El capitalismo chino frente a sus contradicciones y al imperialismo

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Textos del mensual Lutte de classe - Febrero de 2024
Febrero de 2024

Desde la crisis de Covid a finales de 2019, la economía china se enfrenta a una serie de dificultades de las que parece incapaz de salir. Pero esta crisis no es específicamente china ni puramente coyuntural. En 30 años, China, bajo la égida de su gobierno, se ha integrado profundamente en la economía mundial. En las décadas de 1990 y 2000, las empresas occidentales encontraron los recursos humanos que necesitaban para recuperar su tasa de ganancia, convirtiendo a China en el taller del mundo. Tras la crisis de 2008, el auge de la especulación inmobiliaria en China reavivó el interés occidental por este vasto mercado. Hoy, el capitalismo chino choca no sólo con la regresión de la economía capitalista mundial, sino también con los límites impuestos por las potencias imperialistas, lo que le ocasiona un cúmulo de dificultades que, de persistir, no dejarán de tener consecuencias para el curso del mundo.

En sus publicaciones de octubre de 2023, el FMI señalaba que la economía mundial atravesaba dificultades. Analizando las consecuencias de la pandemia, la guerra de Ucrania y el aumento de la fragmentación geoeconómica, pronosticaba que el crecimiento mundial seguiría ralentizándose. Sus conclusiones eran claras: "Las previsiones de crecimiento mundial a medio plazo, del 3,1%, son las más bajas desde hace varias décadas, y las perspectivas de que los países alcancen el nivel de vida de otros países más avanzados son escasas". Mientras cientos de millones de seres humanos en todo el mundo siguen en la miseria o sumidos en la pobreza y la precariedad, y otros mueren bajo las bombas, los dirigentes del capitalismo ya ni siquiera se atreven a prometerles un futuro mejor. Es una confesión de bancarrota, la bancarrota de una economía basada en el mercado y en la anarquía de la competencia.

A principios de la década de 2000, el crecimiento de China, gracias a las políticas gubernamentales y a las inversiones occidentales, arrastraba a toda la economía mundial. Entre principios de la década de 2000 y principios de 2010, China anunciaba tasas de crecimiento superiores al 10%, llegando incluso al 14% en 2007, antes de la gran crisis de 2008. Algunos lo vieron como el efecto milagroso del capitalismo, otros como un país recuperándose de la pobreza. En realidad, el Estado chino y los capitalistas occidentales simplemente habían encontrado un terreno común que les permitía explotar conjuntamente a la clase obrera china, lo que contribuía a los beneficios de la burguesía occidental y propiciaba la aparición, o reaparición, bajo la égida del Estado chino, de una considerable burguesía y pequeña burguesía chinas. En torno a las zonas francas y las zonas económicas especiales (ZEE), que organizan la explotación de la clase obrera china, han surgido ciudades. Pero China está lejos de haber dejado de ser un país pobre. Según el Banco Mundial, el 19% de su población sigue viviendo por debajo del umbral de la pobreza, es decir, 273 millones de personas con ingresos inferiores a 6,85 dólares al día. Las zonas urbanas más modernas y ricas, en torno a Pekín, Shanghai, Shenzhen y las capitales de provincia, siguen codeándose con el campo atrasado. Cientos de millones de trabajadores emigrantes, como ciudadanos de segunda clase, han venido de este interior para ganar el equivalente a unos cientos de euros en las condiciones más duras, y luego ser devueltos cuando los intereses de los capitalistas chinos y extranjeros cambiaron de rumbo.

La crisis inmobiliaria

Los años que siguieron a la crisis mundial de 2008 fueron escenario de una especulación inmobiliaria aún más desenfrenada. El Estado chino, la resurgente burguesía y los funcionarios locales habían encontrado una forma de impulsar la actividad manufacturera, que se había desplomado tras la caída de los países occidentales. Para financiar sus proyectos de construcción, los promotores y los gobiernos provinciales se endeudaron sin fin, utilizando el dinero de los préstamos concedidos para nuevos proyectos para continuar las obras de los antiguos. El sistema funcionó mientras el mercado se expandió y los precios subieron, creando una burbuja inmobiliaria que lleva más de dos años desinflándose. La pandemia fue el detonante. Como consecuencia de la caída del mercado en aquel momento, muchos promotores se vieron incapaces de pagar a sus acreedores y terminar de construir. La máquina de la especulación se había bloqueado y, a pesar de las esperanzas del Gobierno, no se ha vuelto a poner en marcha.

