesidades de materias primas, entonces desconocidas. Algunos recursos ya se pueden explotar, otros no todavía, pero los trust saben anticipar para hacerse con reservas mineras, aunque sólo sea por impedir que otro competidor las alcance. Es lo que ocurre en la República Democrática del Congo un país que los geólogos llaman un “milagro geológico” teniendo en cuenta su riqueza en metales raros. Algunos, cual el cobalto, ya son explotados en unas condiciones odiosas, y otros ya han sido apropiados mediante concesiones.

Ya que estamos en ello: cuanto más dure la guerra en Ucrania, más se nota en las noticias que el interés de los Estados Unidos para con aquel país no sólo se fundamenta en la voluntad de atraerlo al bando occidental en lo político y militar, sino también en unos intereses económicos concretos. El periodista Marc Endeweld explicó en su libro Guerras ocultadas. Los secretos del conflicto ruso-ucraniano (no traducido al español) el interés que desde hace años el trust Westinghouse y la gran constructora estadounidense Bechtel muestran por las centrales nucleares de Ucrania.

La lucha fundamental

Una sola vez el orden burgués fue amenazado en su existencia: durante la oleada revolucionaria iniciada en octubre de 1917 con la victoria del proletariado en Rusia, pero que no se completó.

El impulso fue contenido, la revolución fue vencida, no ya en la guerra abierta entre la burguesía imperialista y el proletariado, sino de otro modo, que Marx no había adivinado: mediante la degeneración burocrática del Estado obrero creado por el proletariado ruso.

Esa primera gran batalla, cuya clave era qué clase iba a ejercer el poder al nivel global, determinó la historia de los años posteriores.

Entre las dos guerras mundiales, la lucha de clase se mantuvo en un alto nivel de virulencia. La burguesía imperialista salió ganadora, a costa del fascismo, regímenes autoritarios y al final otra guerra mundial.

El temor profundo de la burguesía para con el proletariado, inspirado en la oleada de revoluciones de la posguerra, se mantuvo durante una generación. Motivó los bombardeos de Dresde, Hiroshima y Nagasaki.

Un temor que estaba justificado, puesto que la Segunda Guerra Mundial, al igual que la anterior, desencadenó una nueva oleada revolucionaria, la de las revoluciones coloniales. Pero ésta, que era tan amplia y con tanta determinación como la primera, ya no iba dirigida por el proletariado contra el orden capitalista, sino que la lideraban burguesías nacionales cuyo objetivo se ceñía en la defensa de su derecho a existir contra la dominación directa del imperialismo.

Aquellos dirigentes e incluso los más decididos y combativos como Mao, Castro y Ho Chi Minh y otros tantos, no pretendía destruir el imperialismo y poner fin al capitalismo, sino arreglar este orden social para que les deje algo de espacio.

El sistema capitalista acabó absorbiendo todas las tentativas e integrándolas en su orden social. El gran capital imperialista se mantuvo al mando del planeta. Sin embargo, no es “el fin de la historia”.

El capitalismo triunfante sigue siendo el de la época imperialista, es decir que todos sus males interiores le son inherentes.

Aun cuando el dominio burgués no se vea cuestionado por el proletariado, nueva clase capaz de realizar una forma social superior del desarrollo humano, el capitalismo sigue carcomido.

La construcción de un partido comunista revolucionario con el fin de derrocar el poder de la burguesía no es un pronóstico, sino un objetivo de lucha.

A falta de un partido que represente los intereses de la clase obrera, no sólo dentro del marco del capitalismo sino también de cara a su papel insustituible en el derrocamiento de éste, la humanidad se encamina a una catástrofe social más amplia aún que las que llevaron a la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Actualidad del Programa de Transición

El texto redactado en 1938 es muy actual. En muchos aspectos, parece que fue escrito hace poco para analizar la crisis presente y sacar indicaciones para un programa de lucha, que permitiera que el proletariado retomara su lucha fundamental por el derrocamiento del poder de la burguesía. Es imposible militar por la revolución proletaria en nuestros tiempos sin basarse en este texto.

Aunque fue escrito hace ochenta y cuatro años, en un contexto muy distinto de la situación internacional de ahora, se fundamenta en una comprensión íntima, por así decirlo, de la crisis del capitalismo y la intensificación de la lucha de clases que conlleva o puede desencadenar.

La mayoría de las reivindicaciones, basadas en las “premisas objetivas de la revolución socialista” siguen vigentes hoy en día. El capítulo sobre los soviets detalla: “Ninguna reivindicación transitoria puede ser realizada completamente dentro del régimen burgués.” Todas las reivindicaciones suponen “una presión constante de las masas” capaz de llevar el movimiento a “una etapa abiertamente revolucionaria”.

No se trata de un catálogo de recetas, sino de un programa de lucha. En vano intentaríamos adivinar el camino por donde iría la movilización obrera, y el de las reivindicaciones que exigiría la evolución de la situación. Sin embargo, hay que ser conscientes de que, en un periodo de remontada obrera, las situaciones cambian con una rapidez extrema, con la que a su vez cambian las reivindicaciones que se tiene que defender. El análisis y entendimiento de las etapas concretas de la movilización de los trabajadores deben fundamentar el razonamiento de los militantes comunistas revolucionarios.

Recordemos que aun antes de que los trabajadores se movieran, algunas consignas del Programa de Transición eran entendibles, aunque no prácticamente asumibles, más allá del núcleo reducido de militantes revolucionarios que las defendían.

Ante el crecimiento del paro, la consigna de “reparto del trabajo entre todos sin bajar los salarios” era una herramienta útil de propaganda e incluso a veces de agitación. La reciente subida de los precios y la toma de conciencia de la carestía de la vida han hecho más entendible la reivindicación de la escala móvil de los salarios. El regreso de la guerra al continente europeo acaba de hacer más comprensibles los capítulos del Programa de Transición sobre “la guerra y la lucha contra el imperialismo”.

No resulta difícil imaginar con qué rapidez una ola de huelgas – incluso huelgas duraderas – plantea inmediatamente el problema de los piquetes y, desde ahí, de las milicias obreras. Asimismo, plantea la cuestión de los comités de huelga, es decir “aquellos comités de fábrica” que son “un elemento de poder dual en la fábrica”.

De nada sirve especular a ver en qué orden pueden ser defendidas esas reivindicaciones. Todos los objetivos del Programa de Transición vienen entremezclados entre causas y efectos.

¿Ha de considerarse el capítulo sobre “la URSS y la tarea de la época de transición” como antiguado? Lo es, desde el punto de vista del objeto, habiendo desaparecido la URSS, pero no si nos fijamos en el método de razonamiento y en la elección de Trotsky de considerar la revolución rusa como un pasado del cual el proletariado puede enorgullecerse.

A pesar de la evolución de la burocracia soviética, digamos desde los años treinta que son cuando se consolidó su poder, hoy día siguen siendo los análisis de Trotsky los que permiten comprender lo más precisamente la realidad rusa.

10 de octubre de 2022