En 2019, la construcción de nuevas viviendas tocó techo. En 2021, empezó a caer antes de desplomarse en 2022, un 40%. En noviembre de 2023, seguía un 15% por debajo de 2022, alcanzando el 40% de lo que había sido a finales de 2019. Las ventas inmobiliarias han seguido la misma trayectoria. Sin embargo, los precios inmobiliarios no se han desplomado hasta ahora. Los precios de obra nueva han caído sólo un 3% en 2023. Según el banco Nomura, los promotores en China solo han entregado hasta ahora alrededor del 60% de las viviendas pre-vendidas entre 2013 y 2020, con muchas obras en espera. Entre el desplome de las viviendas iniciadas y estas suspensiones, los promotores han reducido de hecho drásticamente la producción. Están tratando de vender sus existencias a precios relativamente altos. Mientras que muchos obreros de la construcción inmigrantes han sido despedidos y obligados a regresar a sus ciudades o pueblos de origen, el Gobierno central hace lo que puede para apoyar a los promotores: concede a los compradores que ya poseen una propiedad el beneficio de las subvenciones reservadas a los compradores de primera vivienda, mantiene los tipos de interés muy bajos y ayuda a las provincias que no pueden reembolsar sus deudas inmobiliarias.

La crisis inmobiliaria sigue ahí. Y está lejos de terminar. Empezó cuando Evergrande, número uno del sector, se vio incapaz de pagar a sus acreedores hace más de dos años. El grupo sigue entre la liquidación y la reestructuración, incapaz de hacer frente a las condiciones de su colosal deuda de 328.000 millones de dólares, dejando tirados a trabajadores y subcontratistas, así como a sus clientes, para quienes la compra de un piso es la inversión de todos sus ahorros, su seguro de vejez, provocando ira y manifestaciones. Los reveses de Evergrande, sus impagos, las detenciones de sus ejecutivos y el arresto domiciliario de su director, antiguo multimillonario y antiguo protegido del poder de Pekín, han sido objeto de titulares internacionales, pero la mayoría de los promotores inmobiliarios atraviesan las mismas dificultades. Sólo un ejemplo: Country Garden, que se convirtió en el mayor promotor inmobiliario tras la quiebra de Evergrande, también se vio incapaz de hacer frente a sus deudas este verano y en octubre. Sus ventas cayeron en octubre y noviembre a una sexta parte de lo que fueron de media en 2021 y 2022, y los clientes mostraron poca confianza en la capacidad de la empresa para cumplir sus pedidos.

En China, a diferencia de otros países imperialistas, es el Estado el que domina a la burguesía, y no al revés. Muchos de los grandes patronos que hicieron fortuna bajo la protección del Estado y cuyas empresas se hundieron en la crisis han desaparecido literalmente o han sido detenidos. El Estado chino también está interviniendo apoyando a estas empresas a través de sus numerosas empresas estatales ("State Owned Enterprises", SOE) y bancos. El principal objetivo es salvaguardar los intereses de los capitalistas, principalmente chinos pero también occidentales, que pueden ser accionistas de los promotores o les han prestado dinero, limitando al máximo las liquidaciones. Por ejemplo, Gemdale Corp, décimo promotor chino, que debe reembolsar 1.400 millones de dólares en los próximos cuatro meses, ha recibido el apoyo del Estado a través de varios bancos estatales, que se han declarado dispuestos a prestarle 1.000 millones de dólares a condición de que Gemdale les ofrezca como garantía un centro comercial y un emblemático complejo de oficinas de Pekín. Otra, Vanke, vio cómo su principal accionista, una empresa estatal, ponía sobre la mesa el equivalente a más de mil millones de euros para que pudiera hacer frente a sus deudas.

No obstante, la crisis se ha extendido a las finanzas y, en particular, a las llamadas "finanzas en la sombra", es decir, los fondos privados que intervienen en la economía al margen de los canales bancarios tradicionales, y cuya importancia ha crecido con la especulación inmobiliaria de la década de 2010. En julio aparecieron señales de dificultades en Zhongzhi Enterprise Group, una de las principales gestoras de activos de China, cuando una de sus filiales incumplió los pagos de decenas de productos de inversión. A mediados de septiembre, dos empresas estatales tomaron el control de la filial, pero a finales de noviembre, Zhongzhi, la empresa matriz que gestiona 128.000 millones de euros en activos de clientes, se declaró "gravemente insolvente" debido a unas deudas de 60.000 millones de euros. El viernes 5 de enero, declaró que "manifiestamente" no tenía capacidad para reembolsar sus deudas, acarreando graves pérdidas a sus acaudalados clientes y provocando, en palabras de Les Echos (diario económico francés), "una de las mayores quiebras de la historia" de China. De hecho, la crisis de liquidez de Zhongzhi existía desde hacía varios años, pero sus filiales pudieron cubrirla utilizando anticipos de nuevos clientes para pagar los intereses de las inversiones y los reembolsos debidos a antiguos clientes. Con la ralentización de la economía china y el desplome inmobiliario, este tipo de manipulaciones financieras son cada vez más difíciles y arriesgadas.

Los capitalistas occidentales expresan su preocupación por el futuro del sector inmobiliario chino. El sector inmobiliario representa entre el 25% y el 30% de la economía china. Calificándolo de "factor que afecta al crecimiento mundial", el FMI afirma que la crisis del sector inmobiliario chino "podría agravarse y tener repercusiones mundiales, sobre todo para los países exportadores de materias primas". Según el FMI, la amenaza inmobiliaria no pesa tanto directamente sobre los países industrializados, Estados Unidos o Europa, como sobre los proveedores de materias primas que se beneficiaron durante la década de 2010 de la especulación en el sector inmobiliario chino. Los grandes exportadores de hidrocarburos, petróleo, gas, carbón, hierro y otras materias primas a China, principalmente países africanos y australianos, han visto disminuir el volumen de pedidos.

Sin embargo, otra consecuencia de la especulación inmobiliaria de la década de 2010 es la colosal deuda de China. En relación con el volumen de la producción anual del país, la deuda pública y privada total está aproximadamente al mismo nivel que la de Estados Unidos, pero China no tiene el poder de imprimir dinero a voluntad como Estados Unidos hace con el dólar. China encabeza incluso la clasificación internacional en lo que se refiere a la deuda de las empresas privadas no financieras, con un 28% estimado del total mundial. Sigue siendo muy difícil estimar el daño internacional que causaría un colapso de los promotores inmobiliarios y de las finanzas que los sostienen.

La clase obrera china ante la crisis mundial

Aunque la crisis china tiene raíces nacionales, se ha visto agravada por la ralentización mundial en curso desde el final de la pandemia, la guerra de Ucrania y la guerra económica que Estados Unidos libra contra una potencia que considera ahora su competidor estratégico.

Precisamente porque China sigue siendo el primer taller del mundo, estos factores repercuten directamente en su actividad. Así lo refleja el hecho de que tanto las exportaciones como las importaciones hayan caído en el último año. Desde 2017, las sanciones estadounidenses se han multiplicado. Incluyen aranceles a miles de productos chinos, prohibiciones a las exportaciones de alta tecnología y a la importación de determinados equipos que compiten con los productos estadounidenses, como los destinados al 5G. Las tensiones geopolíticas también han impulsado a los importadores estadounidenses a asegurar sus suministros buscando otros países proveedores, para no depender únicamente de China. Como resultado, mientras que las importaciones totales estadounidenses de todo el mundo han caído un 5% desde la primavera de 2022 como consecuencia de la crisis mundial y la guerra de Ucrania, las importaciones procedentes de China han caído un 30%, alcanzando los niveles de 2013 y 2014. Esto significa que los importadores estadounidenses de productos manufacturados han diversificado sus fuentes de suministro. Así, mientras que las importaciones procedentes de China representaban el 19% de las importaciones estadounidenses a principios de 2022, en el tercer trimestre de 2023 sólo representaban el 14%, una caída que ha beneficiado principalmente a México y a los países de la Unión Europea.

Estados Unidos sigue siendo el principal cliente de China, con el 17% de sus exportaciones, seguido de Hong Kong (8,5%), Japón (4,9%), Corea del Sur y Vietnam (entre el 4% y el 5% cada uno). Algunas de las exportaciones chinas consisten en piezas que finalmente se ensamblan en otros lugares antes de venderse en Estados Unidos y Europa, escapando así a los punitivos derechos de aduana. Este es sin duda el caso de una gran proporción de las exportaciones a Hong Kong y Vietnam. Sin embargo, globalmente, las exportaciones chinas, tras alcanzar un récord a finales de 2021, registraron su primer descenso desde 2016, una pérdida de unos 150.000 millones de dólares, atribuible a las exportaciones a Estados Unidos y a los países de la ASEAN. Solo aumentan las exportaciones a la Rusia en guerra.

Estas tendencias sólo pueden apuntar a un declive de la actividad manufacturera y no pueden carecer de consecuencias para la clase obrera china. El China Labor Bulletin (CLB), publicado en línea desde Hong Kong por la asociación del mismo nombre, informa sobre los conflictos entre los trabajadores chinos y sus jefes chinos o extranjeros. Desde enero de 2023, el CLB estima que el número de manifestaciones obreras y huelgas se ha al menos duplicado en comparación con 2022, año en el que estas manifestaciones se redujeron mucho debido al prolongado confinamiento. Desde principios de 2023, los trabajadores han reaccionado, aunque todavía a la defensiva, ante los salarios impagados, los despidos y los cierres de fábricas, consecuencias de la reducción de los pedidos internacionales y de una economía nacional en dificultades. Estas protestas se han concentrado en los sectores manufacturero, electrónico, textil, juguetero y automovilístico. Frente a la atonía del mercado o porque están reorganizando sus centros industriales, muchas empresas han reducido primero la jornada laboral, privando a los empleados de las horas extraordinarias que son la única forma que tienen de ganar un salario digno. El objetivo suele ser conseguir que los trabajadores se marchen por su cuenta, para poder amortizar sus indemnizaciones por despido antes del cierre de la fábrica. Muchas empresas han cerrado a escondidas, sin pagar los salarios debidos y/o las indemnizaciones legales, y trasladando las máquinas los fines de semana o durante las vacaciones. En todos los casos, la acción colectiva se ha topado con la pasividad o la complicidad de las autoridades locales, que piden a los trabajadores que se las arreglen con lo poco que les deja la empresa. En el sector de la construcción, muchos trabajadores llevan meses sin cobrar. CLB informa en las redes sociales de un trabajador migrante de la provincia de Shaanxi: él y sus compañeros llevaban sin cobrar desde 2021, tras trabajar en un proyecto de instalación hidroeléctrica del promotor inmobiliario Country Garden.

El número de incidentes en los que se envía a la policía a los lugares de huelga y manifestación ha aumentado proporcionalmente, hasta casi duplicar el del año anterior. El Estado y el sindicato oficial están desempeñando su papel de defensores de los intereses de los capitalistas chinos y extranjeros, en contra de los trabajadores, para hacerles aceptar su destino.

Las consecuencias de la reorganización de las líneas de producción

Las crisis inmobiliaria e industrial en curso en China reflejan una situación de sobreproducción capitalista, con un aparato productivo cuya capacidad es superior a la que el mercado es capaz de absorber. Las consecuencias inmediatas de esta crisis serán la exacerbación de la sobreproducción.

El consumo chino sólo puede verse reducido por los ingresos de los trabajadores desempleados, que alcanzan cifras récord, y de los que tienen que seguir pagando el alquiler porque se han suspendido las obras de la propiedad que han comprado y por la que están pagando cuotas. El retroceso del consumo interno también puede medirse en términos de recaudación del impuesto sobre el consumo, el impuesto de sociedades y los derechos de aduana sobre las importaciones, que el gobierno ha anunciado que han bajado entre un 7 y un 12% desde principios de año, y en términos de la tendencia a la deflación, la caída del precio de los bienes, que ha sido perceptible en los últimos meses.

En cuanto a la inversión, las cifras presentadas por el Gobierno muestran que la inversión privada sigue contrayéndose y que es gracias a la inversión pública que la inversión total sigue creciendo, aunque a un ritmo más lento. Esta inversión se ha visto reducida por el descenso de la inversión extranjera desde 2022. "El tiempo del Eldorado chino parece muy lejano", escribía Les Echos el 19 de septiembre. Según las últimas cifras publicadas por la Administración Estatal de Comercio Exterior (SAFE), un organismo chino, el saldo de la inversión entrante en China (la diferencia entre las sumas que las empresas extranjeras invierten en China y las que sacan) fue incluso negativo en el tercer trimestre de 2023. Se situó en -12.000 millones de dólares, su nivel más bajo desde 1998, y negativo debido a la repatriación de los beneficios obtenidos por las empresas extranjeras establecidas en China, en particular las estadounidenses, en detrimento de su reinversión en el país. Se trata de una manifestación de la conciencia de los capitalistas de las crecientes tensiones geopolíticas y del hecho de que las empresas estadounidenses tratan de diversificar sus cadenas de suministro. Según un comentario de un especialista1, "las empresas extranjeras que operan en China no sólo se niegan a reinvertir sus beneficios, sino que -por primera vez en la historia- están vendiendo masivamente sus inversiones a empresas chinas y repatriando los fondos. Estas salidas superaron los 100.000 millones de dólares en los tres primeros trimestres de 2023 y es probable que sigan creciendo si nos atenemos a las tendencias observadas hasta ahora."

El endurecimiento de las medidas proteccionistas en Europa también agravará la crisis en China. La Comisión Europea ha puesto en marcha una investigación antisubvenciones contra los fabricantes chinos de automóviles, cuyos precios de los vehículos eléctricos son un 25% más bajos que los de sus competidores europeos. El principal objetivo es justificar un aumento de los impuestos sobre las importaciones de vehículos eléctricos chinos, que sólo están gravados con un tipo del 10% en Europa, frente al 27,5% en Estados Unidos. La industria del automóvil es el principal sector de crecimiento en China, pero se trata de un sector muy competitivo, con varios actores enzarzados en una guerra comercial. Es probable que las medidas proteccionistas contra los fabricantes chinos frenen la exportación de sus vehículos y les obliguen a encontrar contramedidas. Según la prensa, para eludir los aranceles, varios fabricantes chinos planean instalar plantas de producción en México o Europa, para baterías, motores e incluso para ensamblar vehículos. Estos movimientos agravarían sin duda las tensiones con las empresas occidentales y sus gobiernos. El automóvil no es el único sector al que se dirigen las medidas proteccionistas, ya que Europa se prepara para copiar a Estados Unidos en "tecnologías críticas y estratégicas": inteligencia artificial, tecnologías cuánticas, semiconductores avanzados y biotecnologías.

El gobierno chino responde al proteccionismo occidental con sus propias medidas proteccionistas. Es cierto que China, que extrae el 58% de la producción mundial y refina el 89% de las tierras raras esenciales para las baterías y la electrónica, acaba de prohibir la exportación de las tecnologías utilizadas para explotarlas. Cuando Huawei lanzó su nuevo smartphone de gama alta, los organismos gubernamentales y las empresas chinas ordenaron a sus empleados que no utilizaran iPhones de Apple ni otros dispositivos de marcas extranjeras para fines profesionales. Apple genera el 19% de sus ventas mundiales en China... Pero a pesar de ello, China sigue siendo un actor subordinado en la economía mundial. Estados Unidos está en condiciones de cambiar de proveedores, y Europa de crear actores regionales. China no está en condiciones de cambiar de clientes. Puede ayudar a sus propios capitalistas a reorganizar su cadena de producción, haciendo que el montaje final se lleve a cabo en Vietnam o India, para eludir los punitivos derechos de aduana impuestos por Estados Unidos. También puede intentar vender sus productos, por ejemplo sus coches, mediante una guerra comercial, bajando sus precios en el mercado mundial en proporción al aumento de los derechos de aduana, como resumía Les Echos el 23 de septiembre: "Los fabricantes locales, en dificultades en su país, son más agresivos en nuestros mercados". Los países imperialistas podrán responder imponiendo impuestos prohibitivos, o incluso más sencillamente prohibiendo los productos chinos, como ocurrió con los equipos de tecnología 5G de Huawei.

Esta guerra comercial perjudica los intereses de varios capitalistas occidentales. Mientras Estados Unidos prepara nuevas restricciones a los semiconductores de origen chino o destinados a China, Gina Raimondo, Secretaria de Comercio estadounidense, respondió a ciertas críticas: "Sé que hay algunos jefes de empresas de semiconductores entre el público que no están muy contentos, porque están perdiendo ingresos. Pero así es la vida. Proteger nuestra seguridad nacional es más importante que los ingresos a corto plazo".

Por tanto, la economía china está sometida a la presión de las potencias imperialistas. Esto explica la actitud de Xi Jinping en los últimos meses hacia Estados Unidos en particular. El miércoles 15 de noviembre, Xi Jinping y Joe Biden se reunieron en San Francisco, California, al margen de la cumbre de Cooperación Económica Asia-Pacífico (Apec). Al tratarse del primer encuentro entre ambos países desde hacía un año, en un contexto de tensiones, la prensa quiso ver en él un deshielo de las relaciones entre los dos países. Si existe un deshielo, en realidad es muy relativo. Interrogado tras la reunión, Joe Biden calificó a Xi Jinping de "dictador" ante un consternado Anthony Blinken... Esto no impidió que el gobierno chino se felicitara por haber reanudado el diálogo con Estados Unidos o saludara "un nuevo comienzo en las relaciones sino-estadounidenses". En la propia China, el tono del gobierno hacia Estados Unidos, hasta ahora marcial y belicoso, ha cambiado por completo. El Diario del Pueblo escribió: "Sea cual sea la evolución de la situación, la lógica histórica de coexistencia pacífica entre China y Estados Unidos no cambiará". El tiempo dirá cuánto durará esta evolución en el discurso chino. El capitalismo chino se encuentra actualmente en una posición delicada y sus dirigentes lo están demostrando. El momento culminante de la cumbre de la Apec fue probablemente la cena de gala presidida por Xi Jinping tras su reunión con Biden, a la que asistieron 300 altos empresarios estadounidenses que pagaron hasta 40.000 dólares por cenar con él y a los que Xi Jinping intentó convencer de que volvieran a invertir en China.

Es muy difícil predecir cómo reaccionará el Estado chino a largo plazo ante esta creciente presión del imperialismo. El hecho de que la economía esté bajo presión es un factor que agrava la lucha de los capitalistas chinos contra los trabajadores, y la pérdida de salidas exteriores puede aumentar su agresividad económica y política. El vecino Vietnam, que centra la atención de Estados Unidos, podría convertirse en el foco de estas rivalidades. En cualquier caso, Estados Unidos se está preparando para todos los resultados posibles. Este verano, tras declarar que la economía china es una "bomba de relojería", una bomba que Estados Unidos contribuyó a fabricar, Biden añadió que "cuando la gente mala tiene problemas, hace cosas malas", justificando la agresividad militar del imperialismo estadounidense hacia su competidor chino, contra el que se prepara para la guerra.

8 de enero de 2024